Dr. Armando Renato Balderrama Santander
México se encuentra ante una encrucijada histórica en los albores del siglo XXI. Enfrenta simultáneamente el impacto de dos transformaciones de alcance global y estructural. Por un lado, una revolución tecnológica sin precedentes ha dado lugar al surgimiento de una nueva economía global, donde los principales motores de crecimiento ya no son los sectores tradicionales, sino las grandes plataformas digitales, la inteligencia artificial y las industrias del conocimiento.
Por otro lado, presenciamos una reconfiguración gradual, pero profunda, del equilibrio de poder a nivel internacional, marcada por el ascenso de nuevas potencias, la erosión del orden liberal surgido tras la Guerra Fría y el avance de una multipolaridad incierta.
Ambas dinámicas —la tecnológica y la geopolítica— convergen y se amplifican mutuamente, generando un entorno global caracterizado por la competencia estratégica, la disrupción de cadenas de valor y la redefinición de alianzas.
En este contexto, México no puede limitarse a ser un espectador pasivo. La manera en que decida insertarse en esta doble transición será determinante para su desarrollo económico, soberanía tecnológica y posicionamiento internacional en las próximas décadas.
México inició una profunda transformación sociopolítica a partir de 2018, con el triunfo electoral del movimiento encabezado por el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Esta transición marcó un cambio de rumbo en las prioridades del Estado, con énfasis en la justicia social, el fortalecimiento del papel del gobierno en el desarrollo nacional y una visión crítica del modelo económico heredado del periodo neoliberal.
La continuidad de este proyecto político ha quedado reafirmada con la elección de la presidenta Claudia Sheinbaum, en 2024, lo que sugiere la consolidación de un nuevo ciclo político con proyección de largo plazo.
Uno de los principales desafíos de la actual administración presidencial es el diseño de un modelo de desarrollo económico capaz de generar nuevos motores de crecimiento, conciliando las prioridades nacionales con los compromisos adquiridos en el ámbito internacional.
Entre los mayores obstáculos se encuentra la necesidad de reducir la alta dependencia económica y comercial de México con Estados Unidos. De acuerdo con datos del INEGI, en 2024 las exportaciones hacia el vecino del norte alcanzaron los 617 mil 090 millones de dólares, lo que representa más del 80% del total de bienes exportados.
Tal concentración plantea una vulnerabilidad estructural para la economía mexicana, particularmente ante escenarios de tensión comercial, cambios regulatorios en EU o reconfiguraciones geopolíticas.
Limitada capacidad soberana del Estado en términos comerciales
No existe en el mundo ningún caso comparable al tamaño de la economía mexicana que dependa en más del 80 % de sus exportaciones a un solo mercado. Esta situación evidencia una vulnerabilidad estructural que limita la capacidad soberana del Estado mexicano para tomar decisiones estratégicas a largo plazo. Durante la primera administración del presidente Donald Trump, Estados Unidos inició un giro hacia políticas de proteccionismo económico, priorizando consideraciones de seguridad nacional por encima de criterios puramente económicos. Esta reorientación genera incertidumbre y presión sobre México para diversificar sus relaciones comerciales y fortalecer la autonomía económica.
En este contexto, y en los inicios de la segunda administración de Donald Trump en Estados Unidos, la presidenta Claudia Sheinbaum ha anunciado una ambiciosa estrategia de política industrial bajo el nombre de “Plan México”, presentada oficialmente el 22 de enero del presente año.
Se trata de una propuesta estratégica nacional —aún en fase de construcción y sin consolidación normativa— cuyo objetivo central es reposicionar a México como un hub de manufactura avanzada, innovación tecnológica, atracción de inversión extranjera directa y relocalización de cadenas productivas, con énfasis en sectores clave como el automotriz, electrónico, aeroespacial, farmacéutico y de tecnologías de la información.
Uno de los ejes más significativos del Plan México es el impulso al Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT), proyecto de infraestructura multimodal y desarrollo regional que busca conectar el Océano Pacífico, a través del puerto de Salina Cruz, Oaxaca, con el océano Atlántico, por medio del puerto de Coatzacoalcos, Veracruz, consolidando una ruta logística estratégica que complemente y eventualmente compita con el Canal de Panamá.
A lo largo de este eje logístico, el proyecto contempla la creación de 15 clústeres industriales denominados Polos de Desarrollo para el Bienestar (PODEBIS), concebidos como Zonas Económicas Especiales de nueva generación. Estos polos tienen como finalidad promover la inversión privada, generar empleos formales y articular cadenas de valor industriales en una de las regiones históricamente más rezagadas del país.
¿Es factible concebir un Plan México sin China?
Ante este gran reto, la pregunta que se debe hacer es la siguiente ¿Es factible concebir un Plan México sin China? ¿Se trata de una apuesta realista de reindustrialización nacional o de una expresión de miopía económica que desconoce la profundidad de los vínculos existentes con la segunda economía del mundo?
