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Reabrir la escuela para recuperar el futuro


Jorge M Galván

La magnitud de las pérdidas de largo plazo asociadas con la interrupción de la escolarización por la pandemia de COVID-19 es enorme. En el mejor de los casos, la mayor parte de la atención pública y gubernamental se ha centrado en problemas de corto plazo como el desempleo, la disminución de los ingresos y el cierre de empresas. Por importantes que sean, estos problemas tienden a ocultar los costos más serios de largo plazo para México.

Un mejor logro educativo no sólo se refleja en mayores ingresos individuales, sino también en los nacionales. En el siglo XXI, las habilidades cognitivas básicas, el conocimiento, es probablemente el determinante más importante del desarrollo económico de largo plazo y, por lo tanto, de la prosperidad compartida. La educación sigue siendo nuestro mayor y mejor proyecto como sociedad porque en ésta se decide el futuro.

De hecho, los economistas usamos los resultados del rendimiento educativo y el crecimiento económico para calcular proyecciones de los costos asociados con el cierre de escuelas durante la pandemia. Los profesores Eric Hanushek y Ludger Woessmann (Hanushek EA and Woessmann L., The Economic Impacts of Learning Losses, OECD 2020) usaron estimaciones de las habilidades de la fuerza laboral relacionada con el crecimiento económico para evaluar las pérdidas totales potenciales de los cierres de escuelas.

Una pérdida de aprendizaje equivalente al cierre de escuelas por un tercio del año escolar equivale a la pérdida permanente de hasta 1.5% del PIB en promedio para el resto del siglo. El valor presente del costo total equivaldría al 69% del PIB corriente para el país promedio.

En el caso de México, si las cohortes de estudiantes en edad escolar registran una pérdida de habilidades inducida por el cierre de escuelas de una tercera parte del año escolar y si todas las cohortes a partir de entonces regresan a los niveles de aprendizaje escolar anteriores, la pérdida del 1.5% del PIB futuro equivaldría a una pérdida económica total de 1,738 billones de dólares. Tristemente en México superamos el año de cierre de escuelas (algunas, las menos no han reabierto); por lo tanto, las pérdidas ascenderían al 4.3% del PIB futuro de México equivalente a 5,089 billones de dólares.

La reapertura de escuelas plantea desafíos serios. Independientemente del enfoque adoptado, hay que enfrentar con valentía las enormes pérdidas económicas asociadas con la pérdida de aprendizajes. No podemos ni debemos seguir postergando el regreso seguro a la escuela. No podemos darnos el lujo de permitir, además de las muertes y el cierre de empresas, perder el futuro por incapacidad.

Reabrir o no las escuelas es un falso debate, mientras que la forma en la que deben abrir es la verdadera discusión.

Las pautas emitidas por el CDC de Estados Unidos proponen que las escuelas reabran completamente solamente en lugares donde haya menos de 50 casos nuevos por cada 100 mil personas en siete días. Sin embargo, las tasas de contagio no son las mismas en todo el país ni en todas las localidades. Conocer información desagregada podría asegurar una reapertura gradual y diferenciada de las escuelas. Por lo tanto, la decisión de reapertura de escuelas debería reflejar estimaciones basadas en datos y evidencia de los riesgos asociados.

Para ayudar a reabrir escuelas y detener las pérdidas de aprendizaje se ha publicado ya un marco internacional para la reapertura de escuelas que se resume en la capacidad de la escuela para implementar: (1) Uso de mascarillas; (2) Distanciamiento físico; (3) Higiene personal; (4) Limpieza y ventilación; (5) Seguimiento de contactos y casos positivos.

Si bien no es posible eliminar por completo el riesgo de transmisión de enfermedades en las escuelas, la evidencia en el mundo indica que con voluntad política las intervenciones inteligentes basadas en evidencia son efectivas para reabrir las escuelas reduciendo la transmisión y asegurando la continuidad educativa. Es posible y deseable.

Enfrentamos la mayor crisis educativa en un siglo. Estamos a punto de perder a una generación completa por la falta de resiliencia en el sistema educativo mexicano, los embarazos adolescentes se dispararon como consecuencia del cierre de escuelas y enfrentamos una catástrofe de desigualdad educativa en un momento en el que solamente los hogares ricos han podido asegurar la continuidad educativa a distancia durante la pandemia.

Éste es un momento en el que debemos poner todos los recursos presupuestales necesarios y las voluntades políticas suficientes para acelerar las estrategias y recuperar el tiempo perdido y así aspirar a tener un mejor futuro.

Todas las escuelas deben reabrir y permanecer abiertas. Los beneficios de mantener las escuelas abiertas son inmensos y los riesgos son bajos. Y ya en la escuela debemos asegurar toda la atención personalizada en enseñanza remedial, así como el apoyo socioemocional que necesitan las y los estudiantes después de dos años de pandemia.

Ésta es una gran tarea para maestras, maestros, madres, padres, directores y directoras. Lo más importante sigue y seguirá siendo fortalecer los vínculos emocionales y comunitarios entre y con las y los usuarios del sistema educativo. Recuperar el futuro no va a ser sencillo, pero éste es el reto educativo de nuestro tiempo.

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