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Los boleros de San Lázaro ¿grasa, joven?


Ángel Luna Medina

La espada fulgurante es una deslumbrante reinvención de la leyenda del rey Arturo y su célebre espada Excalibur, capaces de hacer que mundos en ruinas florezcan de nuevo.

En esa hoja de acero, el resplandor del sol se refleja cegador. Más allá de los debates parlamentarios, la Cámara de Diputados, como las leyendas artúricas, también es un relato que inspira un mar de historias, narrativa coral de voces plurales.

En una esquina de la Plaza de Los Constituyentes, en el recinto de San Lázaro, late un universo particular habitado por trabajadores que realizan con esmero un oficio tradicional y noble: lustrar calzado. Ellos se forjaron en la universidad de la vida, en la que adquirieron saberes, experiencia, títulos y maestrías. Son maestros en el arte de embellecer zapatos, de hacer que un calzado, aun en ruinas, recupere juventud y belleza, que florezca de nuevo.

Gracias a sus manos expertas, por los pasillos, salones, oficinas y plazas del Palacio Legislativo de San Lázaro, las y los diputados, empleados y visitantes presumen zapatos resplandecientes como espejos, que reflejan el resplandor del sol, cual espada fulgurante.

La revista Cámara, periodismo legislativo, realiza un sencillo homenaje a este gremio que forma parte de la vida cotidiana del Palacio Legislativo. En la estela de inclusión, no discriminación e igualdad de género que abandera el Congreso de la Unión, por primera vez se ha integrado una mujer a este oficio: Raquel Refugio Cancino Rincón, que insufla un eterno resplandor a los zapatos de la comunidad.

Raquel se muda de las calles al Palacio

Raquel tiene 44 años de edad. Lleva 26 años boleando calzado, más de la mitad de su vida. Este oficio tradicional lo había realizado en calles de la Ciudad de México, principalmente del Centro Histórico y de la alcaldía Venustiano Carranza, por los rumbos de La Candelaria, La Tapo y San Lázaro; también en Pantitlán.

Afortunadamente, para Raquel terminó la dura lucha, de sol a sol, por llevar el pan a su mesa, desde hostiles caminos capitalinos. Las calles ya son sólo recuerdos que navegan en el pasado. Hace un mes alcanzó un sueño largamente acariciado: trabajar lustrando calzado en el Palacio Legislativo.

Raquel se afana en bolear zapatos. Y nos muestra los elementos de trabajo que siempre la acompañan.

“Lo que lleva un buen bolero es el indispensable cajoncito, las brochas, tintes, grasas, cepillos, buenos trapos; es bueno tener todo limpio y un trapo para cada color de zapato. Me siento orgullosa, yo trabajo 28 colores para lustrar perfectamente los zapatos”.

Cada profesión, cada oficio, tiene sus secretos. Raquel compartió el suyo: “siempre tengo en mi mente hacer mi trabajo con amor. Otro, es que yo siempre quise distinguirme, ser diferente a los demás, no trabajar con lo mismo toda la vida, por eso durante estos 26 años de trabajo he experimentado con los materiales, los colores, las grasas…Como Dios me dio a entender, experimenté con todo. Así he mejorado. Mis clientes quedan satisfechos porque exclaman: ¡esta valedora bolea bien chingón!” Raquel es expresiva, contagia el cariño que le tiene al oficio. “¡Cómo no lo voy a querer! Soy madre soltera, de aquí hice crecer a mi hijo que tiene 20 años de edad. De la boleada le di estudios, acaba de terminar la preparatoria. Él, en las mañanas lustra calzado en una base de policías, y por las tardes vende café y pan”.

Lamentó que la demanda de boleadas tienda a escasear. Sueña con tener mucho trabajo, aunque se canse, porque después de una jornada laboral le duele el cuello. Tiene que tomar calmantes para el dolor de la nuca.

Asaltar el cielo

Desde la mitología griega a Carlos Marx, autor de El Capital, ha sobrevolado la frase, idea o concepto del asalto a los cielos. Para Marx era la llegada de los trabajadores al poder. En los cielos sólo habitan los dioses y los mortales contemplan cohibidos desde abajo. En realidad, al final del siglo XVIII, es el poeta romántico Friedrich Hölderlin, en su novela Hiperión, quien expandió el idealismo de esta metáfora.

Para Carmen, dejar las calles y realizar su oficio en el Palacio Legislativo es tocar el cielo. “Me siento orgullosa y agradecida con Dios, yo le pedía mucho entrar aquí. Ahora, siento muy bonito, me siento apasionada. ¡Me lo merezco! ¿no? Ya no trabajo de sol a sol, sino en la sombra, ya no batallo en las calles, por ejemplo, para ir al baño, hasta tenía que pagar por este servicio. En la calle ya hasta me estaba quedando de otro color, por las quemadas del sol, por el calor…

Aquí todo me gusta, la atención y amabilidad de la gente. Todos son requete buena onda, no son groseros. A una trabajadora de limpieza hasta le dije: ¡amiga, amo tu trabajo! Porque yo, antes de ser bolera, fui barrendera de las calles”.

