Juventina Bahena
En 2007, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció el 15 de septiembre como Día Internacional de la Democracia, a la que define como un valor universal cuya base es la voluntad de los pueblos libremente expresada para determinar su propio sistema político, económico, social y cultural, con participación plena en todos los aspectos de su vida. Tratando de explicar el concepto, plantea que proporciona el medio natural para la protección y realización efectiva de los derechos humanos.
Y dado que el poder reside en el pueblo a través de representantes elegidos, podemos asumir que el contenido material de la democracia se encuentra en las urnas al emitir el voto, al cruzar la boleta con la elección de cualquiera de las opciones que ahí se ofrecen, una vez cada tres años. Después nada.
A menudo se idealiza la democracia como un fin en sí misma, como si un país que ha alcanzado este sistema de gobierno hubiera llegado a un punto en que se han satisfecho todas las necesidades de los ciudadanos.
Podemos escuchar hasta el hartazgo que hay que preservar este principio por encima de todas las cosas. Si bien, México pudo cambiar el rumbo de su vida política con una marcada opción por los pobres, no fue por la democracia sino por la lucha de un solo hombre que supo aglutinar en cada paso a gente con el mismo pensamiento. Las urnas solo validaron su llegada a un poder formal, necesario para modificar un nuevo entramado legal que fuera consolidando un cambio de régimen por el que se creó un movimiento social.
Dice Naciones Unidas que se “promueve la gobernanza democrática como un conjunto de valores y principios que deberían seguirse para la mayor participación, igualdad, seguridad y el desarrollo de todos los seres humanos. La democracia proporciona un entorno que respeta los derechos humanos y las libertades fundamentales en el que se ejerce la voluntad libremente expresada de las personas”.
Habría que preguntar a una persona sin techo, sin comida, sin acceso a la educación y al trabajo, qué significa “gobernanza democrática”. Seguro no lo sabe ni le importa. Como sí le importa que le den una beca o una pensión universal, que por cierto implica una buena tajada del erario. Para 2026, según la presidenta Claudia Sheinbaum, se invertirá alrededor de un billón de pesos, esto es, 2.5 puntos del Producto Interno Bruto (PIB).
Han sido duramente combatidas las políticas de bienestar porque “es mejor invertir ese dinero en carreteras o en infraestructura” o bien: "Hay que enseñar a pescar, no dar el pescado". En México era muy común socializar deudas privadas y eso a nadie escandalizó. No sabemos cuántas generaciones nos irán relevando en el pago de deudas ajenas, que igual se llevan una buena rebanada del ingreso público para subsanar el rescate de unos cuantos deudores.
Y no, no fue la democracia per se el artífice del nuevo régimen; fue la lucha, la perseverancia que despertó el valor y la valía en cada mexicano para reclamar su lugar en este país y solidarizarse en la necesidad de ser, sin retroceder ante los embates de las mentiras, los bots, las dádivas y los “cañonazos” electorales de mil pesos.
La democracia sólo legalizó y validó lo que en los hechos ya se estaba procesando: que se desmantelaría un régimen y se crearía uno nuevo, aún en construcción, que busca bienestar y reducir desigualdades.
¿Entonces cuál es el papel de la democracia en nuestra realidad actual? Quizá nos hace falta crear un modelo de praxis democrática y no estaría por demás revisar la hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, quien enfatiza el diálogo como un proceso de comprensión mutua y subraya la importancia de la tradición como un horizonte de sentido que influye en nuestra comprensión del mundo. También entiende los prejuicios como pre comprensiones para interpretar la realidad.
Otro elemento es la historicidad de la comprensión humana, o sea que nuestra forma de entender el mundo está ligada a un contexto histórico específico y, finalmente, asume el diálogo como un proceso de comprensión mutua. De sus propuestas puede inferirse un llamado al reconocimiento y respeto de la diversidad de interpretaciones y perspectivas.
Para que estas condiciones se den en una sociedad que aspire a una praxis democrática, necesita nuevas formas de organización comunitaria que sólo se ve en los pueblos originarios con sus formas de organización y toma de decisiones; sus prácticas de apoyo solidario, el conocimiento milenario de la medicina tradicional transmitida de generación en generación, etcétera.
En ese caso se trata de comunidades cerradas, pero para las sociedades urbanas que viven en ciudades de alta densidad poblacional, diversidad cultural y un estilo de vida diferente al de las zonas rurales, queda el ejercicio de una hermenéutica dialógica comunicativa centrada en la comprensión como un proceso de diálogo, donde la interpretación no es una actividad individual sino un evento que surge de la interacción lingüística y la fusión de horizontes.
Un diálogo auténtico, dice Gadamer, transforma a los participantes permitiéndoles descubrir nuevas perspectivas.
Un diálogo en igualdad de circunstancias, con racionalidad, argumentación lógica, con equidad, implica un intercambio de ideas donde todas las partes tienen la misma oportunidad de expresar sus puntos de vista, donde prive el respeto mutuo y llegar a conclusiones que beneficien a todos los involucrados.
Sí, parece un sistema utópico, tan difícil de ejercer como puede serlo empatar los horizontes de comprensión.
Pero nada es imposible si empezamos por conformar pequeñas comunidades, por ejemplo, en el edificio que se habita para solucionar problemas de mantenimiento, basura; en las colonias para atender asuntos relacionados con el drenaje, sin dejar de lado los temas culturales: teatro, danza, justas deportivas. Ahí radica realmente el problema: cómo hacemos para crear comunidad. En torno a qué. Sobran los propósitos, falta voluntad.
Hacer comunidad significa buscar la cercanía entre ciudadanos, entre vecinos, para proteger, incluso, el árbol de la esquina.
¿La democracia? Ah sí, quizá algún día baje de su pedestal.