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La sinuosa ruta hacia el voto femenino


Aída Espinosa Torres

El sufragio feminista no sólo significó otorgar, en su momento, un derecho legítimo a las mujeres para poder votar o una victoria política en la cual los gobiernos y hombres en el poder ganaran popularidad frente a ellas y a la nación. A decir de la investigadora Enriqueta Tuñón Pablos, esta decisión contribuiría a conceder una imagen progresista al mundo de que vendría una nueva época para México. Era entrar al concierto de las naciones modernas.

Para llegar a este punto hubo momentos claves en la historia política del país. Como antecedente de la lucha sufragista de las mujeres en México y a la decisión que tomó Adolfo Ruiz Cortines para otorgar el voto femenino en 1953, Enriqueta Tuñón Pablos, en su libro ¡Por fin…ya podemos elegir y ser electas! El sufragio femenino en México subraya la influencia que tuvieron los movimientos organizados por las propias mujeres, entre 1917 y 1952, a fin de llegar a ese momento significativo. Entre ellos destacan:

La redacción de la Constitución de 1917; los años 30 con el mandato de Lázaro Cárdenas y la presidencia de Miguel Alemán y la de Ruiz Cortines, con la culminación del derecho a votar en 1953.

En la primera etapa menciona a Hermila Galindo, secretaria particular de Venustiano Carranza, quien solicita los derechos políticos de las mujeres durante una reunión con el Congreso Constituyente:

Las leyes se aplican por igual a hombres y mujeres; la mujer paga contribuciones; la mujer, especialmente la independiente, ayuda a los gastos de la comunidad, obedece las disposiciones gubernativas y, por si acaso delinque, sufre las mismas penas que el hombre culpado. Así pues, para las obligaciones la ley la considera igual que al hombre, solamente al tratarse de prerrogativas, la desconoce y no le concede ninguna de las que goza el varón.

Al llegar el momento de redactar la Constitución del 17, se terminó por negar los derechos políticos de las mujeres. El argumento en contra quedó plasmado en el Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de los Estados Unidos Mexicanos. Destaca principalmente el hecho de que no existiera ningún movimiento sufragista parecido al de Estados Unidos o Inglaterra que mostrara el interés de la mujer por la política.

[…] en el estado en que se encuentra nuestra sociedad, la actividad de la mujer no ha salido del círculo del hogar doméstico, ni sus intereses se han desvinculado de los miembros masculinos de la familia, no ha llegado entre nosotros a romperse la unidad de la familia, como llega a suceder con el avance de la civilización, las mujeres no sienten pues la necesidad de participar en los asuntos públicos, como lo demuestra la falta de todo movimiento colectivo en ese sentido.

Sin embargo, la doctora Tuñón hace referencia a la celebración del Primer Congreso Feminista en 1916, en Yucatán, con Salvador Alvarado como gobernador.

Posteriormente, entre 1920 y 1935, se realizaron en la ciudad de México varios encuentros de mujeres: el Primer Congreso Feminista de la Liga Panamericana de Mujeres (1923), el Congreso de la Liga de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas (1925), tres Congresos Nacionales de Mujeres Obreras y Campesinas en 1931, 1933 y 1934 y el Congreso sobre la prostitución, también en 1934.

Estos congresos dieron pie a la formación de organizaciones que se distribuían por toda la República, en donde se delinearon dos de las posiciones feministas que existieron en nuestro país: la primera fue la del Consejo Feminista Mexicano, dirigido por dos maestras comunistas: Elena Torres y Refugio García.

Este grupo constituyó el antecedente del Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM) que surgió durante la presidencia de Lázaro Cárdenas. La otra fue la sección mexicana de la Liga Panamericana, que se llamó Unión de Mujeres Americanas (UMA), y que estuvo dirigida por Margarita Robles de Mendoza.

