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Debate presidencial, la confrontación de ideas


Aida Espinosa Torres

El debate presidencial es considerado como el ritual más atractivo de las campañas políticas. El espectáculo político-electoral especialmente esperado. En muchos países significa un negocio para las televisoras y los demás medios de comunicación; sin embargo, no debemos negar su valor como práctica democrática e impulsor de la libertad de expresión, sobre todo en Latinoamérica, donde hubo una época de dictaduras militares que hicieron desaparecer libertades y derechos políticos.

Desde esa perspectiva, es importante retomar el objetivo principal de los debates en la comunicación política: que el votante tenga más información, la procese y le ayude a decidir su voto. Dan la oportunidad de conocer las propuestas de gobierno y compararlas. Además, durante el debate se conocerá cómo se desenvuelve un candidato bajo presión y se identificará su verdadera personalidad, aunque también tendrá la oportunidad de difundir sus mensajes y programas a nivel nacional.

Defender opiniones y mostrar la destreza con la que se hace esa defensa para agradar y persuadir a la audiencia proviene desde los antiguos griegos. Protágoras decía que una causa débil se puede tornar fuerte gracias a los razonamientos y argumentos. Aristóteles mencionaba tres elementos esenciales para persuadir a un auditorio: el carácter moral del orador, la maestría para transmitir una emoción favorable y la elocuencia o capacidad de argumentación.

El debate se debe realizar en un entorno confiable: la entidad que lo organiza, el o los personajes que harán las preguntas, el lugar donde habrá de desarrollarse, etcétera. Sin embargo, y a pesar de sus beneficios, por ejemplo, República Dominicana carece de la cultura de los debates o también hay países, como España, donde son intermitentes.

En términos generales los debates no cambian los resultados de una decisión previa, pero si las votaciones están muy reñidas, cualquier error podría ser motivo para tener resultados desfavorables. Recordemos el primer debate televisado en la historia; fue en los años 60 en Estados Unidos, donde 80 millones de telespectadores vieron el encuentro entre Richard Nixon y John F. Kennedy. Ahí la apariencia de Kennedy (recién afeitado, con un traje negro impecable, laca en el pelo) le valió más que cualquier elocuente discurso.

En contraste, Nixon se negó a maquillarse, vestía traje gris que se perdía entre la escenografía del foro y el blanco y negro de la televisión de esa época; además, su semblante estaba desmejorado debido a una operación de rodilla a la que se había sometido recientemente.

A pesar de que los ciudadanos que oyeron el debate por radio colocaron a Nixon como ganador, Kennedy obtuvo la presidencia. Debido a que en la actualidad los debates son televisados, en este y otros casos no sólo nos enfrentamos a una buena argumentación y discurso sino a un tema de imagen.

Sin embargo, no desestimemos el corazón propio de los debates: la palabra, la argumentación razonada, ágil y oportuna. Además del debate mítico de Nixon y Kennedy el 26 de septiembre de 1960, está el encuentro entre Ronald Reagan y Walter Mondale, el 21 de octubre de 1984, cuando Reagan, a sabiendas de que se le atacaría por el tema de la edad, así enfrentó a Mondale: “No voy a hacer de esta una campaña un dilema de edad. No me voy a aprovechar de la juventud y de la falta de experiencia de mi oponente”. Ésta fue una de las más memorables exposiciones del entonces candidato republicano con la que ganó el debate y la presidencia.

México y el impacto de los debates

En 2018 el Instituto Nacional Electoral (INE) informó que más de 12.6 millones de personas mayores de 18 años vieron por televisión el Segundo Debate Presidencial que se realizó en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), Campus Tijuana, y acumuló 1.3 millones de visualizaciones en YouTube, mientras que en vivo alcanzó 1.2 millones en Twitter y 1.7 millones en Facebook.

Respecto del alcance en televisión, el segundo encuentro entre los candidatos a la presidencia de la República lo vieron 1.2 millones de personas más que el primer debate, realizado el 22 de abril en el Palacio de Minería, lo que representó un incremento del 9.6 por ciento.

La autoridad electoral en México regula y estipula los términos con los que se deben realizar los debates de carácter obligatorio entre candidatos, así como las reglas aplicables al ejercicio de la libertad de los medios de comunicación para organizar y difundir debates entre candidatos a cualquier cargo de elección popular.

