La pandemia de Covid-19 implicó crisis de salud, económica, laboral, de aprendizaje; los efectos expandidos de esta enfermedad se registran también en la salud mental, cuyas víctimas silenciosas son básicamente niñas y niños.
Hasta ahora, los sistemas de salud se han enfocado en ubicar las afecciones asociadas al Covid: renales, cardiacas, gastrointestinales, hepáticas y del sistema nervioso periférico y central, pero se conocen poco las repercusiones en la salud física, mental, educativa, resultante de la inactividad, el confinamiento y distanciamiento social, así como los trastornos asociados al estrés, la ansiedad, el duelo y la violencia familiar que impactan directa e indirectamente en la niñez.
Durmiendo con el enemigo
Isabel María Sánchez Bori, en su artículo “Impacto psicológico de la Covid-19 en niños y adolescentes“ afirma que el estrés psicosocial y el temor al contagio de los cuidadores, el confinamiento, el cierre de las instituciones educativas, la disminución de la capacidad adquisitiva, la pérdida del empleo, el consumo de alcohol y drogas han sido identificados como causas del riesgo de prácticas parentales negligentes, violencia doméstica y otras situaciones de maltrato físico y emocional hacia los niños y adolescentes en un contexto en el que estos no mantienen contacto social más allá de su entorno familiar, lo cual dificulta la detección e intervención de figuras externas.
Durante el primer semestre de 2021, se registraron 129 mil 20 carpetas de investigación por violencia familiar; un aumento del 24 por ciento respecto al mismo periodo del año anterior.
En 2020, 76 por ciento de las lesiones por violencia ocurrieron en el hogar. En 73 por ciento de los casos, la persona responsable tenía algún parentesco con la víctima. El 82 por ciento de agraviados fueron niñas y adolescentes mujeres. Durante el primer semestre de 2021, los casos por parentesco alcanzaban ya 66 por ciento, de los cuales 93 por ciento corresponde a niñas y adolescentes. Es decir, el confinamiento se volvió muy peligroso para niños y niñas.
Igualmente, la Red por los Derechos de la Infancia en México reporta que del 1 de enero al 5 de diciembre de 2021, 12 mil 918 personas entre 0 y 17 años fueron atendidas en hospitales de México por violencia familiar; de ellas, 88.3 por ciento eran niñas y mujeres adolescentes, 11 mil 409 en total, y 6 mil 814 víctimas de violencia sexual. Durante el encierro, la población infantil estuvo al cuidado de uno de los padres o de la abuela, y se establecieron redes de apoyo familiar, pero lo cierto es que nadie estaba preparado para una convivencia forzada por tantas horas y por tantos meses, y no generaría por sí sola la armonía ni favorecería la integración, por lo menos al principio.
En un solo espacio familiar convivieron la familia, la escuela y lo laboral, donde padres o abuelos tuvieron que armonizar las labores domésticas (preparar la comida, el aseo, hacer las compras), con las actividades escolares de los hijos (en la modalidad de acompañamiento con los más pequeños) cuando entablaban comunicación a distancia con sus maestros por un par de horas dos o tres veces a la semana. Lo anterior, más la actividad propia del trabajo a distancia, cuando fue posible.
Este escenario generó presiones y mucho estrés que no fue posible disipar en el encierro. Los infantes fueron testigos, cuando no las víctimas silenciosas de estas atmósferas opresivas, acompañados de una tablet, un celular o la televisión.
La pandemia de salud mental
En niños de siete a once años se presentan signos de ansiedad: irritabilidad, desatención, hiperactividad, pesadillas, morder la ropa y las uñas, o comer de más. También se incluyen cambios físicos, como aumento de peso por inactividad, porque, a diferencia de los adultos, la salud de un niño depende en 80 por ciento de la actividad física.
El psicólogo Jorge Pastrana Hernández indica que si los niños asisten a la escuela desarrollan cooperación y competencia, comportamientos adaptativos, reglas y límites más complejos; aprenden en la escuela entre 25 y 70 palabras nuevas al año, desarrollan habilidades motrices y adquieren tono muscular.
Con la pandemia, realizan sus tareas en aislamiento, sobre la cama, en la mesa, en la sala, y van a tener atrofias, retraso en la coordinación motriz, muscular, de lenguaje y en el desarrollo de reglas y límites, baja tolerancia a la frustración, cuando la colaboración con sus pares es lo que genera la socialización futura, asegura el experto en salud mental.
Se ha dicho que la soledad, el miedo a la muerte propia o de los seres queridos y las preocupaciones financieras son factores estresantes que conducen a la ansiedad y la depresión.
Sin embargo, puntualiza Jorge Pastrana, los niños no saben que tienen ansiedad; deducen que es comportamiento sólo de adultos, pero en los niños la produce el entorno familiar, no el coronavirus. Así que, puntualiza, se requerirán campañas de salud mental y física encaminadas a la cooperación, no a la competencia.
Salud física
En cuanto a la salud física, el sector salud ha informado que 93 por ciento de la población cuenta con sus dos dosis de la vacuna y aunque se ha abierto el registro para jóvenes de 15 a 17 años y para los de 12 a 14 que presenten una comorbilidad demostrable, la población de 0 a 14, que según el Inegi asciende a 31.8 millones, no han sido inmunizados porque se les considera de bajo riesgo.
Era de esperarse que la pandemia alcanzara a este grupo poblacional. En el acumulado suman 91 mil contagiados y 855 defunciones. De acuerdo con el Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (Sipinna) hubo un incremento del 57 por ciento en los diagnósticos a menores respecto de enero de 2021 por contagios de Covid