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El resurgimiento de la inmortal Batalla de Puebla


Luz María Mondragón

Desde la noche de los tiempos el símbolo juega un papel en la psique social, en el alma de los pueblos. La historia de México también tiene una dimensión simbólica. Por eso se cantan las hazañas de los héroes y se fortalece su culto. La actualidad política recupera  relatos que  incluso sirven parar sembrar ideología. Se sublima la evocación del pasado para apuntalar el presente.

Hoy la mítica Batalla de Puebla levanta el vuelo. Sobrevuela el campo de batalla  de la historia actual. Se enaltece esta gesta heroica que representa uno de los pasajes más gloriosos de la memoria nacional. 

La Batalla de Puebla (5 de mayo de 1862) es el combate militar más importante.  Actualmente vive un boom este icónico acontecimiento. Es un referente en los tiempos actuales, distinguidos por un momento estelar de las fuerzas armadas.

En síntesis, la Batalla de Puebla representa el naufragio de Francia, la primera gran derrota de su invencible ejército, el mejor del mundo, el más temido. Para México, el 5 de mayo es el día que México se cubrió de gloria. Cuando sus mejores hijos, descalzos, mal alimentados, peor armados, realizaron lo imposible: derrotar a los franceses.

Entrevista con la Historia

Después de la Guerra de Reforma quedó maltrecha la economía nacional. En julio de 1861 el presidente Benito Juárez se vio obligado a emitir un decreto declarando la suspensión del pago de la deuda internacional, causando gran enojo a Francia, Inglaterra y España, países que  advirtieron acciones enérgicas, como enviar contingentes militares a México para reclamar sus derechos como acreedores. Lanzaron un  ultimátum al gobierno mexicano, una amenaza ominosa: pagaba, o la invasión de su territorio. 

Tras intensas negociaciones (Tratados de La Soledad) Inglaterra y España aceptaron los nuevos acuerdos, y abandonaron el plan de invadir México. No así Francia (Segundo Imperio), nación que se dispuso a llevar a cabo su anhelo imperialista.

La verdad es que el emperador galo Napoleón III  tenía intereses políticos más allá de cobrar la deuda. El objetivo principal que escondía, era derrocar al gobierno legítimo de México, encabezado por Benito Juárez, para imponer en su lugar una monarquía manejada desde Francia.
Desde el día uno de su oscuro plan, los franceses pensaron que todo sería muy fácil, como un día de campo. Desde el principio, los invasores se asumieron como los vencedores de este oscuro episodio, sobre todo porque contaban con su poderío militar.

Así que  del mar llegaron los invasores franceses a nuestro país.  Arribaron con sus buques insignia a Veracruz. Al frente de las tropas galas venía el experimentado  y soberbio general Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, egresado de la Escuela de Guerra de Paris.
En esa época los franceses, sin duda, eran la armada invencible. El ejército más poderoso del mundo, el más temido. Envuelto en un aura mitológica. No había sido derrotado desde la legendaria batalla de Waterloo, en alrededor de  50 años. Resplandecía su estela de sonadas victorias en distintas guerras con naciones de Europa y en otros territorios del planeta.

Particularmente, Latrille destilaba soberbia a raudales. Días antes de la Batalla de Puebla, envió un mensaje triunfalista al conde Jacques Louis Cesar Alexandre Randon, Ministro de Guerra francés: “Somos tan superiores a los mexicanos en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que le ruego anunciarle a Su Majestad Imperial Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de nuestros 6,000 valientes soldados, ya soy el amo de México”. 

Sí, el triunfo parecía imposible para los mexicanos. Era predecible el resultado de la batalla, pues era evidente la superioridad gala. Todo apuntaba hacia una victoria francesa aplastante.

Además, el  ejército mexicano estaba lleno de carencias. Mal equipado en armamento, mal comido y mal vestido. Dicen que parte de la tropa ni zapatos tenía.  Tampoco contaba con la experiencia militar que les sobraba a los galos.

Llegó el trepidante día. La mañana del 5 de mayo, los franceses aparecieron en el horizonte. Ya los esperaba el Ejército de Oriente con su líder el general Ignacio Zaragoza. Lo apoyaban los carabineros de Pachuca, la División de Oaxaca comandada por  Porfirio Díaz (que años más tarde se convertiría en un dictador), los rifleros de San Luis Potosí, entre otros grupos llegados desde las entidades.

Sobrecogedor momento. Al mediodía rugían los cañones en el Cerro de Guadalupe. Los repiques de las campanas de la ciudad de Puebla estremecían las conciencias, llenas de dudas.

En el campo de batalla se imponía la inmensa capacidad de fuego de los franceses. Basta mencionar que sus modernos fusiles, desde los 700 metros garantizaban una puntería milimétrica. En cambio, los antiguos fusiles mexicanos requerían estar a una distancia de 150 metros para que pudieran dar en el blanco.

Sin embargo, a la soberbia francesa se le escapó algo: no consideró  la férrea resistencia de la humilde tropa mexicana, ni el talento organizador y motivador del general Ignacio Zaragoza.  La leyenda no olvida las arengas de Zaragoza, que insuflaban valor, determinación a los extenuados combatientes mexicanos, quienes entre el fuego escuchaban: ¡sí, los franceses son los mejores soldados del mundo; pero nosotros somos los mejores hijos de México!

Hasta el cielo participó, pues las crónicas cuentan que por la tarde cayó un aguacero sobre el campo de batalla, dificultando el avance a las tropas francesas. Incluso en los combates cuerpo a cuerpo, la valentía azteca sorprendió a los invasores.

Desfallecía la tarde, cuando Ignacio Zaragoza mandó un mensaje que causó inmenso júbilo en Palacio Nacional, en la Ciudad de México:
“... Las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria: el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del Cerro de Guadalupe, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas. Fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formado en batalla, fuerte de más de 4,000 hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato, como desearía, porque el Gobierno sabe (que) no tengo para ello fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 o 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase usted. dar cuenta de este parte al C. Presidente...”

Tiempo después Zaragoza  remató la victoria con otro mensaje:

“... Señor Presidente, estoy muy contento con el comportamiento de mis generales y soldados. Todos se han portado bien. Los franceses se han llevado una lección muy severa. Pero en obsequio de la verdad diré: que se han batido como bravos, muriendo una gran parte de ellos en los fosos de las trincheras de Guadalupe. Sea para bien, Sr. Presidente. Deseo que nuestra querida Patria, hoy tan desgraciada, sea feliz y respetada por todas las naciones…”

Las noticias también volaron a Francia, y a toda Europa. Causaron incredulidad, sorpresa y asombro, ante el naufragio del poderoso ejército francés. Como castillo de naipes, se derrumbó el mito del poderío galo.

Para la posteridad, quedó claro que sin importar la superioridad del enemigo, se le puede vencer con unidad. Que la unidad nacional es el camino para hacer frente a los retos. El 5 de mayo, los soldados mexicanos  defendieron la integridad, la independencia y la soberanía de México.

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