El gobierno mexicano ha oscilado su atención a los adultos mayores, tan vulnerables debido a sus muchas carencias, y optó por aumentar la pensión universal, pero hay pendientes muy importantes como la aprobación de un Sistema de Cuidados, lo que nos lleva necesariamente a la cuestión de los recursos para garantizar la sostenibilidad de la política social que incluye las pensiones no contributivas y los programas sociales hacia niños, jóvenes y mayores. En este escenario, cobra relevancia el bono demográfico, y de ello nos habla Ana Gabriela Núñez Pérez, directora general del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP), licenciada en Ciencias Políticas y Administración Pública, con estudios de maestría en Administración Pública y Gobierno, y estudios de Derecho.
La directora del CESOP explica que cuando el sistema de pensiones fue creado se proyectó una sobrevida de un poco más de 60 años y que la pensión sería suficiente para esos pocos años de sobrevivencia. Ahora no. A los 60 años es factible observar una vejez activa, incluso 30 años más con esa misma pensión. El problema es que no todos tienen acceso a ella y dependen de la transferencia directa del programa 65+, de la ayuda de los hijos o familiares.
Este segmento de la población tiene sus particularidades, de ahí que existen diferentes vejeces que se determinan por las vivencias pasadas, es decir, juventudes precarias hacen vejeces precarias; de ahí que es necesario legislar desde todas las etapas de la vida incluyendo la vejez, para no dejar a este sector de la población olvidado, marginado, excluido, en soledad, sostiene Gabriela Núñez.
Para proporcionar apoyos a la población se requieren recursos del Estado y en México siempre son insuficientes, para ello se necesita que los jóvenes se integren al mercado de trabajo para que sus impuestos satisfagan esas necesidades de la población. Pero si la pirámide generacional se invierte habrá menos fuerza laboral, aun cuando hay más gente mayor que trabaja. Si se reduce el segmento de jóvenes y, además, ya no desean tener hijos ¿cómo balanceamos el asunto de los ingresos y en qué segmento de la población recaerá la generación de la riqueza?
—Si los abuelitos tenían 6 o 7 hijos, hoy las parejas tienen dos en promedio. Si en la base de la pirámide poblacional había más jóvenes, hoy está al revés porque hay aproximadamente 14 millones adultos mayores (11 por ciento de la población total). Para 2030 habrá más adultos mayores, acercándose en porcentaje al total de niños menores de 15 años. Se invirtió la pirámide con menos jóvenes y se abre la pirámide hacia arriba con más adultos mayores. Se acabó el bono demográfico. Es necesario tener claro que juventudes precarias generan vejez precaria y esta condición está asociada con el empleo y la informalidad, porque si los jóvenes trabajan bajo este esquema van a llegar a la vejez trabajando en la informalidad y sin acceso a las prestaciones sociales. Muchos jóvenes viven con menos del ingreso promedio para solventar sus gastos y además tienen que aportar al gasto familiar. Por otra parte, no es lo mismo ser hombre que ser mujer. Hay deserción escolar en las niñas y jóvenes, exclusión laboral y es probable que esa mujer llegue a una vejez precaria, excluida y marginada.
Son mujeres -agrega- que llegaron al envejecimiento dependiendo de una pareja, de la familia, de cuidar niños o de haber trabajado en la informalidad porque no estaban incorporadas al mercado laboral. Con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, tenemos que 14 por ciento de la población total del país ya representa envejecimiento y la pirámide invertida se sigue ensanchando y, algo muy importante, hemos generado condiciones para ser adultos mayores por más tiempo. Si antes nos moríamos a los 65-70 años, ahora lo haremos a los 80-85, es decir, 20 años más.
“Hay incertidumbre para estas personas si dejan de trabajar, si podrán vivir solo con las transferencias directas y si tuvieron acceso a una pensión o no. Un dato relevante es que la mayoría de las personas ocupadas de 60 años laboran por cuenta propia; de éstas, 49% y 38% son subordinadas o dependen de remuneraciones de algún trabajo. Si 14 por ciento de la población son personas adultas mayores, 70 por ciento de ellas trabajan en la informalidad y no pueden aspirar a prestaciones sociales, a una pensión y van a depender de lo que obtengan en ese mercado informal y de las transferencias que otorguen los programas sociales.
