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El fin del Día del Presidente y sus estadistas


Ángel Luna Medina

Hubo una vez un tiempo en que el Ejecutivo era como un rey. Época de gloria para la “presidencia imperial”. Los simples mortales no lo cuestionaban, sólo lo reverenciaban. Su expresión extrema era el Día del Presidente, cuando rendía su informe presidencial el 1º de septiembre en el mítico Salón de Sesiones del Palacio Legislativo de San Lázaro, bajo un ambiente de sacralidad.

Volver la vista atrás es costumbre estos días. Se desempolvan capítulos que determinaron el fin del Día del Presidente. ¿Qué revelan, qué nos cuentan?

I. El más dramático Día del Presidente; las lágrimas de López Portillo

Desde su noticiario, el 1º de septiembre de 1982, Jacobo Zabludovsky resumió en una frase: “¡el informe presidencial más dramático que se recuerde en México!”, lo ocurrido esa mañana en la Cámara de Diputados.

Desde la tribuna del país, con la voz entrecortada y la mirada humedecida por el llanto contenido, en su 6º y último informe, José López Portillo anunció a la nación dos decretos inéditos: la nacionalización de los bancos privados y el manejo completo del control de cambios. Y cuando dio un manotazo al atril, exclamó: “¡Es ahora o nunca! ¡Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear!”, mientras lágrimas amargas caían en las páginas de su informe.

El insólito anuncio presidencial no se puede entender sin el contexto histórico previo:

México en caída vertical, el naufragio de la economía

La euforia, el optimismo desbocado marcó los primeros años del sexenio de JLP: riqueza petrolera, dólar barato, crecimiento acelerado. Se desbordó el gasto público. Se vanagloriaba: “preparémonos para administrar la abundancia”. Presumía: México, el único país de Latinoamérica, sin golpes de Estado. Hasta había fila de banqueros internacionales ofreciendo créditos a México.

1982 llegó con noticias fatales: caída de los precios del petróleo, disparo de los intereses de la deuda, tremendo déficit oficial, el fantasma del golpe de Estado. Tras la Revolución de 1910, en 1982 se vivían los meses más caóticos de la historia. La desesperación punzaba en JLP, ante la catástrofe económica. El 5 de febrero lanzó su célebre promesa: “¡defenderé al peso como un perro!”.

La devaluación (trauma en 1954 y 1976) reapareció el 18 de febrero de 1982. El peso pasó de 26 a 38 pesos. Corrió al secretario de Hacienda, David Ibarra Muñoz, lo que mandaba la señal de que todo iba peor.

Desesperado, JLP consideró declarar la moratoria, como clamaban las calles, las movilizaciones de organizaciones como el Sindicato Mexicano de Electricistas. El nuevo secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, se opuso. Argumentó: “México importa de Estados Unidos más del 50% del consumo de maíz; si declaramos la moratoria no tendremos créditos; habría estallido social, porque en dos meses el pueblo se queda sin tortillas”.

Intentaron todo: programas de reajuste, otra devaluación el 6 de agosto (el dólar se fue a 76 pesos). Nada funcionaba. “Los dados estaban echados, a México se le habían acabado las fichas”, resumió Silva Herzog. Basta un dato de la debacle: las reservas del Banco de México eran de 158 millones de dólares y para el 23 de agosto México tenía que pagar más de 400 millones de dólares a la banca.

El 20 de agosto el dólar llegó a 112 pesos. Silva Herzog, en Nueva York, habló con la banca de un dicho mexicano: ¡debo, no niego; pago, no tengo! A los poderosos banqueros les dijo: “We have been facing liquidity problems…a cash problema” (hemos estado enfrentando problemas de liquidez, no tenemos dinero). Les suplicó: más tiempo; que los 10 billones de dólares cuyo plazo de pago vencía en 90 días, fueran automáticamente renovado por otros 90 días. Más otro préstamo de 3 mil 800 millones de dólares para las necesidades inmediatas del pueblo. La banca aceptó. Fue una “moratoria temporal negociada”. Los acreedores temían un “cártel de deudores”.

Crecía la fuga de capitales. López Portillo planeó la nacionalización de la banca y el control de cambios. Silva Herzog dijo: no conviene al país; es como tratar a un enfermo de tuberculosis amputándole el brazo izquierdo. El presidente electo, Miguel de la Madrid Hurtado, opinó también en contra. El director del Banco de México, Carlos Tello, sí respaldó y con la mayor secrecía lo preparó todo.

El sábado 28 de agosto, antes del informe, JLP se fue a Zihuatanejo con sus nietos. Dijo que consultaría con el sol, el viento y el mar la decisión sobre la nacionalización de los bancos y el control de cambios.

La mañana del 1º de septiembre, el Ejército acordonó las sedes emblemáticas de los bancos: Bancomer, Banamex, etcétera. Las fuerzas vivas abarrotaron el Salón de Plenos de la Cámara de Diputados. La élite sindical encabezada por Fidel Velázquez. Los jerarcas de los bancos, Manuel Espinosa Yglesias, Carlos Abedrop y Alberto Legorreta Chauvet.

La “bomba” estalló. Oleadas de aplausos para López Portillo. Miguel de la Madrid Hurtado, presidente electo, preocupado, aplaudió, sin muchas ganas.

II. Muñoz Ledo hizo tambalear los cimientos del Día del Presidente

El 1º de septiembre de 1988 fue el sexto y último informe de Miguel de la Madrid Hurtado. En el mítico Salón de Sesiones del Palacio Legislativo, el senador Porfirio Muñoz Ledo rompió el protocolo, le dio un giro radical al guion tradicional del Día del Presidente. Por primera vez en la historia interpeló al Ejecutivo. Quebró la sacralidad del poder presidencial.

