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El rector de la UNAM que creó la raza cósmica


Luz María Mondragón

Un día como hoy, 9 de junio de 1920, José Vasconcelos fue nombrado rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Dejó una estela que sigue brillando, cauda infinita de huellas históricas.

Vasconcelos fue el creador de una leyenda, el escudo y  el lema cósmico de la UNAM: Por mi raza hablará el espíritu. Ambos símbolos insuflan identidad a la universidad mexicana, la institución educativa latinoamericana más importante del mundo.

De mi sueño nació…

En su arco de esperanza, José Vasconcelos marcó el rumbo de la UNAM, soltando en delirio su bandada de flechas, al definir no sólo la misión de los universitarios al servicio del pueblo, sino su lema y escudo.

Imaginé así el escudo universitario que presenté al Consejo Universitario, con la leyenda Por mi raza hablará el espíritu, pretendiendo significar que despertábamos de una larga noche de opresión; con la convicción de que nuestra raza elaborará una cultura de tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima, dijo alguna vez José Vasconcelos.

En abril de 1921 propuso al Consejo Universitario cambiar el escudo que hasta entonces estaba formado por un águila en un nopal, enmarcada por la leyenda Patria: ciencia, amor, salud y pueblo. Presentó un nuevo  lema Por mi raza hablará el espíritu.

En el nuevo escudo, sobresalen el águila real mexicana y el cóndor andino, que protegen el mapa de América Latina, resignificando la unificación de los pueblos latinoamericanos.
Asimismo, el lema Por mi raza hablará el espíritu refleja la realidad de una época en la que las esperanzas de la Revolución estaban vivas, en la que había fe en la patria y el ánimo redentor se extendía en el ambiente.

Ese “espiritualismo”, que profesaba Vasconcelos, era parte de una corriente intelectual que se plasmó en la educación mexicana por largo tiempo y que se tradujo también en las campañas de alfabetización y las misiones culturales que impulsó, primero desde la UNAM y luego cuando fue secretario de Educación Pública.

La leyenda de la raza cósmica

La “raza” es una abreviación de la “raza cósmica", que refiere el mestizaje en nuestro continente, idea que posteriormente describió en su ensayo La raza cósmica ( 1925).

Ahí, Vasconcelos concretó la ideología de la "quinta raza", síntesis de todas las razas del mundo para construir una nueva civilización. La "raza cósmica" es resultado de la mezcla de las razas roja (amerindios), blanca (europeos), negra (africanos) y amarilla (asiáticos). Creía que América era un continente nuevo y antiguo, predestinado a contener una quinta raza (la raza cósmica), en la cual se fundirían las dispersas y se consumaría la unidad.

Vasconcelos humanizó el tema de la raza, lo adaptó a  América Latina, generando un discurso político que movió a la gente. Unió a los latinoamericanos bajo el paraguas de una misma identidad política y cultural. Por primera vez, insufló una idea vital: somos muy parecidos y necesitamos avanzar juntos.

La Universidad de la nación

Al ser nombrado rector, José Vasconcelos dijo: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”. Su objetivo fue preparar a los profesionales que el México posrevolucionario requería.

Durante su gestión se preocupó por alejar a la Universidad de la imagen elitista, ya no sólo los privilegiados tenían acceso a ella; le otorgó una misión histórica al decir: “ésta es la universidad de la nación, del pueblo mexicano”.

Enfatizó: por sobre todo hay algo que trasciende el espíritu, y es la misión de la universidad, que va más allá de cambios políticos y estructurales del país.

Vasconcelos coqueteó con el espiritismo

En su libro Ulises Criollo,  Vasconcelos compartió su contacto con el espiritismo, al que también fueron adictos dos expresidentes de México: Madero y Plutarco Elías Calles.
Narró:

“Con pretensiones de investigador científico abordé el estudio de los fenómenos espiritistas comenzando con Mesmer y rematando con Allan Kardek, cuyos libros consulté en la Biblioteca Nacional. Una secreta esperanza me insinuaba que acaso, por la misma vía experimental, podría volver a encontrar lo perdido, el principio sobrenatural que resuelve los problemas del más allá. Tomando como guía el volumen de la Biblioteca Alcan, del doctor Charcot, Hipnotismo y sugestión, empecé a visitar logias espiritistas, aparte de iniciar experiencias en la casa misma que habitábamos. En general, mis colegas eran escépticos, y cuando lográbamos ser admitidos a alguna prueba no era raro que la medium en trance, incomodada, advirtiese: “Hay influencias hostiles”. Nos echaban entonces del recinto y procedíamos a mover mesas por nuestra cuenta, siempre con resultados pueriles. Lo cierto es que la disciplina de la prueba científica nos era impuesta de tal modo en la preparatoria, que no era posible que prestásemos atención a casos de simple experimentación incontrolada”.

Acerca de sus experiencias con el espiritismo también explicó:

“Lo que me preocupaba y aun me atormentaba era mucho más serio y profundo que hablar con muertos que se aparecen a los vivos. Como el nadador que a medida que penetra en el mar siente que las ondas lo toman y acaba por perder el pie, así nosotros, avanzando en el estudio del fenómeno psíquico, en los textos de la psicología empírica perdíamos hasta el último apoyo de la noción querida de lo sobrenatural. El bien y el mal son productos como el aceite y el vitriolo, acababa de explicar Taine, y nuestro catedrático, don Ezequiel Chávez, exponía su materia con celoso apego a la teoría del paralelismo psicofísico de Fechner. Para curarnos de veleidades espiritistas nos recomendó el libro de Flournoy sobre la medium que, sin conocer más idioma que el propio, cuando estaba en trance hablaba el lenguaje del planeta Marte. Estudiando sus «mensajes» se descubrió en ellos una mezcla de ciertos signos del árabe y palabras de inglés y de francés. Investigó entonces Flournoy todas las lecturas que pudieran haber influido en el cerebro de la medium aun de modo subconsciente y, en efecto, en la biblioteca de su padre, antiguo funcionario de Colonias, halló un libro con dedicatoria en árabe. Las supuestas comunicaciones marcianas no tenían de árabe sino los signos contenidos en las líneas de la dedicatoria; con ellos construía un galimatías suficiente para maravillar a los ingenuos. Cada una de estas tremendas comprobaciones afirmaba nuestra fe científica, pero nos dejaba sumidos en terror y melancolía”.

José Vasconcelos falleció en 1959.

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