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Autosuficiencia agroalimentaria


Dr. José María Chávez Peña

Autosuficiencia significa que una persona, familia o un país no requiere de otro o de otros para cubrir sus necesidades de algo. En este sentido, la persona, familia, comunidad o país es capaz de generar por sí misma las cantidades de ese “algo” sin necesitar de otros.

Cuando se habla de “autosuficiencia agroalimentaria(o)”, dado que con el último término se hace referencia a las actividades relacionadas con la generación de alimentos, significa que un determinado conglomerado humano produce por sí mismo todo cuanto requiere para alimentarse. En otras palabras, no demanda ningún producto generado fuera de sus fronteras.

El adjetivo “agroalimentario”, como puede advertirse, es muy amplio porque engloba a las actividades básicas como agricultura, ganadería, pesca, silvicultura y a la agroindustria, actividades que, a su vez, se desagregan en subsectores como apicultura, piscicultura, avicultura, porcicultura, entre muchas más. 

La autosuficiencia agroalimentaria no solo implica la producción de alimentos sino también su empaquetado y distribución, lo que demanda de un sofisticado sistema de interconexión de los centros de producción con los de consumo, lo que se conoce como agroindustria; esto es, se ve a la producción de alimentos del campo como industria y no solo como una actividad primaria. 

No es complicado comprender que muchos países, si no es que todos, aspiran a ser autosuficientes en la generación de alimentos, pues ello implica disminuir su vulnerabilidad a las fluctuaciones del mercado internacional y, en consecuencia, su subordinación a las grandes patencias que dictan la geopolítica mundial. 

En México las metas y el discurso público sobre la producción de alimentos del campo, desde casi siempre se encuentra saturado por la idea de la autosuficiencia. La clase política utiliza la retórica tratando de convencer al electorado de que esta es posible pero que, sin embargo, más allá del discurso, en la mayoría ante la cruda realidad resulta casi imposible de alcanzar. 

El hecho de no alcanzar la autosuficiencia, al margen de las ineficiencias en el diseño e implementación de las políticas públicas, se debe al hecho irrefutable de que, mientras la cantidad de tierra cultivable en números absolutos permanece casi constante en el transcurso del tiempo, el número de habitantes crece a un ritmo acelerado, pasando de 25.8 millones en 1950, a 81.2 millones en 1990 y a 126 millones en 2020; esto es, la misma tierra cultivable pero entre más personas, lo que explica que la tierra agrícola del país por habitante haya disminuido en cerca del 70% desde los años 60 del siglo pasado hasta hoy día, lo que de ningún modo se ha compensado con el incremento de la productividad. No es lo mismo generar alimentos para 26 millones de personas que para 126 millones. 

En la producción de cualquier cosa intervienen factores fijos y variables. Los primeros se mantienen constantes en el tiempo y los segundos pueden incrementarse o disminuirse a capricho. Empero, en el tiempo esto no necesariamente siempre es así ya que la cantidad de tierra cultivable puede incrementarse mediante conocimientos científicos convirtiendo desiertos en tierras fértiles o, a la inversa, disminuir su capacidad productiva por la sobreexplotación, por efectos del cambio climático o por ser abandonadas al ser incosteable su cultivo. 

La teoría microeconómica plantea a la producción como una función donde los factores fijos son la tierra que, para efectos implica el agua; el trabajo o mano de obra y el capital, que conlleva la tecnología. Una unidad productiva, para este caso una parcela, puede incrementar su producción total en virtud de la eficiencia en la combinación de los factores fijos y variables o del incremento en la productividad mejorando los procesos; lo cierto es que no se podrá incrementar indefinidamente la productividad sin que se introduzcan cambios cualitativos en la utilización de los factores. 

Para el ejemplo de una parcela, esta puede pasar de producir 4 toneladas de maíz por hectárea a 20 o más toneladas si se fertiliza adecuadamente la tierra, si se introducen semillas mejoradas o si se optimiza el sistema de riego; esto es, no se incrementa la extensión de tierra cultivable pero sí su capacidad productiva al utilizar mejores semillas, mejores técnicas de preparación y fertilización de la tierra. 

Lo anterior nos plantea, para el caso de nosotros, los mexicanos, la disyuntiva de tres posibles vías a seguir para perseguir la autosuficiencia agroalimentaria. La primera es incorporar nuevas tierras y aguas a la generación de alimentos, que de entrada choca contra las políticas de protección al medio ambiente y de derechos humanos; la segunda, la utilización decidida de la ciencia y tecnología aplicada en el mejoramiento de semillas, de sistemas de irrigación y la fertilización de la tierra, lo que demanda cuantiosos recursos de inversión; y una tercera que consiste en la combinación de las dos anteriores. 

Para el primer caso, esto es, la incorporación de nuevas tierras y aguas a la generación de alimentos, implica costos de oportunidad que tendríamos que evaluar y en su caso asumir. El destinar mayor cantidad de agua a la producción de alimentos representa disminuir el líquido disponible para consumo humano, como es el caso del Estado de Chihuahua, entidad semidesértica donde se cultiva nuez y alfalfa, productos que demandan más agua que cualquier otro producto en el mundo. 

