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Ganar espacio político, permanente lucha de la mujer


Aída Espinosa Torres

¿Cómo la Historia ha tratado a las mujeres en el poder? ¿Cuál es el papel de las mujeres políticas? ¿Para qué sirve el poder y cómo se mide?  Éstas son algunas de las interrogantes que se plantea Mary Beard, en su ensayo Mujeres y Poder (2023). Con tono irónico, la propuesta de la autora es reflexionar no sólo del poder en los puestos tradicionales: presidentes, periodistas, ejecutivos, directivos de la televisión y otros cargos, sino también la situación de las mujeres fuera del poder. Las mujeres comunes y corrientes.

Este ensayo se divide en dos partes: la voz pública del poder y mujeres en el ejercicio del poder. La premisa principal de la autora es que el modelo cultural y mental de una persona poderosa sigue siendo masculino. Mary Beard es catedrática de Clásicas en Cambrige, editora en The Times e integrante de la Academia Británica de Artes y Ciencias.

En su trabajo argumenta que a lo largo de la Historia el discurso público y la oratoria no eran actividades en que las mujeres tuvieran participación. Sólo eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género. En el terreno de la autoridad, las mujeres todavía son percibidas como ajenas al poder.

Mujeres en el ejercicio del poder

La autora se pregunta: ¿En la práctica significa algo el porcentaje de mujeres en los parlamentos? Actualmente el número de mujeres en el parlamento de Ruanda es más del 60 por ciento, mientras que en Reino Unido sólo se tiene 30 por ciento. También es sorprendente que en la Asamblea Consultiva de Arabia Saudí se tenga mayor porcentaje de mujeres que en el Congreso de los Estados Unidos. Las cifras pueden ser motivo de aplauso, pero al ver lo acontecido con las mujeres tras la guerra civil de Ruanda( 1), “me pregunto si, en algunos lugares, la presencia de semejante número de mujeres en los parlamentos es indicio de que el poder no se encuentra precisamente allí”, afirma la autora.

Surge también otra pregunta: ¿Cuál es la relación entre el porcentaje de igualdad en los parlamentos y el número de veces que se propusieron “temas de mujeres” los cuales tampoco se debería de percibir como “temas de mujeres”, ni que sea el motivo por el que se quiera tener a las mujeres en los parlamentos? La autora argumenta: se deben tener mujeres en los parlamentos sencillamente porque “no podemos permitirnos prescindir del conocimiento de las mujeres, ya sea en tecnología, economía o asistencia social”.

Finalmente, la autora revela que es importante ver “cuán profundamente intrincados están en la cultura occidental los mecanismos que silencian a las mujeres, que se niegan a tomarlas en serio y que las aíslan”. Para Beard, no sólo se trata de acceder a los pensamientos de las mujeres que aspiran a cargos de alta dirección o sobresalientes, sino de mujeres que sienten que deben participar en el poder.

Normalización de la violencia de género

En el libro, el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer «que se calle» que su voz no había de ser escuchada en público. Es un momento inmortalizado al comienzo de la Odisea de Homero: 

Penélope desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio y se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso al hogar, como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Telémaco: «Madre mía — replica—, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca ... El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa». Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior.

Éste es un momento histórico en que se silencia a una mujer, pero también existen formas en que no se escuchan públicamente las voces de las mujeres en la cultura y política contemporánea, desde los escaños del Parlamento hasta las fábricas y talleres. La idea se ilustra con una viñeta del ambiente sexista en una sala de juntas donde una colaboradora expone una propuesta: “Es una excelente propuesta, señorita Triggs. Quizás alguno de los hombres aquí presentes quiera hacerla”.


Editorial: Crítica

Algunos ejemplos más que se presentan dentro de la tragedia griega: Agamenón de Esquilo, y su antiheroína Clitemnestra, quien asume el gobierno efectivo de la ciudad durante la ausencia de su marido, que está luchando en la guerra de Troya, y en el proceso deja de ser mujer. El autor utiliza términos masculinos para referirse a ella, por otro lado, está Lisístrata, escrita en el siglo V aC, quien bajo su liderazgo las mujeres obligan a sus maridos a poner fin a la guerra contra Esparta negándose a tener contacto en ellos, hasta que pararan la guerra. Finalmente ceden a las exigencias de sus mujeres.

A pesar de que ésta es una de las pocas muestras de poder femenino dentro de la literatura antigua, afirma Mary Beard, por otro lado, se nos muestra de otra manera. Las representaciones en aquel tiempo no estaban a cargo de las mujeres; eran los hombres quienes las representaban.

Mujeres y actores eran exclusivamente hombres, además, en la última escena el proceso de paz consiste en sacar a una mujer (que era hombre) desnuda a escena y la utilizan como si fuera el mapa de Grecia.

Y el más famoso de todos los mitos: Medusa, la criatura monstruosa con la capacidad mortífera de convertir en piedra a todo aquel que la mirase a la cara. Aquí, “el dominio masculino se reafirma violentamente contra el poder ilegítimo de la mujer”.

Actualmente, la representación de Medusa en el arte ha sido reproducida para decapitar a mujeres políticas: Angela Merkel, Hillary Clinton son identificadas como medusas y reciben el mismo tratamiento.