“Para hacer frente a esta situación es necesario que el empleo formal empiece con su primer ingreso en la juventud para evitar seguir con esa estadística que se acentúa más en las mujeres porque trabajan más en la informalidad que los hombres.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas define el bono demográfico como una etapa de potencial crecimiento que se da cuando la población entre 15 y 64 años supera a las personas dependientes menores de 15 y mayores de 65 años, y otro estudio de la ONU (2015) indica que el porcentaje de personas de la tercera edad casi se triplicará para el 2050.
En el Censo Nacional de Población y Vivienda 2020, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) encontró que la base piramidal de población era más angosta “debido a la reducción relativa de niñas, niños y jóvenes”. Entre 1970 y 2020 se dieron dos cambios significativos en la estructura poblacional del país, ya que el porcentaje de personas de 0 a 14 años se redujo del 46 a 25 por ciento, al tiempo que la población de 30 a 59 años pasó del 22 a 38 por ciento. Mientras que el índice de envejecimiento creció de 12 a 48 personas de 60 años o más por cada 100 infantes menores de 15 años.
También, calcula el FMI, se incrementarán los promedios de edad: de 27.4 años, como era en el 2015, pasará a 33.1 en 2030 y a 40.9 al llegar a 2050. Esto se verá reflejado igualmente en la esperanza de vida al nacer: 76.7 años en 2015, 79.4 en 2030 y 83.1 para 2050. Todo ello se relaciona con un descenso de la fecundidad desde los años 60 y 70 del siglo XX, que se ha combinado con una baja de la mortalidad.
Ana Gabriela lo explica de la siguiente manera:
—Cuando hablamos de vivir más años, el tema cruza transversalmente enfrentándonos a diversos problemas, por ejemplo, de salud pública. ¿Estamos preparados para llegar dignamente a ser viejos? Me parece que no, cuando tenemos una población diabética, hipertensa y con problemas de obesidad, estos padecimientos impiden llegar a una vejez activa que trabaja -que no implica ser explotada-, frente a vejeces pasivas, que se quedan en casa.
“Hay muchos adultos mayores que se convierten en cuidadores de los nietos, incluso de los hijos, que siguen manteniendo a los hijos y gran parte de la familia o se dedican a las tareas domésticas, pero no remuneradas que desafortunadamente no les permite tener una calidad de vida plena, llegar a una vejez sana, fuerte, que pueda continuar trabajando para que no dependa exclusivamente de las transferencias públicas ni del sistema de pensiones.
De acuerdo con los estudios realizados por el CESOP, para lograr vejeces más sanas, más activas por más tiempo, exigirá el ajuste de programas y políticas públicas en diversas áreas, incluso de disposiciones normativas que permitan empujar el envejecimiento más allá de los 60 años pero en condiciones de vida digna, que los viejos no se sientan excluidos, segregados del consumo tecnológico, del uso de la banca digital porque no hay quien les enseñe y los vamos segregando, marginando y confinando a la soledad.
“¿Qué implicaciones tiene la PEA? De 60 a 69, 43 por ciento de los adultos mayores son población económicamente activa; de 70 a 79, 24 por ciento; de 80 y más, solo 9 por ciento tienen trabajo remunerado. Y hay otra realidad: los adultos mayores después de los 60 no es que estén inactivos, la mayoría se dedica a quehaceres domésticos. De los de 60 a 69 en un 55 por ciento se dedica al trabajo doméstico, y 9 por ciento de 80 y + también se dedica al trabajo doméstico no remunerado.
Entonces, tenemos que buscar que sigan trabajando, pero que les sea remunerado y que sigan teniendo una calidad de vida digna, desde jóvenes hasta que sean adultos mayores, con la posibilidad de retirarse con sus propios recursos y cuando no sea posible, con las transferencias del Estado. Pero tenemos que avanzar a generar vejeces sanas y activas, pero además a reconocerles el trabajo doméstico.