El derecho a la educación es reconocido como un precepto humano fundamental garantizado por el Estado. Sin embargo, este reconocimiento no se alcanzó sino hasta finalizar la Segunda Guerra Mundial, luego de que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos el 10 de diciembre de 1948.
En el caso de México, desde 1867 se estableció legalmente el carácter laico, gratuito y obligatorio de la educación básica, medida elevada a rango constitucional mediante el artículo 3º en la Carta Magna de 1917.
“Todo individuo tiene derecho a recibir educación [...] toda educación que imparta el Estado será gratuita” (Artículo 3).
En la investigación Las maestras mexicanas de ayer y de hoy, autoría del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INHERM), destacan que el acceso a la educación entre hombres y mujeres fue dispar. Los hombres, quienes pertenecían a las clases acomodadas tuvieron primero el acceso a la educación, y posteriormente las mujeres. De esta situación fue responsable el proyecto liberal de nación, en el siglo XIX, en el que se promovía la creación de instituciones destinadas al desarrollo profesional de mujeres. Fue así como las mujeres tuvieron acceso a la primaria, secundaria y normal y, a finales del siglo, a la universidad.
Una vez que se pudo acceder a colegios de educación secundaria, se señala, una de las principales demandas, en ese entonces, fue pedir que se les enseñara, como a los hombres, matemáticas, leyes, medicina, incluso la disciplina militar.
En 1869 se decretó la creación de la Escuela Secundaria para Niñas. En 1878 cambió su nombre por el de Escuela Nacional Secundaria de Niñas. El plan de estudios se aumentó a seis años, en lugar de cinco, y ofreció a las alumnas la posibilidad de titularse como instructoras de educación primaria. En el plan de estudios se incluyeron cursos de ciencias físicas y naturales, higiene, medicina, economía doméstica, repostería y pedagogía.
Finalmente, en 1889, la secundaria se transformó en la Escuela Normal de Profesoras, lo que llevó a generar más espacios laborales para las mujeres. Según los datos recabados, “En 30 años (1875-1905) se abrieron 85 nuevas primarias para niñas en el Distrito Federal”. Al finalizar el siglo XIX, las jóvenes ingresaron cada vez más a otras escuelas: Conservatorio de Música, Bellas Artes, Comercio y Administración y más tarde a la universidad, por lo que, apunta, “titularse como profesora fue perdiendo estatus, al tiempo que las jovencitas de más bajos recursos se incorporaban a esta profesión”.
De acuerdo con Javier Treviño Cantú, el acceso de las mujeres a la docencia fue un factor determinante en lo que se enseña, cómo se enseña y quiénes enseñan, así como en la conformación y transformación de la estructura organizacional del sector educativo. “El arribo de las mujeres a las tareas educativas constituye un factor esencial que permitió a nuestro país construirse, desarrollarse, a través de la formación de niñas, niños, adolescentes y jóvenes mexicanos que estudiaron con ellas”.
En el texto Las maestras mexicanas de ayer y de hoy participan autoras que retratan las historias de Rita Cetina Gutiérrez, Dolores Correa y Zapata, Laura Méndez de Cuenca y Rosaura Zapata, quienes en la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX representan el pensamiento moderno del magisterio femenino de la época a través de la labor docente.
Entre muchas de sus aportaciones, destacan los cuestionamientos que hicieron a los planes de estudio diseñados para mujeres, que se enfocaban tan sólo en el desarrollo de sus habilidades para que se desempeñaran como madres o esposas, en una época donde aún se consideraba que la población femenina no era apta para el mundo de la ciencia, la política, las artes o el trabajo remunerado.
Entre las mujeres que se destacan por los esfuerzos que hicieron para mejorar la educación en México y que se incorporaron a la enseñanza a finales del siglo XIX, destacan: Rita Cetina, Dolores Correa, Laura Méndez y Rosaura Zapata. Estas profesionistas realizaron investigaciones pedagógicas y experimentaron con novedosos modelos educativos. Publicaron libros de texto para las alumnas y expresaron sus ideas en publicaciones editadas por ellas mismas junto con otras intelectuales.