Fue durante la segunda mitad de la década de los 30 cuando hubo una mayor relevancia de las organizaciones de mujeres. En el cardenismo se implantó un proyecto político nacional en el que se contempló la creciente intervención del Estado en la vida económica y social, la recuperación de los recursos del país que estaban en manos extranjeras, así como una reforma agraria y la organización de los trabajadores.

En este contexto, “las organizaciones femeninas se fortalecieron impulsadas por el Estado”. En primera instancia, la educación socialista apelaba por la participación de las mujeres como madres educadoras y su integración a la vida nacional. Posteriormente, insistieron vehementemente en la obtención de sus derechos políticos. Así entonces, se creó, en 1935, el Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), que aglutinaba a 50 mil mujeres de diversos sectores de la población, a lo largo y ancho de la República.

Eran mujeres con diferentes profesiones y tendencias: intelectuales, profesionistas, maestras, liberales, católicas, integrantes de diferentes sindicatos y partidos políticos, así como veteranas de la Revolución. Esta fusión se logró debido a que no sólo demandaban el derecho al voto, sino derechos básicos como servicios médicos, atención a la maternidad e igualdad de salarios. Eran demandas que importaban a todas.

El derecho al voto se detuvo

Para que su lucha no quedara a la deriva, emprendieron acciones inmediatas. Derivado de ello, propusieron candidatas a diputadas: por León, Guanajuato, a Soledad Orozco (PNR) y por Uruapan, Michoacán, a Refugio García (FUPDM). La respuesta de la autoridad a su planteamiento fue que primero se tenía que reformar la Constitución.

La contrarréplica se desplegó a manera de movilizaciones, mítines, conferencias, con amenazas de quemar el Palacio Nacional. Iniciaron una huelga de hambre frente a la casa de Lázaro Cárdenas, quien, bajo esta presión, en 1937 prometió enviar al Congreso una iniciativa de ley para reformar el artículo 34.

Fue así como la iniciativa se discutió en las cámaras. Una vez aprobada, en diciembre de 1937 se turnó a las legislaturas de los estados y para septiembre de 1938 ya había sido aprobada por la mayoría. Faltaba únicamente la declaratoria correspondiente y la publicación en el Diario Oficial. Sin embargo, el trámite no prosperó y se pospuso a lo largo de todo el periodo presidencial.

El recelo era, a decir de Soledad Orozco, una de las candidatas, que “si nos daban el voto a las mujeres, íbamos a votar por monseñor Luis María Martínez, quien era el obispo de la época […] los hombres decían: vienen las mujeres y nos van a hacer a un lado, ya con la fuerza política de ellas pues nos van a pegar muy duro y ya no vamos a poder hacer de las nuestras”.

Llegó el final del cardenismo con un activismo feminista desactivado y sin fuerza. Como se hacía tradicionalmente, se dividió al movimiento de las mujeres y fue incorporado a la política partidista, a fin de institucionalizar su acción.

Sin embargo, las protestas continuaban en papel. Personajes como Esther Chapa no cesaban en la lucha y emitían su descontento a través de artículos, cartas y comunicados, durante 22 años. Al empezar las sesiones en el Congreso, pedía:

A fin de solicitar se incluya en el Orden del Día del próximo periodo la declaratoria de ley de la Modificación del Artículo 34 Constitucional en los términos en que fue aprobada por la H. Cámara de Diputados, por la H. Cámara de Senadores y por las legislaturas locales de los Estados […] y que solamente falta que el Congreso de la Unión cumpla con dicho artículo 135 haciendo la Declaratoria a la que tantas veces nos hemos referido para que la mujer mexicana, como ciudadana que es, goce de todos sus derechos políticos.

Es así como durante los años 40 la FUPDM se sumó a los designios del presidente Ávila Camacho, se apoyaron en él, en espera de que les concediera la demanda del voto. Dentro del grupo beligerante se encontraba el Bloque de Mujeres Revolucionarias, encabezado por Estela Jiménez Esponda, que trató de continuar con el programa del FUPDM, ya desaparecido, y el Comité Coordinador para la Defensa de la Patria, que dirigía María Efraína Rocha, y que desarrollaba labores relacionadas con la paz y la guerra.

