Espacio Cultural / Raíces


news

La Revolución de 1910 también tiene rostro de mujer


Luz María Mondragón

En la Revolución de 1910 también se enrolaron las mujeres: soldaderas, francotiradoras, activistas, espías, artilleras, expertas dinamiteras, generalas, periodistas, enfermeras, rescatistas, cocineras, panaderas. Dentro y fuera de los combates realizaron titánicas tareas. Las que no estaban en la línea de fuego, se volvieron pilares invisibles que sostuvieron la vida y la economía; cuidaron y defendieron hogares, familias, tierras, fábricas y pueblos.

Las mujeres apuntalaron el movimiento armado y catapultaron la victoria. Sin embargo, al final, fueron relegadas a la sombra. Ninguneadas. Les escamotearon derechos y reconocimiento.

Las páginas de la historia legitiman y glorifican a los caudillos y sus ejércitos masculinos. Deslumbran sus nombres, leyendas, hazañas. Acapararon medallas, estatuas, loas, el altar de los héroes. Son poderosos personajes y protagonistas de ese tiempo histórico.

Las revoluciones no solo las hacen los hombres. Las mujeres siempre han participado en los procesos de transformación social de México. No es la excepción la Revolución de 1910. Ellas dieron la vida en todas las tropas: villistas, zapatistas, carrancistas, maderistas. Es una historia no contada en toda su magnitud. Todavía domina la narrativa tradicional con tinte machista.

La Revolución de 1910 fue la crónica de las hazañas de los héroes. Abundaron relatos, casi míticos, sobre Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón. Desde la infancia a las generaciones se les inculcó esta visión.

Este 112 aniversario de la Revolución de 1910 es oportunidad para indagar sobre la participación de las mujeres. A más de un siglo del movimiento armado resuenan las voces de las mujeres revolucionarias. Ellas también sufrieron el dolor del alma ante la barbarie y el horror. Padecieron frío, hambre, pobreza, violencia sexual, discriminación. La angustia ante la sombra omnipresente de la muerte. Y anhelaron un México mejor.

A diferencia de los hombres, incluso en medio de las trincheras, cumplían la doble jornada laboral, porque mientras cargaban el fusil, las escopetas, las carabinas, las cananas, llevaban a sus hijos a cuestas. Y su suerte fue la peor en todos los ejércitos. Mientras ellos avanzaban hacia la capital del país, en tren o a caballo, ellas a pie, descalzas, o viajando sobre los trenes.

En la línea de fuego


Fotografía: Fototeca Nacional INAH

Llamadas “juanas”, “marías”, “indias”, “guachas” “adelitas”, “soldaderas”, o el despectivo “galletas”. Sin importar edad, estado civil, situación laboral o educación, las mujeres cumplieron la responsabilidad de luchar y salvar la Revolución.

Estuvieron en las sangrientas batallas. No en la retaguardia, sino en la mira. Desde las trincheras dispararon fusiles. Demostraron valor y aptitudes. Sin dejar de cocinar, lavar y cuidar heridos y niños.

La guerra también tiene rostro femenino. Mujeres con nombre y apellido. Ahí está María de la Luz Espinoza Barrera. Emiliano Zapata le otorgó el grado de coronela, por su valentía y habilidades militares.

Carmen Vélez, "La generala", se levantó en armas en Casas Grandes, Chihuahua, en favor de Francisco I. Madero. Comandó a 300 hombres. Participó en la toma de Ciudad Juárez y lideró batallas en Hidalgo y Tlaxcala.

Ángela Jiménez, experta en el manejo de explosivos, obtuvo el grado de teniente en el ejército villista. Petra Herrera formó su propio ejército integrado por mujeres, sumándose a las fuerzas maderistas en Torreón, Coahuila.

Margarita Neri nació en Quintana Roo. Hija de padre alemán y de madre indígena maya. Era hacendada. Cuando estalló la Revolución se enroló en el movimiento. Levantó su propio ejército con 200 hombres. En dos meses había mil personas a sus órdenes en Yucatán, Tabasco, Guerrero y Chiapas. Cuentan que disparaba y cabalgaba con la misma habilidad que cualquier hombre. Fue ejecutada.

Elisa Griensen Zambrano, de Parral, Chihuahua. A los 12 años ya era firme partidaria de Pancho Villa. Reunió a mujeres y niños para enfrentar al comandante Frank Tompkins y tropa, en 1916. Hasta con palos y piedras lograron la retirada del enemigo; salvaron la ciudad.

