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Chignahuapan, donde nacen las esferas mágicas


Juventina Bahena

Navidad es la festividad más entrañable del año. Su sola evocación nos genera un sentimiento de gozo, que se convierte en escenario de reencuentro y reconciliación, con cena, regalos y abrazos, con expectativas que muchas veces no se cumplen, pero también suele significar un breve periodo de tregua; ya después continuaremos con nuestras luchas, sean internas o con el mundo. Incluso algunos estudios determinan que el espíritu navideño reduce la ansiedad, el estrés y la negatividad.

Pero el detonador de toda esa magia es el árbol de Navidad que adorna los hogares, las calles, los centros comerciales, y ¿qué es un árbol sin luces y sin esferas? Chignahuapan, pueblo mágico enclavado en la Sierra Norte de Puebla, es el hacedor de este sortilegio. 

El nombre proviene del náhuatl, Significa “En las nueve aguas” o “donde abunda el agua”. La zona fue ocupada por totonacas, quienes para el siglo X comenzaron a coexistir con nahuas, otomíes y tepehuas. Para 1527 se fundó la población de Santiago Chiquinahuitle (nueve ojos de agua) a donde llegaron misioneros para convertir el lugar en centro de adoctrinamiento y conversión.

Ubicado a 2 mil 280 m de altitud, posee clima semifrío y temperatura media de 12º C, por lo que es recomendable ir bien abrigado en invierno.

Esta pequeña ciudad de más de 66 mil habitantes descubre sus bellezas naturales al despejarse poco a poco la blanca neblina con el amanecer, para mostrar sus verdes laderas y el hipnotizante fluir de sus cascadas, árboles frutales y cafetales. Su laguna al centro está rodeada de ríos, pozos termales y aguas sulfurosas a las que se les atribuyen propiedades curativas.

La Laguna Almoloya es otro atractivo del lugar a unas cuantas cuadras del centro. Es un lugar de descanso y pesca, y de ahí al Salto de Quetzalapán, pero desde el Cerro Colorado se puede apreciar la mejor vista del valle y las casitas de colores con techos de madera y teja.

No podía faltar la arquitectura religiosa, la colorida parroquia y su kiosco estilo mudéjar, muy similar al ubicado en la alameda de la colonia Santa María la Ribera, de influencia árabe en su diseño.

En esta plaza principal se producen millones de esferas navideñas cada año, en más de 200 fábricas y talleres que, en conjunto, se estima una producción anual de más de 50 millones, que se distribuye principalmente en México y en Europa.

El éxito de esta artesanía popular ha impulsado la instalación de nuevos talleres que, a la fecha, emplean unos siete mil pobladores que cultivan una tradición de más de un siglo de historia, pero que también aporta sustento para sus familias.

Cada año, durante el mes de noviembre, se realiza la Feria Nacional del Árbol y la Esfera de Navidad, que incluye festividades del Día de Muertos con la llamada “Ofrenda de las mil luces”, en la que todo el pueblo participa.

El soplado del vidrio, el cromado, el decorado y la incrustación del colgante son hechas a mano, y su tamaño, colorido y diseño puede ser tan diverso como el ingenio del artesano lo decida; desde la esfera tradicional, a las más decoradas o rellenas de algún material como paja, plumas u hojas de maíz. También las hay con forma de personajes de caricaturas o como globos aerostáticos con luz en su interior. En 2010 se diseñó una esfera con forma de Virgen de Guadalupe, elaborada con hojas de oro y otros materiales para adornar algún lugar del Vaticano.

Es posible observar el proceso de elaboración de estos adornos en el Castillo de la esfera, la fábrica más grande de productos navideños. Lo que ahí observarán es cómo trabaja un artesano, desde calentar a temperaturas de más de 360 grados las varillas de vidrio especial, que inflan con la boca y van manipulando hasta darles la forma deseada.

Después le aplican un color plateado a cada esfera para mejorar el color de la pintura que se aplica para su decoración.

Chignahuapan es, sin duda, el lugar donde los colores vibrantes hicieron su hogar: sus casas, su quiosco y sus artesanías, deslumbran al visitante; quizá herencia de su pasado prehispánico, o quizá, simplemente, es el lugar más mexicano que hay.


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