Paralelo a lo anterior nos enfrentamos al hecho de la vocación productiva natural de la tierra, pues no toda ella es útil para producir toda clase de alimentos, por lo que empeñarnos en producir maíz, buscando alcanzar la meta políticamente diseñada de la autosuficiencia agroalimentaria, en tierra idóneas para hortalizas, es algo que rebasa en mucho a la simple imprudencia y a la falta de visión en conjunto.

Según expertos una postura inteligente sería producir aquello en lo que realmente somos eficientes y aprovechar nuestras ventajas comparativas vendiendo los excedentes del consumo interno, a la vez que compramos lo que nos resulta más caro producir. Bajo esta visión, si bien es verdad que nunca seríamos realmente autosuficientes, también lo es que estaríamos utilizando los recursos escasos de manera que obtendríamos la máxima rentabilidad social.

Sin embargo y no obstante lo anterior, tales deficiencias en la vocación productiva de la tierra pueden superarse mediante la ciencia aplicada, lo que requiere superar ciertos prejuicios políticos e ideológicos como el negarse a utilizar semillas modificadas genéticamente, y más cuando no existe evidencia científica alguna de que sean realmente dañinas para la salud, privilegiando la utilización de semillas autóctonas de comprobada ineficiencia.

Si lo anterior fuera el caso el Estado de Israel jamás habría logrado producir las 24.75 toneladas de maíz por hectárea (TPH) en promedio en 2018 frente a las 3.81 TPH producidas en México. Esta diferencia, siendo abismal, es prueba contundente de que la ciencia y la tecnología aplicada a la generación de alimentos es el camino correcto y nada tiene de ideología, sino que obedece a visiones pragmáticas de la realidad. Si Israel logra tales niveles de producción en el desierto ¿qué lograríamos nosotros en nuestras tierras?

En una economía de mercado, la autosuficiencia agroalimentaria necesariamente se encuentra dentro de la lógica de mercado y, en consecuencia, funciona por el incentivo de la utilidad. Si el campo no es redituable nunca producirá lo necesario para el mercado interno; ante esto, se plantea el reto de hacer del campo un negocio que dé utilidades, lo que requiere superar la eterna visión subsidiaria que, a la luz de los resultados de siempre, ha sido rotundamente ineficaz.

Transformar el sistema de producción agrícola sustentado en pequeñas parcelas a verdaderas empresas agroindustriales requiere remontar grandes complejos históricos que necesariamente pasaría por dejar de considerar a los productores del campo como menores de edad y como botín político. No obstante lo políticamente incorrecto, estamos ciertos de que solo mediante el incremento de la productividad por unidad productiva se puede avanzar a la autosuficiencia. El tema entonces es cómo incrementar la producción total mediante la productividad.

La autosuficiencia agroalimentaria demanda avanzar en una mayor producción interna de, por ejemplo, maíz, frijol, trigo harinero, arroz, leche, carne de res, cerdo, pollo y pescado, para lo que se requiere desde garantizar la seguridad física del productor hasta la introducción de los más modernos sistemas científicos y tecnológicos de producción, abandonando posturas ideológicas torpes, ilusorias y fuera de la realidad.

Es vital considerar, más allá de aspectos ideológicos, la necesidad de producir aquello que nos representa menores costos, sin que necesariamente dejemos de invertir en investigaciones tecnológicas que nos permitan llegar a ser competitivos en la producción de lo que hoy somos ineficientes, lo uno no excluye a lo otro en tanto que países que han tecnificado el campo han logrado duplicar, triplicar o quintuplicar la producción de ciertos productos agrícolas.

En este sentido México se ha rezagado y la perorata de la autosuficiencia agroalimentaria queda solo como un buen deseo.

Por otra parte, es loable reconocer que la autosuficiencia alimentaria por sí misma no necesariamente es sinónimo de crecimiento y eficiencia económica a nivel Estado país, pues como se sabe a nivel mundial en el caso de Argentina, siendo el país más autosuficiente del mundo al tener 45.81 millones de habitantes (2021) y 2.78 millones de kilómetros cuadrados, abundante agua dulce y fértiles tierras agrícolas y ganaderas, se encuentra sumido en graves y recurrentes crisis económicas que complican la vida diaria.

Tierra cultivable por habitante con tendencia a la baja por la dinámica poblacional y los efectos corrosivos del cambio climático, poca tecnificación del campo, atomización de la tierra agrícola en pequeñas parcelas y políticas públicas ineficientes, además de la escasa seguridad pública en importantes centros productivos agrícolas del país, pintan un panorama más que complicado para lograr la autosuficiencia agroalimentaria.

Sin embargo, creemos que la tecnificación del campo puede representar avances en la conversión de tierras y en el fortalecimiento de la productividad, lo que sería un avance hacia la soñada autosuficiencia.


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