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Comprender la eutanasia y distinguirla de otras formas de morir


Paulina Rivero Weber

Existe una confusión generalizada en torno a la eutanasia y otras formas de morir. En esta nota comenzaremos por dar una definición clara de la eutanasia, de la cual subrayaremos cuatro elementos.

En primer lugar, se trata de un acto médico, esto es, hay otras formas elegibles a la hora de la muerte en una situación de dolor o enfermedad, pero la eutanasia se caracteriza por ser un acto médico. Si el galeno solamente ofrece las formas para morir, pero el paciente o alguien más ejecuta el acto, entonces no se trata de eutanasia, sino de una muerte médicamente asistida.

En segundo lugar, este acto se lleva a cabo a petición formal y expresa del paciente: si el acto no se realiza a partir de esa petición expresada, definitivamente no es eutanasia. Por supuesto, habrá casos muy específicos en los que el paciente no cuente con la posibilidad de expresarse y no pueda hablar, escribir, ni comunicarse con nadie.

Esos casos deben contar con representantes legales y ser evaluados muy de cerca tanto por médicos como especialistas en el área de la jurisprudencia.

En tercer lugar, la finalidad de este acto es poner fin a la vida del paciente que así lo ha solicitado, cuya petición ha sido aceptada por aquellos que la han evaluado desde el ámbito médico. Si el acto no pone fin a la vida, no es eutanasia. Puede tratarse de cuidados paliativos, por ejemplo, pero no de eutanasia.

Por último, este acto médico se aplica a pacientes cuyo estado es de dolor o sufrimiento incurable, que ya no desean continuar hacia una agonía lenta. No se aplica a individuos que simplemente la piden porque no desean vivir; eso sería un suicidio racional y tampoco debe confundirse con eutanasia.

Con base en la anterior, podemos definir la eutanasia como: “el acto médico llevado a cabo a petición expresa del paciente para poner fin a su vida y evitar con ello el dolor o sufrimiento inevitable que no desea tenerse”.

En ese sentido, podemos decir que la definición de eutanasia puede ser tomada como una definición universal, esto es: la eutanasia no cambia de un lugar a otro, pues está definida y acotada. Con esto no pretendo decir que la definición de “eutanasia” nunca vaya a cambiar; muchas definiciones lo hacen para lograr una mayor exactitud, pero no lo hace de manera local ni diferenciada.

Existen instituciones que velan por el significado de las palabras, porque en bioética y en la vida en general no debemos emplearlas a la ligera; cada una de ellas significa algo concreto. Detrás de cada palabra existe un acuerdo humano que no podemos ni debemos tergiversar.

Finalmente, creo que tenemos que andar con mucho cuidado para no confundir la eutanasia con la muerte digna, cosa que ya ha ocurrido en nuestro país. A diferencia de la eutanasia, la muerte digna no puede tener una definición universal, por una simple razón: lo que una persona entienda por “dignidad” puede ser algo muy diferente de lo que entienda otra persona.

Daré un par de ejemplos: en la antigua Esparta o en las culturas vikingas, la muerte en guerra era la que contaba con la más elevada dignidad. Hoy esto es, para gran parte del mundo, impensable.

Un ejemplo más: en algunos pueblos de la antigua China, a cierta edad, los hijos tenían la obligación de llevar a sus padres a un lugar lejano para dejarlos morir; quienes no lo hicieran, eran vistos como hijos desconsiderados. Para nosotros, hoy esto es impensable e indigno.

La dignidad, entonces, cambia de acuerdo con lo que un individuo o sociedad considera como “digno”. Por lo mismo, nunca debemos confundir la eutanasia con la muerte digna. Para algunos, morir con dolor es un acto digno y merecen ser respetados a la hora de su propia muerte. Para otros, morir con dignidad es hacerlo en paz, sin dolor y en compañía de sus seres amados a través de una eutanasia y merecen exactamente el mismo respeto.


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