Aída Espinosa Torres
Octavio Paz escribió en su ensayo El laberinto de la soledad: “El amor es el tema central de la poesía porque en él se concentra la esencia misma de la vida. Es el espacio donde se encuentran el deseo, la identidad y la búsqueda de sentido”.
El propio Octavio de Paz, en Piedra de Sol, afirmó: “Amor, amor, un redondo pensamiento que se despliega, un movimiento en la quietud, un mundo que gira sin cesar”.
Federico García Lorca, en Un poeta en Nueva York: “El amor está en la sangre; simplemente con mirarte el alma se lleva la muerte en un instante”.
En el desarrollo del hombre el amor ha sido un misterio fundamental, es así como la poesía amorosa ha adoptado un carácter místico cuando lo aborda, lo toca o lo enuncia. Precisamente capta y transmite emociones universales.
Los versos amorosos exploran pasión, dolor, alegría y nostalgia. A continuación, y para seguir en modo romántico, un ejemplo de poemas representativos. Se recomienda acompañar su lectura con música de fondo:
Me basta así, de Ángel Fernández
(Fragmento)
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir, con la boca),
y si ese sabor fuese igual al tuyo,
o sea, tu mismo olor, y tu manera
de sonreír, y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
de besar sin herir, entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma,
siempre diferente,
sin cansarme jamás del espectáculo de tu intimidad.
Pero no soy Dios,
y me faltan, además de los secretos,
la paciencia y la técnica,
por eso,
tú, eres tú,
y no más, tú,
he de conformarme
con verte y amarte tal como tú eres.
Espantapájaros, de Oliverio Girondo
Así me gusta el amor:
una flecha de sangre
que sella mis labios;
unos ojos que miran los míos,
y luego me olvido de ellos;
una piel que descubro con espanto,
como si abriera una tumba,
y una mueca espantosa.
Así me gusta el amor:
una sombra, una broma,
una mentira cándida,
como esta misma página
que dejo en tus manos.
Poema de amorosa raíz, de Alí Chumacero
Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.
Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.
Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.
Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.
Los amorosos, de Jaime Sabines
(Fragmento)
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor.
Los amorosos viven al día, no pueden hacer más,
no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre –¡qué bueno! – han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.