En todos los bandos las mujeres distribuían y limpiaban armas. En los enfrentamientos pasaban el armamento y lo recogían. Hay fotografías en las que aparecen puliendo pistolas o recolectando cartuchos. Recuperaban las armas de los combatientes caídos.

Áurea San Martín se encargaba de distribuir armas entre los simpatizantes de la causa maderista. Un día, tras entregar un paquete con dinamita, fue descubierta y encarcelada.

Brujas y mujeres impuras

Érase en los tiempos de la Revolución que las mujeres eran visualizadas como un cero a la izquierda. Sin criterio propio, ni voz, menos con capacidades extraordinarias.

En el movimiento armado hubo mujeres con talento, habilidades y cualidades innatas para la guerra. Es el caso de María Quinteras de Meras, soldadera en la tropa de Francisco Villa. Su valentía y capacidad militar la catapultaron al grado de coronela. Tan espectacular era su dominio de las armas y movimientos en las batallas, que los villistas no lo percibían como don natural. Corrían rumores: María tenía poderes sobrenaturales, cosas del infierno, quizá hasta pacto con el diablo. No asimilaban que una mujer les hiciera sombra.

No fueron ni los últimos ni los peores rumores sobre mujeres valientes que entregaban su vida a la Revolución. Sin matices, el escándalo las perseguía. Eran señaladas como mujeres impuras.

El índice masculino juzgó a mujeres que participaban en el movimiento armado. Les lanzaron filosos e hirientes cuestionamientos. O las acosaban. Participaran o no en las batallas, las mujeres eran vistas como valioso botín de guerra y padecieron violencia sexual.

Para huir de amenazantes palabras y conductas, para pasar desapercibidas, muchas revolucionarias se vieron obligadas a ocultar su identidad femenina. Se vestían como hombres, con trajes caquis y cananas. Un “travestismo estratégico”, apostilló la historiadora Gabriela Cano.

Así lo hizo Encarnación Mares, “Chonita”. Militó en las fuerzas que lucharon contra el usurpador Victoriano Huerta. Para no ser excluida ni cuestionada, vestía como hombre, se cortó el pelo, usaba un gran sombrero y hasta enronquecía su voz. Por su excelente desempeño la ascendieron de cabo a teniente.

También Carmen Amelia Robles Ávila sufrió la desaprobación social. Optó por cortar sus largas trenzas, usar vestimenta masculina y cambió de nombre: Amelio Robles. Brilló en el manejo de armas y caballos durante los combates. Tanto que el Ejército reconoció su papel en la Revolución de 1910. Sin embargo, el reconocimiento no fue para Amelia Robles, sino al coronel Amelio Robles.

Ángela Jiménez era de Oaxaca. Tras presenciar un intento de violación a su hermana, por parte de un soldado federal, y que resultó en la muerte de ambos, se unió a la lucha revolucionaria. Vistió ropas masculinas y cambió su nombre a Ángel. Fue experta en explosivos.

“¡Llámenme Pedro Herrera!”, urgió Petra Herrera, cansada de ser ninguneada en la División del Norte. Claro, también tuvo que vestir de hombre. Formó un aguerrido ejército de mil soldaderas. Villa ni así la valoró. Se fue al bando de Carranza, él tampoco la reconoció. Al final le dieron el grado de coronela, negándole el de generala. Méritos, le sobraban.

Excepción fue la coronela Rosa Bobadilla. Dirigió a un ejército de 1,500 hombres. Nunca vistió masculino. Sí con sombrero de ala ancha y cananas cruzadas en el pecho, pero siempre con sus enaguas. Se le reconocen 168 victorias militares.

¿Quiénes cuidaban a los heridos?


Fotografía: Fototeca Nacional INAH

Caían los combatientes en los campos de batalla. Los hombres sobrevivieron gracias a los cuidados de las mujeres. A lo largo del país, de este a oeste, se multiplicaron las voluntarias, las enfermeras. Ellas también edificaron precarios hospitales.

Adela Velarde luchó en las filas de la División del Norte. También atendía heridos. Se cuenta que inspiró el famoso corrido “La Adelita”.

Sara Perales se incorporó al grupo maderista en 1910, acompañando a los revolucionarios que tomaron Ciudad Juárez. Estaba al frente del cuerpo de enfermeras voluntarias, donde organizó la atención de hospitales de sangre, en Chihuahua. En 1914, en Monterrey, Nuevo León, se unió al constitucionalismo como enfermera en jefe, bajo el mando de médicos militares.

Celia Espinoza Jiménez fue profesora, enfermera y diplomática; participó a favor de Francisco I. Madero. El servicio médico y apoyo de personal de enfermería fue fundamental durante la Revolución. Sara y Celia fueron ejemplo de dicha labor.