Rita Cetina impulsó la educación formal de las mujeres en su natal Yucatán. Centró su atención en la escuela La Siempreviva, que fundó el 7 de mayo de 1870 en Mérida. Se presentó el debate sobre el desarrollo educativo que reivindicó la capacidad intelectual femenina y trabajaron por el ingreso de las mujeres al ámbito de la cultura impresa y la educación, frente a las concepciones tradicionales que limitaban a la mujer solamente al ámbito doméstico.
Rita Cetina forma parte de un grupo de mujeres, entre las que destacan Gertrudis Tenorio Zavala y Cristina Farfán, autoras también de la revista La Siempreviva y de otras múltiples acciones en pro de la educación laica de las niñas yucatecas. Este grupo de maestras participaron en la educación pública de las mujeres yucatecas. Rita fue nombrada directora del Instituto Literario de Niñas, en 1876. Este órgano fue el primero que ofreció formación magisterial y certificación para las maestras yucatecas.
En sus páginas se postuló la educación femenina en su función familiar como formadora de ciudadanos. Alumnas de esta escuela, como Elvia Carrillo Puerto y Dolores Correa y Zapata, abrieron brecha en los espacios que tradicionalmente se les habían negado a las mujeres.
La historiadora Patricia Galeana, exdirectora del INHERM, registra que la maestra Dolores Correa, fundadora de la revista La Mujer Mexicana (1904-1907), y sus articulistas abogaron por una educación que permitiera a las mujeres acceder a la modernidad y contribuir al progreso nacional. Esta publicación fue dirigida también por las maestras Laura Méndez y Rosaura Zapata, además de contar con la colaboración de 59 mujeres más.
Sus páginas fueron un punto de contacto entre mujeres que habían colaborado en revistas previas como El Álbum de la Mujer y Violetas de Anáhuac, sin embargo, a diferencia de éstas, La Mujer Mexicana dedicó poco espacio a la literatura, ya que su principal preocupación era atender demandas civiles y sociales.
Por su parte, María de Lourdes Alvarado, en su ensayo Alas para volar: vida y obra de Dolores Correa y Zapata, maestra excepcional, menciona que la maestra Correa, “contra viento y marea”, superó todos los obstáculos que se presentan a su género, ya que se destacó como maestra, pero también se ubicó al frente de empresas editoriales, en espacios de toma de decisiones y generó propuestas pedagógicas para la creación de nuevas y modernas instituciones educativas. Destaca su temprana presencia en el Consejo Superior de Educación Pública.
Milada Bazant presenta la vida de Laura Méndez de Cuenca, feminista y pedagoga. Destaca la participación de la maestra Méndez en el ámbito intelectual durante el periodo conocido como la República restaurada. La actividad docente se expandió en el ámbito internacional. En Saint Louis Missouri estudió el funcionamiento del kindergarten; realizó informes comparativos entre el sistema mexicano y el estadounidense, que fueron enviados a la Secretaría de Instrucción Pública.
Más tarde presidió la Revista Hispanoamericana, en San Francisco. Ahí reafirmó su convicción feminista, al conocer de cerca los avances de las mujeres en el ámbito público. Al regresar a México presidió la Sociedad Protectora de la Mujer, integrada por las profesionistas Mateana Murguía, Dolores Correa, María Asunción Sandoval, Matilde Montoya y Columba Rivera, entre otras. En 1906 viajó a Alemania para estudiar el funcionamiento de las escuelas primarias, participó en el Cuarto Congreso de Educación realizado en Bruselas, y publicó El hogar mexicano, entre otras.
Las investigadoras Rosa María González Jiménez y María Mercedes Palencia Villa nos ofrecen el análisis interdisciplinario de la vida y obra de Rosaura Zapata. A través de su vida podemos conocer los obstáculos que enfrentaron las mujeres y maestras para tener espacios laborales y de toma de decisiones, que eran rápidamente ocupados por sus colegas varones.
Las autoras nos remiten a la institucionalización de la profesión docente en las dos últimas décadas del siglo XIX en la Ciudad de México, así como la división sexual educativa, el estatus y cargos de poder para las mujeres en el ámbito académico. Por último, tomando como eje la figura de Rosaura Zapata, retoman la formación de las educadoras hasta la creación de la Normal de Maestras de Jardín de Niños.