La cultura de los debates presidenciales en México es reciente. Al pasar de los años sus reglas y formatos han cambiado. Se ha dado relevancia no solamente a los intereses de los partidos y contendientes sino al derecho a la información de las y los ciudadanos. Ya son una herramienta que impulsa el voto libre e informado. Los cambios legislativos que hubo al respecto fueron decisivos para garantizar la certeza e imparcialidad de este ejercicio democrático.

El primer debate presidencial tuvo lugar en mayo de 1994; éste, al igual que los efectuados hasta 2012, fueron realizados por los propios contendientes. El de 1994 se desarrolló en medio de una turbulencia política, tras la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el asesinato del candidato Luis Donaldo Colosio. La sede fue el Museo Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad y se transmitió bajo la convocatoria de la Industria de Radio y Televisión (CIRT). Se desarrolló bajo el esquema de tiempo igualitario y no estaban permitidas las interrupciones ni el diálogo entre debatientes. La moderadora fue la periodista Mayté Noriega.

De frente a la contienda electoral del 2024 los próximos debates presidenciales, de acuerdo con el INE, se desarrollarán los domingos 7 y 28 de abril y el 19 de mayo a las 20 horas, en la Ciudad de México. Su formato será flexible, es decir, habrá interacción entre debatientes y participación ciudadana. Los temas: seguridad, economía, corrupción, salud, educación, pobreza, medio ambiente, migración, política exterior, grupos vulnerables, política y gobierno.

Personal del INE recorrerá las 32 entidades del país y algunas ciudades del extranjero para videograbar preguntas de la ciudadanía que serán usadas en el segundo debate.

Debates en América Latina

Si bien la tradición de los debates presidenciales viene de las democracias más maduras, como la americana y la francesa, el primero en Latinoamérica fue en 1960, en Brasil, donde resultó electo Janio Cuadros, candidato del Partido Demócrata Cristiano, quien duró en el cargo sólo un año. En 1964 Brasil sufrió un golpe militar que duraría poco más de una década.

Con esta dictadura se abrió una época en América Latina en la que los gobiernos democráticos, los procesos electorales y los derechos políticos quedaron suspendidos durante casi tres décadas. Brasil, Argentina, Chile, Ecuador y Uruguay sufrieron las consecuencias de la militarización en sus gobiernos y se unieron a Bolivia, Paraguay, República Dominicana, Haití, Nicaragua, Perú y Venezuela, que ya padecían regímenes militares.

Fue hasta la época de los 90 cuando América Latina retoma la organización del sistema de partidos, de la libertad de voto y de la democracia como forma de gobierno. Así entonces, surgieron los debates presidenciales impulsados por los medios de comunicación, como en Uruguay, donde, en el 2009, después de 15 años suspendidos, se reanudaron los debates en el canal 14 de televisión Montecarlo. En Haití, la asociación de periodistas y radiodifusores organizó en el 2010 el primer debate entre sus 19 candidatos a la presidencia.

El caso de Argentina es similar; fue hasta 2015 cuando dos de sus candidatos a la presidencia tuvieron un debate, por primera vez en la historia del país. En Perú, en 1990 los candidatos Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori inauguraron esta actividad democrática.

En Paraguay, igual que en México, la ley electoral obliga a los candidatos a debatir sus proyectos de nación ante el electorado. No obstante, algunas veces se han negado a asistir, como Luis Inacio Lula da Silva, en Brasil en 1989, o de Andrés Manuel López Obrador en México en el 2006. Poco a poco se ha constatado que esta forma de contrastar programas, ideas, visiones y proyectos de nación de los candidatos a la presidencia ha tomado cada vez más interés en América Latina.

Los debates alrededor del mundo

Tanto en Estado Unidos como en Europa, los debates tienen un papel decisivo en las campañas electorales. Pero en Estados Unidos son organizados desde 1988 por la Comisión para los Debates Presidenciales, una organización privada sin ánimo de lucro financiada con donaciones de grandes empresas, pero gestionada por los partidos Republicano y el Demócrata.

En Alemania los debates televisivos entre los principales candidatos se llaman “tertulias de elefantes”, por el peso de los políticos que participan en ellos. En los enfrentamientos se dan cita las cabezas de los partidos con representación parlamentaria, pero también ha habido duelos a dos entre el canciller y su contrincante.

