La realidad del Superpeso está a debate y es que la apreciación del peso frente al dólar golpea las finanzas públicas al reducirse los ingresos por concepto de exportaciones petroleras; por otra parte, esta condición reduce el pago por el costo del servicio de la deuda, aunque solo significa 14.5 por ciento de las pérdidas.
El Superpeso también deja desarropados a quienes reciben remesas en dólares, pero beneficia a importadores, al tiempo que abre las puertas a los especuladores financieros. Aunque es necesario considerar que la revaluación del peso es temporal, sustentada en la estabilidad macroeconómica, sin que ello signifique que el país cuenta con una economía interna próspera.
De acuerdo con el documento de Criterios Generales de Política Económica enviados por la Secretaría de Hacienda a la Cámara de diputados previo a la discusión del Paquete Económico 2023, una apreciación del peso frente al dólar reduce los ingresos petroleros porque el barril de petróleo está estimado en dólares; esto es, “por cada 10 centavos que el tipo de cambio promedio esté por debajo de lo presupuestado, es decir, que sea menor a 20.6 unidades por dólar, el erario deja de captar 5 mil 93 millones de pesos debido a una caída en el valor de las exportaciones de Pemex”.
Esta condición del peso reduce el costo por el servicio de la deuda y el gobierno ahorra en el pago de la deuda externa por 738 millones de pesos, aunque solo significa 14.5 por ciento del boquete que deja en las finanzas públicas el menor ingreso de divisas por la venta de petróleo. Estas son cifras del semestre, que podrían duplicarse si se mantiene el promedio actual de apreciación del peso en lo que resta de 2023.
Según los expertos, entre los factores de la revaluación del peso se encuentran la estabilidad macroeconómica, debido a la aplicación de una política de no endeudamiento, incluso en medio de la pandemia; las transferencias económicas a los que menos tienen; el fortalecimiento del mercado interno y la inversión en proyectos estratégicos. Otro elemento fue la entrada en cascada de dólares para colocarlos en títulos de deuda del gobierno, pues los Cetes están pagando alrededor de 11.77 por ciento, mientras que los rendimientos en títulos del Tesoro de Estados Unidos pagan alrededor de 5 por ciento al 18 de abril del 2023. La gran diferencia se traduce en un un gran negocio para inversionistas y especuladores.
Al 20 de junio el tipo de cambio amaneció en 17.08 pesos por dólar. Si bien la importación de mercancías se abarata, para los exportadores y receptores de remesas puede ser catastrófico porque estaban habituados a un tipo de cambio al alza.
Hasta noviembre de 2022 las remesas sumaron 53 mil 139 millones de dólares, 13.5 por ciento más que en el mismo periodo de 2021, mayores en 13.5 por ciento a los 46 mil 834 millones del mismo lapso de 2021, representaron 61 por ciento de las exportaciones netas del sector automotriz, 4 por ciento del PIB, 6.2 del consumo privado,141 de la inversión pública y 23.5 de la inversión privada.
Las remesas representaron 163 por ciento de la inversión extranjera directa que se recibe y pasaron de 87 en 2016, a 106 por ciento en 2019 y ha aumentado desde entonces. Algo similar ocurre con la proporción que se tienen con la exportación petrolera que fue 143 por ciento de esos ingresos en 2016; llegaron a 232 en 2020 y 178 por ciento en 2021. Pero si la revaluación del peso nos da la lectura de estabilidad macroeconómica, hay sectores que se sienten afectados como el turismo, las exportaciones, las remesas personales.
Lo que a nivel macro se considera estable, sucede lo contrario con la industria automotriz, que tiene su mercado en dólares, o el turismo dirigido básicamente a visitantes extranjeros, así como las familias que reciben remesas del extranjero, fundamentalmente de EU. Argumentan que su ganancia es menor, o su poder adquisitivo se redujo.
El peso mexicano se mantuvo estable a 12.50 por dólar de 1954 a 1976, hasta que el gobierno mexicano lo puso a “flotar” para que fuera el mercado el que fijara su paridad en relación con el dólar. A partir de ese año se acentuaron los procesos devaluatorios a la par de la tendencia alcista de los precios. Con las devaluaciones y la caída del poder adquisitivo del peso se inició también la época de la fuga de capitales y las crisis de finales de sexenio.
Las recurrentes devaluaciones en sexenios pasados sirvieron a aquellos que contaron con información privilegiada que antes de ordenarse el golpe financiero cambiaron moneda nacional por dólares, además de la clásica jugada de los capitales golondrinos que abandonaron el barco antes que se hundiera.
De cualquier modo, el fenómeno del superpeso no es aislado. Otro factor que influyó es la inflación y el aumento de las tasas de interés que aplica el Banco de México para frenarla. La inflación ha ido bajando, de tal suerte que en la primera quincena de junio se ubicó en 5.18 por ciento anual; se desaceleró más de lo esperado por el mercado, logrando así 10 quincenas con descensos consecutivos.
Sería sano que los números que arroja la macroeconomía se vieran reflejados a nivel micro y en los bolsillos de los mexicanos que aún no alcanzan el nivel óptimo de ingresos para pagar la canasta básica y demás satisfactores.
Además, el Superpeso no tiene una condición permanente, dicen los expertos, pues ni la productividad ni el mayor bienestar y la capacidad de consumo de la población le dan la fortaleza a nuestra moneda porque, para equilibrar el boquete a las finanzas, el gobierno federal recurre a la contracción del gasto público.
En los primeros cuatro meses del año, el conjunto de bancos que operan en el país logró utilidades por 92 mil 694 millones de pesos, 30 por ciento más respecto a los 71 mil 316 millones reportados en el mismo lapso del año anterior. Sus utilidades multiplican por nueve las de la economía del país, que en el primer trimestre de 2023 fue de 3.6 por ciento, la cifra más alta desde que hay registros por parte de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores.
Los bancos se han beneficiado de las altas tasas de interés del Banco de México, los bajos rendimientos a los ahorradores y una regulación que les permite cobrar altas comisiones a los clientes, más incluso de las que cobran en sus países de origen.