Investigación / A Profundidad


news

La razón instrumental tras la creación de la bomba atómica


Juventina Bahena

La imagen de horror por el daño que puede causar el ser humano por razones políticas, económicas o intencionalidades ocultas, también suele ir acompañada del repudio social y la vergüenza al reconocer la bajeza con la que se cometen tales actos.

Posiblemente así haya sucedido con el lanzamiento de dos bombas sobre sendas ciudades japonesas que pusiera fin a la Segunda Guerra Mundial, razón que se esgrimió como táctica disuasiva para que ese país firmara su rendición total hace 80 años (1945).

El efecto de las bombas fue devastador. Los cuerpos se calcinaron casi instantáneamente por el calor extremo liberado por esos artefactos. Y así quisiéramos creerlo, que casi no hubo sufrimiento o que no duró mucho, pero no fue así. Es inenarrable.

La radiación y la onda expansiva que viajó cientos de metros por segundo también contribuyeron a la destrucción; el calor intenso fue la causa principal de que todo se convirtiera en cenizas. Las detonaciones originaron una gran bola de fuego que llegó a 4000 °C de temperatura en un radio de aproximadamente 2 kilómetros, calcinando y destruyendo todo a su paso.

No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos. Cálculos conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110 mil personas habían fallecido en Hiroshima y Nagasaki; otros estudios consideran que el número total de víctimas, a finales de ese año, fue de más de 210 mil

Hay una famosa pintura del artista noruego Edvard Munch, "El Grito", que retrata la alienación, el horror y la locura. Es una imagen perturbadora que emerge del piso como un fantasma ondulante de ropaje indefinido, enmarcando un rostro andrógino de ojos desorbitados con la boca abierta, que parece gritar desde lo más profundo y se aleja por el puente de una escena dantesca envuelta en un cielo flameante.

También se observa un lago que, pese a la placidez de sus aguas quietas, está dominado por los reflejos de un cielo en llamas. Aunque tras él hay algunas personas que parecen disfrutar del paisaje sin que nada los perturbe. Eso parece, aunque pudo ser otra la intención del pintor noruego. Lo cierto es que resulta muy inquietante.

Con el tierno nombre de "Little Boy" (pequeñito), que se le da a un pequeño o una mascota, los militares estadunidenses “bautizaron” a la destructiva arma que se detonó sobre Hiroshima ese 6 de agosto de 1945 y cuya explosión causó una devastación masiva, reduciendo gran parte de la ciudad a escombros y matando a decenas de miles de personas instantáneamente, con efectos posteriores por la radiación.

Tres días más tarde, el 9 de agosto, dejaron caer la segunda bomba a la que llamaron Fat Man (el gordo), sobre la ciudad de Nagasaki, destruyendo todo a su paso. También generó una poderosa onda expansiva que viajó cientos de metros por segundo.

Las personas que sobrevivieron padecieron numerosas enfermedades a lo largo de los años, como cataratas en los ojos, tumores malignos, leucemia o cáncer, entre otros padecimientos.

Un mes antes, el 16 de julio, había estallado la primera bomba como parte de las pruebas de preparación de esa devastadora arma que Estados Unidos llevó a cabo a la sombra del proyecto Manhattan en el desierto de Arizona, Nuevo México.

Del 17 de julio al 2 de agosto de 1945, tras la derrota nazi, cuando se reunieron en Postdam los representantes de los tres grandes países aliados vencedores, Harry Truman, presidente de EUA, ya sabía los efectos de su arma secreta y, pese a ello, insistió en condicionar a Japón para la rendición total. Ante todo, buscó dar una lección a Japón y un ejemplo al mundo.

El 9 de marzo de 1945, los estadounidenses habían destruido parte de Tokio con sus bombas de napalm M69. El saldo: alrededor de 80 mil muertos y un número similar de heridos. Después de Postdam todo se precipitó, sólo los Estados Unidos conocían la capacidad destructiva de armas como las bombas de fusión y fisión radioactiva.

El 8 de agosto de ese año, Stalin emprendió la invasión de Japón a través del territorio de Manchuria, conforme a los convenios de Postdam. Era una medida más de presión para obtener la rendición incondicional, y ante los resultados del 6 de agosto, resulta incomprensible el lanzamiento de la segunda bomba atómica el 9 de agosto de 1945 sobre la ciudad de Nagasaki.

Ese día, Harry Truman recibió un telegrama de Samuel McCrea Cavert, clérigo protestante, quien suplicaba al presidente que detuviera el bombardeo "antes de que la bomba atómica causara más devastación al pueblo japonés". Dos días después, Truman respondió: "El único idioma que parecen entender es el que hemos estado usando para bombardearlos. Cuando hay que lidiar con una bestia, hay que tratarla como tal".

La razón instrumental de los científicos

El proyecto Manhattan estaba dirigido desde el 17 de septiembre de 1942 por Robert Oppenheimer, un físico teórico brillante, nombrado director científico del laboratorio de Los Álamos, donde se llevó a cabo la investigación y el desarrollo de un artefacto de destrucción masiva.

Conocido como el "padre de la bomba atómica", lideró el Proyecto Manhattan para el desarrollo de las primeras armas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial. Posteriormente Oppenheimer expresó arrepentimiento por el poder destructivo de su creación.

El equipo de científicos e ingenieros trabajó en dos clases de bombas: una de tipo "cañón" que utilizaba uranio (Little Boy, lanzada sobre Hiroshima) y otra de "implosión" que utilizaba plutonio (Fat Man, lanzada sobre Nagasaki).

Después de la primera explosión nuclear en la prueba Trinity, Oppenheimer citó el texto sagrado hinduista el Bhagavad Gita: "Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos". Esta frase sugiere un profundo impacto emocional y existencial por la magnitud de la destrucción que había ayudado a crear.

Oppenheimer no era ignorante de la capacidad destructiva de las bombas, antes, durante sus investigaciones, y después de conocer sus efectos en un pueblo y en un país. Miles de horas de investigación y desarrollo, así como miles de millones de dólares, contribuyeron a su producción. No se trataba de un proyecto de investigación teórico. Fue creado para destruir y matar a gran escala.

Los científicos son así, la ciencia es así, se creen impolutos, sin ética, intocados por la moral, sin dimensionar el daño que causen en la humanidad y la naturaleza. La razón instrumental justifica sus creaciones: alimentos chatarra causantes de obesidad, bebidas que provocan diabetes, cigarrillos originadores de cáncer, cultivos transgénicos, pesticidas, herbicidas, hormonas de crecimiento y engorda de animales de consumo humano. Lo que importa es la ganancia; el científico solo ofrece sus servicios al mejor postor a cambio de un jugoso salario.

Oppenheimer sabía el daño, pero no dimensionó la destrucción que ocasionaría. Al final de su vida, se opuso vehementemente al desarrollo de la bomba de hidrógeno, más poderosa que la atómica: mostró preocupación por la proliferación de armas nucleares y el potencial de destrucción masiva.

Ni Truman ni Oppenheimer se disculparon jamás.



Notas relacionadas