El 4 de septiembre de 2005 se celebró el debate más visto en la historia del país, retransmitido no sólo por las televisiones públicas, sino también a través de dos canales privados y varias estaciones de radio. Lo vieron casi 21 millones de personas. El encuentro lo protagonizaban Schröder, un canciller muy mediático, y la candidata democristiana, Angela Merkel. Las encuestas dieron a Schröder como claro ganador. Merkel ganó las elecciones por mucho menos de lo que le pronosticaban las encuestas y no pudo coaligar con sus aliados liberales. Posteriormente, en 2013 hubo un duelo televisivo entre Merkel y su contrincante, Peer Steinbrück. La ganadora indiscutible fue Merkel.

En Francia, los debates electorales han marcado no solamente el resultado de las elecciones, sino la historia del país. Difícilmente un francés no recordará a François Mitterrand en 1988 llamando a Jacques Chirac "monsieur le premier ministre", dejando claro quién era y quién iba a ser el presidente.

La Ley número 28, aprobada en el 2000, regula en Italia la participación de los candidatos en los debates electorales y su presencia en la televisión durante el periodo de campaña previo a los comicios. Esta legislación establece que los candidatos deben ser tratados con igualdad, sean del partido que sean. Es decir, todos deben gozar de la misma cuota de pantalla y en las mismas franjas horarias.

Sin embargo, el problema aparece con los debates electorales, tal y como ocurre en España. Los candidatos en Italia siempre quieren participar en los debates. Difícilmente nadie dirá que no quiere ir. Sin embargo, si un candidato no quiere participar no lo hace. No existe ninguna normativa que le obligue.

Los debates televisivos tienen poco tiempo en el Reino Unido. En 1979, el entonces primer ministro laborista Jim Callaghan accedió a un debate electoral, pero su rival conservadora, Margaret Thatcher, declinó a la oferta alegando que "los debates al estilo presidencial son ajenos a la cultura política británica".

El primer debate llegó hasta el 2010, cuando el conservador David Cameron, el liberal-demócrata Nick Clegg y el laborista Gordon Brown se midieron en tres debates consecutivos. Cameron y Clegg se beneficiaron de la nueva plataforma televisiva, que según los sondeos pudo influir hasta en un 38% de los votos.

Estrategia durante los debates

La aclamación y el ataque son las estrategias más utilizadas en los debates presidenciales. En el primero se dejan ver las propuestas y posturas políticas de los candidatos, en el ataque se aprovecha cualquier error o acción del contrincante para debilitarlo.

En Estados Unidos, según un estudio de 2010 , se detectó que la aclamación predominaba sobre las demás estrategias; esto se debe, en gran medida, a que en el modelo estadounidense existe un panel de periodistas que generan las preguntas, con público presente. Este formato propicia que los candidatos se enfoquen más en responder a los periodistas que en confrontar directamente al oponente. En Francia, por ejemplo, los debates no están concebidos como espectáculos sino como programas informativos, existe un moderador que propone temas, mas no preguntas, fomentando la confrontación directa entre candidatos. Se realizan sin público.

En países como España y ahora en México, se podría considerar un modelo híbrido, incluyendo ciertas características de cada uno. Por un lado, se muestra la espectacularidad del modelo estadounidense, pero en su desarrollo está más cercano al modelo francés, ya que se facilita la confrontación directa. En México la estrategia que predominó fue el “ataque”. Hay más confrontaciones que propuestas.

Otra de las coincidencias de los tres países (Estados Unidos, España y México) es que predominaba en la discusión el tópico de la política más que el del candidato. Es decir, se abordan más las propuestas y el historial político que los aspectos referentes a su imagen.

De los errores más terribles en los debates que marcan los estudiosos es, sin duda, olvidarse sobre lo que se tenía planeado decir y no saber qué contestar por estar desprevenido o desinformado del asunto del cual se le pregunta. Un claro ejemplo fue cuando Antanas Mockus en el debate a la presidencia de Colombia con José Manuel Santos no supo contestar una pregunta de las periodistas que moderaban el debate de RCN. Se referían a las posturas sobre una posible reforma judicial que separaría las funciones de investigación y juzgamiento de la Corte Suprema de Justicia para los congresistas. No supo qué decir y evidenció no estar enterado del asunto; creó un ambiente de desconfianza entre los televidentes.

Otro elemento negativo es la ofensa o el insulto al que, sin llegar a los golpes, como en Rusia, los candidatos recurren sin percatarse de que este recurso no es muestra de hombría sino de inmadurez. Como recurso discursivo y retomando a Cicerón: “la verdad será de aquel quien utilice las mejores palabras”.


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