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Que los mexicanos no le temen a la muerte, un mito


Juventina Bahena

Que los mexicanos no le temen a la muerte es un mito, me comentó la doctora María Asunción Álvarez del Río, profesora e investigadora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.

Los mexicanos le tienen tanto miedo que evitan hablar de ella y cuando tratan el tema lo hacen con solemnidad o referencias religiosas para exorcizar esos pensamientos que les causan angustia e incertidumbre.

Evitan pensar en la finitud de la vida y aceptan el dolor como una forma de expiación de sus culpas. Por ello, muchas personas reprueban la eutanasia como se ha planteado desde la Cámara de Diputados, concebida como una forma de evitar el sufrimiento innecesario a un paciente terminal; quizá les resulta poco digno, como si no tuviera peso y dimensión la pérdida de la vida.

Incluso evitan decir que alguien murió, dicen que falleció, expiró o simplemente “se nos fue” o “se nos adelantó”. Debido al miedo que causa el sufrimiento físico que suele acompañar al deceso, el temor a lo desconocido o el pecado y la amenaza del castigo eterno para los católicos, es que buscan afanosamente el perdón divino para garantizarse, si no la felicidad, al menos la paz junto a Dios.

Y sin importar en qué condiciones se muere ni a qué edad, cada 2 de noviembre se coloca la ofrenda para las ánimas que regresan al mundo de los vivos a disfrutar de las viandas que se sirven en el altar. La costumbre es colocar la ofrenda el 28 de octubre para las personas que murieron en un accidente o de forma repentina o violenta, a las ánimas solas se les coloca una veladora y una flor blanca; el 29 se dedica a los ahogados, el 30 se deja una veladora y se coloca un vaso para los olvidados o que no tienen familia que los recuerde; el 31 se dedica a los niños no bautizados o los no nacidos.

El 1 de noviembre se dedica a recordar a las demás personas que fallecieron durante su infancia, y el 2 de noviembre para todos los que murieron siendo adultos.

La celebración del Día de Muertos, Día de los Fieles Difuntos o de Todos los Santos, se ha convertido en una fiesta muy mexicana llena de colorido y flores de cempasúchil, flor de terciopelo, nube, crisantemo, adornos de papel picado de colores brillantes, las veladoras, las calaveritas de azúcar y el pan de muerto. Los variados guisados, la fruta, el mezcal… donde Tánatos, Mictlantecuhtli, Anubis o Hades no están invitados.

De las ofrendas humanas al pan de muerto

Para los mexicas, la ofrenda era humana y el sacrificio de niños acompañaba la petición a Tláloc para que aparecieran las lluvias. El ritual se practicaba en la temporada de estiaje, aunque podía extenderse hasta que empezara a llover torrencialmente. La inmolación de los niños se efectuaba en lagunas, ríos, ojos de agua o cerros, donde se creía que se formaban las nubes.

En la esquina noroeste del edificio del Templo Mayor de Tenochtitlan se encontró una ofrenda que contenía los restos de 42 infantes; en la plataforma del templo dedicado al culto del dios Ehécatl-Quetzalcóatl en el sitio arqueológico de Tlatelolco, se descubrieron los restos de 41 individuos, 30 de los cuales eran niños y los demás adolescentes y adultos. El último hallazgo ocurrió en el subsuelo de la Catedral Metropolitana, que corresponde a una ofrenda que contenía los restos óseos de tres niños sacrificados.

En Mesoamérica, el acto de sacrificar estuvo muy relacionado con las guerras, que tenían como objetivo, además de la dominación de un pueblo, la obtención de víctimas para sacrificarlos a sus dioses, que lo mismo podían ser hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos, nobles, hombres comunes, extranjeros. El corazón de los sacrificados era el alimento ofrendado al dios al que se ofrecía el ritual.

Vivir con miedo

La tecnología le sirve al hombre moderno como una ventana al mundo, un mundo que puede mirar, pero al que no tiene acceso, que le es ajeno. La vida, el tiempo, no le alcanzan para hacer dinero o adquirir todo aquello que le dicen que necesita. Solo sobrevive con la frustración y fatalismo de una existencia sin sentido. Y lo peor: vive con miedo.

Actualmente, la mayoría de mexicanos lleva una vida en orfandad, en inseguridad, con impotencia. Son 100 mil desapariciones, miles de feminicidios y sustracción de menores. Salir a la calle es como enfrentarse a una ruleta rusa. Siempre con el temor soterrado de que pueda sucederle algo a un familiar.

Más allá de eso, de la inevitabilidad de la muerte, están las noticias apocalípticas de lo que sucederá a este planeta por el calentamiento global y sus consecuencias de destrucción masiva de las poblaciones más vulnerables.

Curiosamente, esta nueva realidad y las previsibles catástrofes futuras tampoco serán dignas de mención en las conversaciones de sobremesa ¿para qué? Mejor celebremos la muerte, en casa o en los panteones, con música, flores, pan y chocolate o … un buen mezcal.

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