Eran las 13:50 horas, cuando, de pronto, Muñoz Ledo se levantó de su escaño para realizar una interpelación al Ejecutivo. Confusión sin precedente. Trataron de silenciarlo, de obligarlo a no interrumpir el informe. Bajo una lluvia de insultos y golpes, Muñoz Ledo abandonó el Salón de Plenos. Su histórica interpelación sigue resonando.

III. Ni los veo, ni los oigo: Carlos Salinas

Desde el primer informe presidencial de Carlos Salinas de Gortari, 1º de noviembre de 1989 (realizado en el Palacio de Bellas Artes, debido al incendio que consumió el Salón de Plenos de la Cámara de Diputados), se hizo famosa la frase que le lanzaba la oposición: “¡repudio total al fraude electoral”!, aludiendo a que el verdadero ganador de la elección de 1988 fue Cuauhtémoc Cárdenas.

Bajo las protestas, interrupciones, mantas y gritos de la oposición, en su 6º y último informe, el 1º de noviembre de 1994, Salinas dijo una frase que se quedó para siempre: "A los perredistas ni los veo, ni los oigo".

IV. De súbditos a ciudadanos. Otra vez, Muñoz Ledo cambió el rito

Se desgastaba la “presidencia imperial” y el informe perdió su cualidad de ritual. Con la institucionalización de un sistema pluralista, crecían las interpelaciones y protestas, el 1º de septiembre de 1996, en el segundo informe de Ernesto Zedillo, Marco Rascón, diputado del PRD, rompió la solemnidad y provocó el desorden. Ejecutó un performance. Se colocó al pie de la tribuna y se puso una máscara de cerdo. Víctor Flores, presidente del Congreso del Trabajo, le dio un puñetazo y de un manotazo le arrancó la máscara.

La elección federal intermedia del 6 de julio de 1997 transformó la integración de la LVII Legislatura de la Cámara de Diputados. El PRI perdió la mayoría absoluta. Por primera vez, el liderazgo de la Mesa Directiva lo obtuvo la oposición, con Porfirio Muñoz Ledo, encargado de dar respuesta al tercer informe de Zedillo.

Marcó un cambio vertiginoso. Modificó el formato. El informe del 1º de septiembre de 1997 fue por la tarde, como marca el reglamento, no por la mañana, como dictaba la costumbre. Significó el “paso” del régimen hegemónico al renacimiento de la República.

Finalizaron la mayoría de convenciones no escritas del protocolo. No hubo militares resguardando el Palacio Legislativo, como en años anteriores, solo personal de seguridad de la Cámara. Ni valla de cadetes del Colegio Militar. No asistieron gobernadores. El jefe del Estado Mayor Presidencial no se colocó detrás del Presidente, como era usual. Dejó de ser un día feriado. Quedó atrás el ceremonial que era como una entronización anual del presidente-rey.

La “nota” no fue el discurso de Zedillo, sino la luminosa inteligencia de Porfirio Muñoz Ledo, quien enfatizó: “en México nunca más un poder someterá a otro poder…Saber gobernar es también saber escuchar y saber rectificar. El ejercicio democrático del poder es, ciertamente, mandar obedeciendo. Lo que en última instancia significa el cambio democrático, es la mutación del súbdito en ciudadano".

Muñoz Ledo evocó un célebre pasaje de los albores del parlamentarismo. El juramento que a finales del siglo XII hicieron los Reyes de Aragón, ante las Cortes del reino, específicamente ante la figura del Justicia Mayor de Aragón, para recordarle a Zedillo: “Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos”. Muñoz Ledo fue aplaudido por todos.

Ese momento marcó un punto de inflexión en la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Y en la forma de celebración del informe.

V. La alternancia y el fin del Día del Presidente

Vicente Fox trató de conservar formas protocolarias heredadas de la “presidencia imperial”. Pero en su IV informe, el 1º de septiembre de 2004, la oposición le dio la espalda. Gritos, pancartas, máscaras, interrupciones. El esquema tradicional del informe estaba agotado.

En su sexto informe, 1º de septiembre de 2006, Fox no pudo ni entrar al Salón de Sesiones a presentar su informe. Legisladores del PRD tomaron la tribuna impidiéndole el ingreso. Fox, en el vestíbulo de la Cámara, sólo entregó el documento y se retiró del Palacio.

El 1º de septiembre de 2007 fue la última vez que un Presidente de la Republica llevó personalmente su informe a la Cámara de Diputados. Era el primer informe presidencial de Felipe Calderón, quien sólo pudo estar unos minutos en la tribuna del Palacio Legislativo de San Lázaro, sin poder leer el documento, debido a las protestas de la oposición. Lo entregó y se retiró.

En 2008, una reforma eliminó la obligación presidencial de asistir a la apertura de sesiones ordinarias del Congreso de la Unión y mantuvo sólo la de presentar un informe por escrito. Desde entonces, ningún Presidente de la República volvió al Palacio Legislativo de San Lázaro un 1º de septiembre.

Actualmente el informe presidencial es entregado al Congreso de la Unión por la titularidad de la Secretaría de Gobernación.

Ahora México tiene una Presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo. Su primer informe presidencial es entregado  hoy al Congreso de la Unión, por Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación.

Muchos años y acontecimientos pasaron hasta llegar a esta nueva realidad.


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