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La sátira de Posada a través del dulce rostro de su Catrina


Juventina Bahena

A pesar de las cuencas vacías, luce una dentadura completa y bien alineada, como la de una jovencita de sonrisa fresca. Su “rostro” está enmarcado por unos moños que suponemos de colores vivos, pero lo que nos hace sonreír es el enorme y ridículo sombrero adornado de flores y plumas que despierta nuestra simpatía. Es el grabado de La catrina, la calavera que hiciera famoso a Posada, porque antes de saber quién era su creador, la conocimos a ella.

José Guadalupe Posada alcanzó fama mundial con ese grabado, pero fue Diego Rivera quien le dio el nombre, porque su autor la llamó La garbancera y con el paso del tiempo se convirtió en la imagen asociada a la celebración del Día de Muertos.

La ilustración representaba una crítica social a las garbanceras/os, indígenas que dejaron de vender maíz para vender garbanzos, reproduciendo costumbres europeas y renegando de su propia raza, herencia y cultura. Era una crítica a muchos mexicanos pobres, que querían aparentar un estilo de vida que no les correspondía.

Diego Rivera la lanzó a la fama al darle su atuendo característico, con su estola de plumas, al plasmarla en su mural "Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central", donde la calavera aparece con su creador, José Guadalupe Posada, y una versión infantil de Rivera y con Frida Kahlo. Diego la llamó Catrina, haciendo alusión a la alta sociedad afrancesada de aquella época.

Laboró en tres estados e hizo trabajos, cuando menos, en otros cinco. Desde los dieciséis años aprendió los principios, métodos y prácticas del arte litográfico en el taller de Trinidad Pedroso. Fue ahí donde comenzó sus primeras obras. Más tarde experimentaría con planchas de zinc, plomo y acero. También trabajó el grabado en madera para ilustrar cajetillas de cerillos, libros y documentos. Dejó una gran producción de carteles, dibujos y grabados.

Su primer trabajo, en 1871, fue en el periódico El jicote, donde publicó 11 caricaturas; el último es La garbancera, en 1913, obra póstuma y también la más famosa. Como impresor, grabador e ilustrador en imprentas, dejó una vasta obra que consta de miles de volantes que realizó en 70 periódicos, las ilustraciones para los 110 libros de la Biblioteca del Niño Mexicano (impresa en 1900 en Barcelona) y de otra docena de libros.

De acuerdo con un anuncio que apareció en El fandango, en 1892 José Guadalupe Posada ofrecía al público sus trabajos como grabador en metal, madera, toda clase de ilustraciones de libros y periódicos, así como dibujante de litografía.

Posadas era una especie de “fotógrafo” que lo mismo ilustraba acontecimientos de nota roja, de carácter político y social, crímenes, accidentes y hasta pronósticos del fin del mundo; es decir, eran retratos de la sociedad decimonónica, de su vida pública, cotidiana y cultural, sin faltar los de la Revolución Mexicana.

Actualmente se nos presentan sus ilustraciones fuera del contexto temático y mediático. Quien no tiene esa visión del trabajo original, posiblemente solamente juzgue la calidad del grabado, pero no la crítica que encierra.

Era un perspicaz observador de su realidad y del acontecer nacional. A través de sus creaciones representó la devoción religiosa, la sátira política, temas de entretenimiento público o privado, juegos de mesa o carteles culturales en los que se anunciaba una corrida de toros, una pelea de gallos, una función de cine, que hacían circular gran cantidad de impresos en forma de volantes, periódicos, gacetillas, revistas, pequeñas publicaciones ilustradas, recetarios de cocina, cancioneros, cuentos e historias para niños.

Al hacer una reflexión sobre “las técnicas de grabado y los procedimientos gráficos utilizados y las características intrínsecas del trabajo de un grabador de la modernidad de fines del siglo XIX y principios del XX”, Gonzalo Becerra  señala que Posada continúa siendo un referente iconográfico que parece inagotable.

Plantea que “solamente puede explicarse por la extraordinaria calidad de su factura, por la frescura de su trazo y la precisa elaboración de sus imágenes, dotadas de un alto grado de iconicidad, no obstante la simplicidad de la línea, del toque caricaturesco, mordaz o de crítica en los periódicos satíricos de su época, amén de ser hondamente representativos de un imaginario popular todavía vigente”.

Es notable la influencia de Posada en artistas como José Clemente Orozco y Diego Rivera, señala Becerra. Con su trabajo evoca la imagen del mexicano que se ríe de la muerte, que exhibe con humor su pobreza.

Es casi imposible no sonreír ante el cuadro de la calavera de un hombre montando un corcel en huesos, con sombrero y lanza en mano, dejando a su paso calaveras contrahechas, lanzadas por los aires, vociferantes, en medio de ese campo de huesos, con un feroz grito de batalla.

Hay una especie de obsesión por ilustrar calaveras bailando, tocando, de huaraches, sombrero y sarape y con una enorme botella de aguardiente en la mano o vestidas de catrín.  

Cuando Posada tenía 61 años fue su catrina quien llegó por él un 20 de enero de 1913, en la soledad de su hogar, en la pobreza, olvidado por todos. Pero su legado está más presente que nunca.


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