Surgieron personajes como la señora Amalia Castillo Ledón, quien se perfiló como líder del movimiento femenino, no sólo al interior del país, sino a nivel internacional. Era la encargada, entre otros asuntos, de presionar a los gobiernos latinoamericanos a otorgar a las mujeres el voto.

El candidato para el próximo periodo era Miguel Alemán, y durante su campaña se percibió el visible cambio de las mujeres al pedir el voto para la mujer, ya no lo exigían como lo solía hacer el FUPDM, “sino lo solicitaban como un favor dependiente de la voluntad presidencial. El 27 de julio de 1945 le organizaron un mitin en la Arena México, en el cual le ofrecería el derecho al voto municipal”.

En el mitin, el discurso del candidato se comprometía a incorporar a las mujeres a la vida pública, acción que coadyuvaría a la evolución de los pueblos. “…en un país moderno era preciso ser coherente e igualar a hombres y mujeres”, es así como les pedía una garantía y asegurar la reproducción de la familia, y “que no dejaran de ser en el hogar (…) la madre incomparable, la esposa, abnegada y hacendosa, la hermana leal y la hija recatada (…)”.

Ya en el poder, Alemán cumplió su promesa y el 17 de febrero de 1947 se publicó en el Diario Oficial la reforma al artículo 115, un primer paso se dio, y así fue como hubo mujeres que ocuparon el cargo de delegadas del Departamento del Distrito Federal. Aurora Fernández, en Milpa Alta, y Guadalupe Ramírez, en Xochimilco.

Para mediados de 1950 se constituyó el Consejo de Mujeres de México y un año después, en 1951, apareció, con la misma tónica, la Confederación de Mujeres de México, pero ninguna trascendió. Hasta que, en abril de 1952, Amalia Castillo Ledón fundó la Alianza de Mujeres de México (AMM), con el apoyo de Miguel Alemán, y el candidato Adolfo Ruiz Cortines.

La concepción de Amalia sobre la diferencia entre hombres y mujeres iba en este sentido:

Agotada está, y definitivamente pasada de moda, la vieja controversia relativa a la superioridad del hombre respecto de la mujer, o a la irremediable inferioridad de ésta frente a aquel. La ciencia falló ya en tan largo y enojoso debate. La ciencia no ha demostrado que la mujer es superior o inferior por lo que mira al hombre, sino simplemente diversa del hombre.

Ella reivindicaba la idea de que elevar la condición social de las mujeres resultaría en hacerlas mejores madres, esposas y amas de casa. Por otro lado, la investigadora resalta:” Al parecer, no reflexionó sobre el hecho de que, si unas cuantas mujeres accedían ya a niveles superiores, esto no significaba que las mujeres, como género, hubieran alcanzado una mejor posición en la sociedad”.

El seis de abril de 1952, en el deportivo 18 de marzo, Adolfo Ruiz Cortines marcó su posición respecto a las mujeres. “Consideró que tenían derecho a participar en política no por igualdad o un sentido de justicia, sino porque desde su hogar ayudarían a los hombres, resolverían con abnegación, trabajo, fuerza espiritual y moral, problemáticas tales como la educación y la asistencia social”.

Después de tomar protesta como presidente envió la iniciativa al Congreso. En donde se convirtió en una disputa política “a pesar de algunas trabas ocasionadas fundamentalmente por los legisladores panistas, que entorpecieron el proceso porque no querían que el PRI se llevara el mérito de convertir a las mujeres mexicanas en ciudadanas, la iniciativa presidencial fue aceptada”. Así fue como en octubre de 1953 se publicó el Diario Oficial que las mujeres mexicanas tuvieran el derecho a votar y ser votadas en cargos de elección popular.


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