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Diego Rivera, el color del nacionalismo


Aida Espinosa Torres

Diego Rivera es uno de los principales representantes del muralismo mexicano, considerado un arte público, que contribuyó a la construcción de la identidad y la memoria colectiva. El 24 de noviembre recordamos el aniversario luctuoso del artista, cuyo nombre completo era Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez. Nació el 8 de diciembre de 1886, en Guanajuato.

A los diez años ingresó a la Academia de San Carlos; después de su primera exposición individual, en 1907, obtuvo una beca para estudiar en España y luego radicó en París, donde desarrolló la técnica cubista en sus obras. Más tarde, en Italia aprendió otras tendencias y dio más énfasis a su propio estilo. Volvió a México, donde a través del muralismo se dedicó a impulsar la historia y riquezas culturales.

Los pintores muralistas propusieron, en ese entonces, un arte público monumental al servicio de la Revolución Mexicana. Son obras de fuerte compromiso social, cuyo antecedente moral y ético era Guadalupe Posada.

El contexto nacionalista

Claudia Mandel, en su investigación, Muralismo mexicano: arte público, identidad, memoria colectiva, afirma que los murales de Diego Rivera plasmaban la ideología de la Revolución Mexicana, el nacionalismo que quería afianzar la unidad. El muralismo es “esta parte de la historia de la cultura, junto al de la historia económica y política, fundamental para comprender quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí”.

Después de la Revolución de 1910, José Vasconcelos impulsó la idea de modernizar al país y de construir la identidad nacional, así asumió la rectoría de la Universidad, en 1920. Posteriormente Vasconcelos definió el primer programa cultural del Estado postrevolucionario que marcaría las pautas legales, administrativas, institucionales e ideológicas de los sucesivos gobiernos. Además, desarrolló campañas alfabetizadoras y de bibliotecas públicas, todo esto rodeado de una mística revolucionaria.

Así, el nacionalismo afianzó la idea de unidad que lograría disolver las diferencias sociales. Vasconcelos, al ser nombrado por Álvaro Obregón como secretario del Ministerio de Educación Pública sostuvo que “el concepto clave de la revolución es la enseñanza que puede, mediante un plan educativo nacionalista, limar los conflictos entre los mexicanos produciendo la homogeneización de todos los habitantes”.

El Estado ampliaba su plan educativo al multiplicar el número de escuelas convirtiéndolas en centros de difusión de una nueva concepción de la realidad: la ideología de la Revolución Mexicana. El nacionalismo, como parte integral de dicha ideología, respondió a afianzar la unidad como un espacio ideológico que lograra disolver las diferencias sociales.

De ahí que el muralismo, según Mandel, fue un movimiento que tomó parte de un proyecto educativo integral al proyecto cultural del Estado; la iconografía del muralismo recrea la imagen de la revolución obrera y campesina, principalmente.

Despega el muralismo

José Vasconcelos, como secretario de Educación Pública, encargó, durante el régimen del general Obregón, una serie de murales para el patio de la Escuela Nacional Preparatoria. Fue Diego Rivera quien decora la Escuela Nacional Preparatoria, sede del Ministerio de Educación, “con alegorías de mitos cristianos y signos ocultistas, con reminiscencias a un simbolismo y un sintetismo tributario de Gauguin. Otro referente fue el cubismo, que le confirió el sentido de equilibrio, orden, armonía, y construcción”, afirma la experta.

En el mural La creación, que elabora en 1922 para el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, “aplica la simetría y el planismo que observó en los mosaicos bizantinos, cuyo interés provenía del cubismo sintético que practicó entre 1913 y 1917, y se incorpora a la arquitectura armónicamente sin competir con ella y vinculándose a valores clásicos en donde priman la economía y la racionalidad”.

En El Hombre, controlador del universo, de 1934, aparece la admiración por el progreso y la confianza en la máquina que contribuiría al mejoramiento de la humanidad.

El tema precolombino aparece en su obra a partir de 1923, cuando en la Secretaría de Educación Pública pinta, en el nivel de los primeros escalones, a Xochipilli en un paisaje de la costa tropical. Entre 1929 y 1930, en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca, eligió el tema de la historia del estado de Morelos, desde la conquista en 1521 hasta el triunfo de la revolución zapatista en pleno siglo XX.

El autor, Stanton Catlin, menciona que Diego Rivera se basó en distintas fuentes iconográficas: a) los códices prehispánicos, en particular La Matrícula de Tributos; b) los códices posteriores a la conquista, Sahagún, el Lienzo de Tlaxcala y varios más; c) Además, Catlin analiza aquellas piezas prehispánicas que Rivera pudo haber visto en el Museo de Antropología, así como el modo en que fueron incorporadas a este mural”.

En los murales de Palacio Nacional realizó una descripción de todas las culturas precolombinas, sus mitos y leyendas, artes y oficios. “Esta obra es considerada expresión genuina del espíritu nacional en la que los mexicanos, en el pasado y en el presente, son representados trabajando, luchando, sufriendo, viviendo y muriendo por la liberación nacional y la justicia social”, afirma Catlin.

Plasmó también el mito de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada emblema de la eterna lucha cósmica entre la materia y el espíritu y que constituía el principio nahua de la dualidad: los dioses y los hombres, el cielo y la tierra, la vida y la muerte.

Coinciden autores como Renato González Mello (1995), que Diego Rivera llamó, a mediados de los años veinte, una “iconografía”, en la que empleó para ello un conjunto de imágenes que tenían como antecedentes la literatura mexicana del siglo XIX y principios del XX. Esta “iconografía” abarca temas como la inagotable riqueza natural de México, la convivencia de castas, la representación de la tierra como una mujer fértil, el intercambio entre el campo y la ciudad, así como las escenas de la Revolución.

Una de las obras más recordadas de Diego Rivera fue el mural del Rockefeller Center, El hombre en el cruce de caminos, destruido en 1934, a menos de un año de su realización, por el contenido socialista que plasmaba una escena que incluía el retrato de Vladimir I. Lenin en el Rockefeller Center, edificio considerado corazón del capitalismo.

Diego Rivera retó a sus detractores cambiando la técnica del óleo al fresco, pintando emblemas del comunismo dentro de la escena, poniendo banderas de color rojo, incluir a personas de distintas razas, poner a Wall Street con una visión decadente del capitalismo en contraste con el progreso socialista.

Diego Rivera representa para México y su plástica un referente imprescindible a nivel internacional. Se erigió como uno de los más destacados muralistas, pero también le pertenecen extraordinarias obras en caballete, como el retrato. Es considerado el gran ilustrador de la historia de México.


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