Rosa Bobadilla, “La Coronela”, quien combatió en las filas zapatistas, resaltó por su labor filantrópica. Zapata le otorgó predios en Cuernavaca. Ella los destinó a la protección de viudas y huérfanos.

Además de la salud, las mujeres cuidaron el estómago de las tropas. Sin ellas los ejércitos hubieran muerto de hambre. Las mujeres tenían temple de acero y aguantaban todo. Peleaban en las batallas y además tenían que conseguir maíz y gallinas para preparar el itacate de los varones. Eran muy entronas, si tenían que robar las gallinas, pues las hurtaban, pero los “juanes” no se quedaban sin comer.

Batalla de las ideas, el otro frente

Desde distintos frentes las mujeres participaron activamente en la Revolución. Por ejemplo, en la prensa. El periodismo fue vital hacia el cambio social. Artículos de opinión, ensayos y notas sacudían la conciencia ciudadana. Ellas destacaron como plumas brillantes y aguerridas. Analíticas escritoras y fundadoras de periódicos.

Elisa Acuña y Rossetti, normalista, poeta y periodista. Recluida en la cárcel de Belén, por sus ideas. Tan brillante que los hermanos Flores Magón la elogiaban. Valiente como pocos. En el periódico “Regeneración” escribió: “Ahora que muchos hombres flaquean y por cobardía se retiran de la lucha…Ahora que muchos hombres retroceden ante el fantasma de la tiranía, aparece la mujer animosa y valiente, dispuesta a luchar por nuestros principios, que la debilidad de muchos hombres ha permitido que se pisoteen y escupan”.

Una de las plumas más combativas fue Juana Belén Gutiérrez. Crítica del clero, la dictadura y las injusticias. Sufrió la mano de hierro del poder. Tuvo peor suerte que los hombres periodistas. Presa en la cárcel de Belén. Al quedar en libertad fundó “Vesper”, periódico que hizo historia de denuncia social. Defendía derechos de las mujeres. Fue escritora radical contra la injusticia.

Dolores Jiménez y Muro. Periodista y activista de izquierda. Trabajó en revistas. Planeó una conspiración para llevar a Francisco I. Madero al poder. Fundó la histórica organización “Hijas de Cuauhtémoc”. Varias veces encarcelada por Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Hizo huelgas de hambre para recuperar su libertad. Su lucha en favor de las causas obreras y campesinas conquistó a Emiliano Zapata. Participó en la redacción del célebre Plan de Ayala.

Avelina Villarreal colaboró con artículos incendiarios en el periódico "Regeneración" de los hermanos Flores Magón. También apoyó con recursos financieros a grupos revolucionarios y con la compra de armamento.

Epílogo

Triunfó la Revolución. Sin embargo, la realidad desnudó una especie de gatopardismo: que todo cambie, pero que todo siga igual. La guerra legó la Constitución de 1917, vanguardista en materia de derechos sociales. Sin embargo, quedó a deber a las mujeres que dieron la vida para lograr la victoria.

En 1916, mujeres encabezadas por la feminista Hermila Galindo pidieron igualdad a Venustiano Carranza y a los constituyentes, principalmente en derechos políticos. Las ignoraron. No hubo respuesta.

Hasta el 17 de octubre de 1953 fue el reconocimiento del sufragio femenino en México, con la reforma al artículo 34 de la Constitución, que les confirió plena ciudadanía y la calidad de votar, ser votadas y participar en la vida política.

Fue hasta 1974 cuando se les concede la igualdad jurídica. El 14 de noviembre de ese año la Cámara de Diputados aprobó la reforma al Artículo 4º constitucional. Estableció que los varones y las mujeres son iguales ante la ley.

Actualmente sigue la batalla del feminismo para rescatarlas del menosprecio. Novelas, ensayos, documentales e investigaciones reivindican el verdadero papel de las mujeres en la Revolución de 1910. No fueron solamente cocineras, lavanderas, esposas y fieles enamoradas de los caudillos y sus tropas.

No son satélites y planetas que únicamente giran alrededor del sol. La popular canción “La Adelita” contagia la visión tradicional:

“En lo alto de la abrupta serranía,

acampado se encontraba un regimiento

y una moza que valiente los seguía

locamente enamorada del sargento…”

La Revolución de 1910 también fue obra de las mujeres. Pero el poder silenció y minimizó la contribución femenina. También olvidó a las miles de viudas y huérfanos.


Notas relacionadas