El verano invencible de Raquel

Tras la desolación de la II Guerra Mundial, el escritor Albert Camus reflexionó que en vez de llorar o resignarse a la muerte del espíritu, hay que luchar por la supervivencia de la esperanza, que nos hace encontrarle algún sentido a la vida y a la propia existencia, cuando nuestro mundo ha sido devastado.

A la humanidad, Camus dejó un legado inspirador: “…en medio de las lágrimas descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible; en medio del invierno descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz, porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta…”

Recordé a Camus, escuchando a Raquel. Ella es bolera desde los 18 años. Pero antes, cuando era menor de edad, era barrendera, un trabajo todavía más duro.

Ella encendió un recuerdo, cuando, para sobrevivir, barría las calles aledañas al Estadio Azteca. En el cielo el sol ardía como inmensa llama y ella sentía sed, calor, hambre. “Era un trabajo muy mal pagado. Por la gracia de Dios, se me metió la idea de ser bolera. Me aferré a aprender a bolear, por eso inicié el aseo del calzado, para ganarme unos pesos más. De ahí me gustó lustrar zapatos”.

El oficio de lustrar zapatos, por décadas, fue un mundo masculino. Por ser mujer, el trabajo de bolera ha sido duro, un reto, un desafío, una odisea, porque les cierran las puertas. También es batallar con los prejuicios de los clientes, que inicialmente desconfían de la habilidad femenina para asear calzado.

“No fue fácil aprender. Los hombres son egoístas, no querían enseñarme. En Pantitlán, les rogaba: enséñame; mejor se daban la vuelta y hasta se tapaban para que yo no viera cómo trabajaban, qué materiales ocupaban. Yo me aferré a aprender.

Mandé hacer mi cajón, compré mis cepillos, mis tintes, mis brochas, los colores. En 1998 cobraba a cinco pesos la boleada, hacía como cinco diarias. Fui avanzando, ya llevo 26 años. Yo no soy egoísta, el sol sale para todos, quien quiera aprender, le enseño.

Un cajón de bolero se arma con una inversión de mil pesos”.

Raquel se despide expresando: “estoy ilusionada, le ruego a Dios que aquí venga mucha chamba boleando zapatos. Porque hace medio año me robaron mi bicicleta y no he podido comprarme otra.

Me hace muchísima falta, era mi transporte a mi casa. Vivo en Chimalhuacán y me hacía dos horas de trayecto en mi bici. Me venden una sencillita en 700 pesos, pero no he podido juntar el dinero para comprarla”.

La respuesta está en el viento

Joel Raúl Suárez Mendoza está en la primera línea de batalla por la supervivencia, en la lucha por sobrevivir. Tiene 38 años de edad. La necesidad lo empujó, a los 15, a abrazar el oficio de lustrar calzado.

Al principio fue difícil, no tenía el conocimiento que ahora sí domina. Hace siete años llegó al Palacio.

Desde Chalco, cada mañana viene, tras dos horas de camino. Joel es introvertido, tímido. Pero su trabajo habla a raudales, por él. Agradece la oportunidad de realizar su oficio en el Palacio, pues no tiene que andar acá y allá en las calles. “Me gusta estar en este lugar, en este espacio, me siento bien, me siento a gusto”.

Comparte su secreto laboral: “Las ganas de trabajar…las ganas de hacer muy bien el trabajo”.

Cierto, brillan los zapatos que él bolea. Joel prefiere no pensar en sueños, quizás sueños rotos. Alguna vez tuvo proyectos de vida, “pero uno nunca sabe”, dijo lacónico. Evocó aquel tiempo oscuro, tan duro, de la pandemia en 2020 por el virus del covid. “De repente comenzaron a faltar personas…y también el trabajo”.

La pluma, la música de Bob Dylan lanzó una pregunta: ¿cuántos mares debe surcar una blanca paloma antes de descansar en la arena?

Joel destila pinceladas de sensibilidad, compartiendo: “en los ratos en que no trabajo, en que no tengo que hacer boleadas, me gusta mirar los jardines de la plaza. Volteo, veo las plantas…y me gusta sentir el aire”.

Como escribió la sensibilidad de Sor Juana Inés de la Cruz: “Goza, sin temor del hado, el curso breve de tu edad lozana, pues no podrá la muerte de mañana quitarte lo que hubieres hoy gozado”.

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