De acuerdo con el Instituto Nacional Electoral, la democracia es una forma de gobierno, un modo de organizar el poder político en el que lo decisivo es que el pueblo no es sólo el objeto del gobierno al que hay que gobernar, sino también el sujeto que gobierna y el principio constitutivo de la democracia es el de la soberanía popular, esto es, que el único soberano legítimo es el pueblo. Ningún poder, ninguna autoridad está por encima de él, y la legalidad misma adquiere su legitimidad por ser expresión en definitiva de la voluntad popular.
Sin embargo, hay definiciones que van más allá de lo formal. Ángel Durán Pérez habla de la democracia como estilo de vida consagrada en el artículo 3º de la Constitución. Deja a la educación la tarea de promover los valores democráticos, fomentando la formación ciudadana y el respeto a los derechos humanos. Pero ¿qué significa realmente vivir la democracia como estilo de vida?
Considera que el debate de las ideas educativas es el mecanismo más idóneo para fomentar el pensamiento crítico, como método más adecuado para cuestionar las decisiones de gobierno. Vivir la democracia como estilo de vida implica también una actitud de apertura y tolerancia hacia la diversidad. En una sociedad democrática se reconoce y valora la pluralidad de ideas, culturas, religiones y formas de vida. La primera postura se ubica en el terreno de la teoría y de las definiciones y el segundo postulado en el de la axiología, pero ambas se colocan en un terreno que no se ha probado plenamente en la praxis, en el plano de la realidad. Según el Tribunal Electoral, en un régimen democrático se fomenta el pluralismo, se permite la competencia político-electoral, se celebran elecciones auténticas, se respeta el principio de mayoría, existe un Estado constitucional. Tanto el INE como el Tribunal y los estudiosos del tema nos pintan escenarios ideales donde no toman en cuenta los juegos de poder, los vertiginosos avances tecnológicos, la concentración de la riqueza y el poder que usan al poder político como su punta de lanza.
Los pueblos poco politizados e informados, con bajos niveles educativos son fácilmente pastoreados por las campañas de difamación, a través de medios verdaderamente masivos de las redes sociales como Facebook, Tiktok, X, Instagram. En los “cuartos de guerra” de los candidatos se diseñan campañas publicitarias que nada tienen que ver con planes de gobierno, sino con información difamatoria para desprestigiar al adversario; que generen miedo entre la población (devaluaciones, perder sus bienes, por ejemplo), o usar banderas de lo más abyectas (azuzar el odio contra migrantes, prometer su expulsión) y, por supuesto, el muy socorrido uso de los bots.
La Inteligencia Artificial, los expertos en mercadeo, los ingenieros en electrónica, etcétera, cuestan y se venden al mejor postor. O los señores del dinero se alinean con un candidato afín. El candidato republicano Donald Trump cuenta con recursos financieros enormes. Elon Musk anunció en días recientes que los billonarios de Silicon Valley inyectarán 40 millones de dólares diarios a la campaña de Trump para hacerlo triunfar. Es factible preguntarse ¿en qué se gastarán 40 millones de dólares al día? ¿eso es democracia? La mejor democracia es la de EU, dicen algunos. Así se decidirá quién será el dueño de la Casa Blanca y a quiénes beneficiará su política económica. A menos que los electores decidan otra cosa. Cuando no es la razón la que guía al poder político, menos al poder económico, su efecto puede resultar un desastre cuando se potencian con la ciencia y el desarrollo tecnológico.
¿Es que la razón (la ciencia) no tiene ética ni moral? Jorge de los Santos, filósofo, escultor, pintor y analista cultural trae a colación lo dicho por Horkheimer: la “razón instrumental” le ha ganado la partida a la “razón objetiva”. El filósofo da como ejemplo “la organización y gestión de un campo de exterminio. Nada hay en él que no haya sido minuciosamente, racionalmente optimizado, calculado, evaluado. Todos los ‘procesos’ de un plan general han sido meticulosamente establecidos y racionalmente mejorados a fin de conseguir su propósito: liquidar al mayor número de personas posible en el menor tiempo posible y minimizando los costes. O dicho de otra manera: un campo de exterminio es algo ideado y gestionado por la razón, por esa misma razón que soñamos que lo único que exterminaría sería la posibilidad de que volviera a existir algo como un campo de exterminio”.
La Teoría Crítica fue desarrollada por filósofos como Adorno, Horkheimer, Marcuse o Fromm, en la Escuela de Frankfurt. En la obra Crítica de la razón instrumental, Horkheimer (1967) la conceptualiza como “aquella razón que emplea el razonamiento lógico/tecnológico para obtener exclusivamente un beneficio propio y particular; aquella que evalúa, mide, estudia, pronostica los comportamientos, acciones e inclinaciones naturales y humanos con el objetivo de que alguien obtenga una ventaja; la que, en nombre de la eficacia de los medios, se despreocupa del fin, que no cuestiona y asume como dado (por lo “natural” –como querer vivir a toda costa–, por mi apetencia, por el Führer, por el jefe o por su santa madre), y entiende que ese objetivo no es trascendido por absolutamente nada (ningún valor, ninguna virtud, ningún “imperativo categórico”); la que instrumentaliza al ser humano y sus relaciones, lo cosifica”.
Y para los que aún piensan en la democracia como un valor impoluto, intocado, casi ajeno a nuestra vida diaria, que desempolvamos cada seis años, es que la han cosificado, instrumentalizado. El descrédito de la democracia, dice De los Santos, en cuanto algo que no tiene un valor supremo (ni siquiera el de la propia democracia) que se anteponga al interés particular del “ganar” de los agentes activos (partidos, corporaciones o políticos).
La finalidad no es el bien común, sino conservar la mayoría, asegurar el escaño, el beneficio. El medio, el que vale, sobre el que se vuelca la razón, es la demoscopia, el marketing, la imagen, la estrategia, la disciplina de partido, la oratoria sofista y toda una cohorte de “asesores” y“expertos” en conseguir que lo que “vendemos” nos garantice que se seguirá “vendiendo”. En asegurarnos nuestro objetivo, que no es otro que el “ganar”, sin ni siquiera plantearnos de verdad si le conviene a la mayoría, al mundo y al sentido que sigamos “ganando”.