El sindicato de la policía apodó a Theresa May, cuando fue ministra del interior, Medusa Maidenhead, en ese sentido, May salió bastante bien parada en comparación con Dilma Rousseff, cuando fue presidenta de Brasil, y tuvo que inaugurar una exposición Caravaggio. La Medusa estaba ahí, y el fotógrafo no se pudo resistir a tomarle una foto. La autora, señala que no es que los hombres no se sometan a burlas, pero los resultados son diferentes. Recordemos cuando la TV presentó una escena satírica de la cabeza de Trump cortada, el humorista, simplemente, fue despedido. En cambio, cuando se hizo la representación de la Medusa- Hillary Clinton se convirtió en un artículo decorativo, había camisetas chalecos, tazas y bolsas.

Expone, que dentro de los mitos y relatos de la antigüedad existían excepciones como la de Afrania, quien solía iniciar ella misma las demandas judiciales y se defendía personalmente, por lo que todo el mundo estaba harto de sus “gruñidos”, es decir que no se le concedía la gracia del «habla» humana. En el mundo clásico, explica la experta, existía sólo dos importantes excepciones respecto a las mujeres que hablan en público: a las mujeres se les concedía permiso para expresarse en calidad de víctimas y de mártires, normalmente como preámbulo a su muerte.

La otra excepción un poco más común, pues en ocasiones las mujeres podían levantarse y hablar legítimamente para defender sus hogares, a sus hijos, a sus maridos o los intereses de otras mujeres. En circunstancias extremas las mujeres podían defender públicamente sus propios intereses sectoriales, pero nunca hablar en nombre de los hombres o de la comunidad en su conjunto. En general, “una mujer debería guardarse modestamente de exponer su voz ante extraños del mismo modo que se guardaría de quitarse la ropa”.
El discurso público y la oratoria no eran simplemente actividades en que las mujeres no tenían participación, sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían a la masculinidad.

Por suerte nuestro sistema político ha derribado muchas de las convicciones de género de la antigüedad, pero, aun así, nuestras propias tradiciones de debate y discurso público, sus convenciones y normas, siguen todavía, en gran medida, la estela del mundo clásico. Se da el caso de que cuando los oyentes escuchan una voz femenina no perciben connotación alguna de autoridad.

Tampoco se suele escuchar la voz de alguien experto en otros sectores que no sea los tradicionalmente adjudicados a la mujer, por ejemplo, para una parlamentaria, ser ministra de Igualdad (o de Educación o Sanidad) es algo muy distinto que ser ministra de Hacienda, cargo que dicho sea de paso hasta el momento no ha sido ocupado, por ejemplo, por ninguna mujer en el Reino Unido.

La réplica del modelo masculino

En la historia actual, a menudo, las mujeres, para hacerse oír, imitan cierta retórica masculina. Uno de los ejemplos más cercano es Margaret Tatcher, quien reeducó su voz, demasiado aguda, para darle un tono grave de autoridad. ¿Funcionó? Sí funcionó. Que las mujeres quieran aparentar ser hombres puede ser una solución, momentánea, pero no resuelve el problema, asegura la autora.

Más bien, propone, en vez de impulsar a las mujeres a reeducar la voz para adquirir un tono agradable, ronco y profundo, se debería analizar las fallas o deficiencias que subyacen en el discurso masculino dominante.

El planteamiento es que se debería analizar las fallas y fracturas que se esconden en el discurso masculino. De acuerdo con la autora, a pesar de que hoy en día hay más mujeres en el poder que hace 10 años, aún se tiene trabajo por hacer. Las mujeres todavía son percibidas como elementos ajenos al poder. Desde la forma que deben de lucir hasta su forma de hablar o hasta sentir, tiene que ver con lo masculino.

La convención de usar traje o pantalón, desde Angela Merkel hasta Hillary Clinton, puede ser cómoda y práctica, así como el bajar el timbre de voz para que las mujeres parezcan más viriles y puedan, así, encajar mejor en el papel del poder. Alguna vez la reina Isabel I dijo en un discurso que tenía “el corazón y el estómago de un rey”.

El enfoque de este trabajo no sólo es la voz de las mujeres y la esfera pública de los discursos, debates y comentarios; es poner en la lupa a la política en su sentido más amplio, desde los comités de empresa hasta el Parlamento. “Es comprender — y hacer algo al respecto— por qué las mujeres, incluso cuando no son silenciadas, tienen que pagar un alto precio para hacerse oír; hemos de reconocer que el tema es un poco más complicado y que hay un trasfondo al que hay que remitirse”.

La propuesta de Mary Beard es concebir el poder de otra forma; es redefinir al poder y no sólo a las mujeres. Lo que se debe de hacer es cambiar la estructura y eso significa considerar al poder de forma distinta. Las tácticas y estrategias que hay detrás de una mujer con “éxito” no se limita a copiar expresiones masculinas, se deben atrever a convertir los símbolos femeninos en poder. Explotar puntos aparentemente débiles y poco femeninos.

1  Se estima que durante el genocidio ruandés entre 250.000 y 500.000 mujeres y niñas fueron violadas

Editorial: Crítica

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