Lejos de una dicotomía simplista entre dependencia o desvinculación, se argumenta que cualquier estrategia de desarrollo industrial para México en el siglo XXI debe considerar, matizar y gestionar su relación con China, tanto como desafío estructural como oportunidad transformadora, se busca aportar elementos para una discusión más informada sobre los límites, contradicciones y posibilidades de construir una política industrial mexicana sin ignorar —ni idealizar— el papel de China en el sistema internacional contemporáneo.
En 1841, el economista alemán Friedrich List publicó su obra El Sistema Nacional de Economía Política, en la que plantea una contundente defensa de la economía política nacional como base para el desarrollo económico de los Estados.
En contraposición a los postulados del librecambismo clásico británico, List sostiene que el libre comercio tiende a beneficiar únicamente a las naciones ya industrializadas —como el Reino Unido en su época—, mientras que los países en vías de desarrollo requieren de proteccionismo selectivo y políticas estatales activas para fortalecer sus capacidades productivas, consolidar su industria nacional y alcanzar un desarrollo sostenido. En este sentido, List trató de hacer entender, particularmente a los formuladores de políticas públicas de Alemania, lo siguiente:
“La historia ofrece ejemplos de naciones que han su¬cumbido porque no supieron resolver a tiempo la gran misión de asegurar su independencia intelectual, eco¬nómica y política, estableciendo manufacturas propias y un vigoroso estamento industrial y mercantil (List, 1942, p. 107). No huelga señalar que Alemania se convirtió en una potencia industrial y líder en innovación científica y tecnológica desde finales del siglo XIX.
Por otro lado, el destacado pensador y funcionario de la dinastía Qing, Zheng Guanying (1842–1922), escribió en 1893 la obra Advertencias en tiempos de prosperidad (Shengshi weiyan), en la cual abogaba por el desarrollo de las industrias nacionales y la generación de riqueza propia para China, promoviendo una visión de autosuficiencia y nacionalismo económicos, frente al avance de las potencias occidentales.
Su propuesta enfatizaba la necesidad de fortalecer la soberanía productiva del país mediante la modernización controlada por el Estado, sin renunciar a sus fundamentos culturales e institucionales.
Si bien este texto constituye una referencia clave para comprender el pensamiento reformista chino a finales de la era Qing y sus intentos de responder a los desafíos de la modernidad, a diferencia de la obra de Friedrich List, en Europa, no logró influir de manera decisiva en la orientación de las políticas estatales.
En consecuencia, China atravesó un prolongado periodo de fragmentación, intervencionismo extranjero y decadencia imperial —conocido como el "siglo de humillación"— que solo comenzó a revertirse con la consolidación del proyecto nacionalista revolucionario liderado por Mao Zedong, en 1949.
Corredores industriales y zonas económicas especiales, clave del éxito chino
Parte fundamental del éxito del modelo de desarrollo económico de China ha sido la implementación de un “Plan China”, basado en el desarrollo de corredores industriales y Zonas Económicas Especiales (ZEE) a partir de 1980. Permitió articular una política industrial activa orientada a la atracción de inversión extranjera y al fortalecimiento de capacidades tecnológicas nacionales.
En este sentido, resulta crucial diferenciar entre dos planos complementarios de análisis: por un lado, la pertinencia y viabilidad de sustituir importaciones procedentes de China, así como la necesidad de establecer mecanismos más eficaces de negociación comercial y de inversión con empresas chinas; por otro, la importancia de aprender de las mejores prácticas adoptadas por el Estado chino en la formulación e implementación de una política industrial integral.
Gracias a esta estrategia, China no solo se ha consolidado como el principal productor manufacturero del mundo, incluyendo sectores de alto valor agregado, sino que también ha logrado sustituir importaciones de alta tecnología, fortaleciendo su autonomía industrial y posicionándose como potencia global en innovación y desarrollo tecnológico.
Las altas tasas de crecimiento económico que China ha logrado le han permitido sacar de la pobreza extrema a más de 700 millones de personas.
El gobierno de México enfrenta la necesidad urgente de diseñar una estrategia de desarrollo económico e industrial que trascienda el horizonte sexenal y supere la lógica coyuntural impuesta por la relación comercial con Estados Unidos. En este contexto, es indispensable reconocer el papel estratégico de China, no solo por ser el segundo socio comercial de México, sino también por su capacidad para ofrecer recursos clave en términos de infraestructura, tecnología y financiamiento.
Más aún, China constituye el núcleo de la región de Asia-Pacífico, la cual ha sido el principal motor de crecimiento económico global en lo que va del siglo XXI.
Ignorar esta realidad supondría una grave omisión estratégica. Alcanzar una verdadera autonomía económica y tecnológica no será posible sin una relación madura, diversificada y pragmática con China que permita a México insertarse de manera más equilibrada en la nueva geografía global de la producción y la innovación.
Bibliografía
List, F. (1942). Sistema nacional de economía política, Fondo de Cultura Económica, 1a edición. México
Zheng, G. (2021). Warning in a Prosperous Age. Zheng Guanying International Research Institute.