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Opinión pública entre la ideología y la posverdad


Juventina Bahena

Ha intentado definirse la opinión pública desde el punto de vista de la sociología, de la sicología de masas y, particularmente, como fin último de los mass media, desde donde se busca formar, conducir y “pastorear” a grandes segmentos de la población con ciertas características para que tome decisiones en torno a temas de impacto nacional. Lo cierto es que poco se alude a ella, lo que no significa, sin embargo, que el proceso de formar opinión sobre los asuntos públicos no exista. 

Si bien Rousseau fue el primer autor que utilizó la expresión "opinión pública" en su Discurso sobre las artes y las ciencias, el tema fue tocado por otros filósofos del s. XVIII como Locke, Kant, quienes plantean que la idea de racionalidad no deriva de principios abstractos absolutos, “sino que se desarrolla a partir de la contrastación de opiniones sobre la verdad y la justicia, de manera que es inseparable de la discusión pública”.

    El concepto toma forma con cierta solidez con Jürgen Habermas al determinar que los ciudadanos se comportan como público cuando se reúnen y conciertan libremente, sin presiones y con la garantía de poder manifestar y publicar libremente su opinión con relación a intereses generales. 

    Esta concepción no deja de ubicarse en el plano ideal del deber ser que no está en consonancia con la realidad. Si para el filósofo de la Escuela de Frankfurt era una conclusión definitoria, un siglo antes, otro filósofo alemán, Karl Marx, plantea que la opinión pública no representa una "voluntad general", sino una falsa conciencia que enmascara el interés de la clase burguesa.

    Si la ideología produce una conciencia deformada de la realidad y justifica el predominio de la clase dominante y del poder político, es evidente que no hay tal opinión o más bien es una opinión implantada; la clase dominante implanta su ideología que comparte con una clase explotada que se traduce en una “falsa conciencia”. La clase en el poder impone sus valores y les da un carácter universal y las mismas leyes dictadas por la burguesía, afines a sus intereses, les da una observancia general. Bajo estas consideraciones, una opinión pública libre, razonada y reflexiva era prácticamente imposible.

Los medios dictando agenda 

Con la aparición de los medios de comunicación electrónicos se comienza a analizar con mayor interés el fenómeno a partir de la penetración de la radio y la televisión en la sociedad y la manera como empiezan a generar modelos de comportamiento, tendencias, etcétera.

Luis Alcantar (2017) refiere a Walter Lippmann (1889–1974) y la diferencia que hace entre las percepciones que tienen las personas de primera mano y las que proceden de otras fuentes, especialmente de los medios de comunicación. Si Marx se refería a la ideología, Lippmann se refiere a un pseudoentorno que está constituido por estereotipos, símbolos, imágenes, ficciones, etcétera. La proporción de la realidad que se transmite a los individuos a través de los medios de comunicación en comparación con las experiencias directas se ha multiplicado enormemente, dice el periodista y filósofo; de tal suerte que “las imágenes de la realidad son la realidad”. 

Alcantar también cita a Niklas Luhmann quien considera que “la opinión ha cumplido su función cuando ha llevado un tema a la mesa de negociación […] el logro de la opinión es la selección de los temas, que se desarrolla conforme a reglas de atención susceptibles de análisis […] la estructuración de la atención, la selección de los temas, como una fase del proceso de opinión, no deja dudas sobre la importancia de los medios de comunicación, que asumen la tarea de seleccionar los temas.

“Una conclusión generalizada es que son los medios los que suscitan los temas y los ponen sobre la mesa, esto es, son los que dictan la agenda”.

En México, los medios van más allá de sólo “dictar agenda”. Los conductores de programas noticiosos, periodistas, seleccionan de manera parcial “sus fuentes”, las que son afines a una tendencia previamente definida, por la razón o intereses que sean, pues tratándose de empresas privadas, éstas se consideran al margen de consideraciones éticas. Incluso han reducido el quehacer periodístico a niveles de pobreza intelectual y procacidad verbal, de tal suerte que ha habido una progresiva pérdida de credibilidad. 

De implantar realidades falsas a implantar mentiras

“Pastorear las conciencias” es una acción que tiene en la actualidad una gran aliada: la posverdad. El término surgió en 2016, y al año siguiente el diccionario de la Real Academia Española la definió como la “distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales, entendida como una distorsión de la realidad, lo que la convierte en una práctica manipuladora, de manera deliberada, generalmente en el ámbito político.

Un artículo publicado por el doctor en periodismo Roberto Rodríguez Andrés en The Conversation Academic explica que concretamente se trata de “cómo retorcer la verdad para manipular la opinión pública y ponerla a favor de quien lanza la mentira o en contra de un rival, para desestabilizar gobiernos, para generar división, para ganar unas elecciones…” y se asumen como auténticos cursos de la difusión de esas mentiras, cuando no son ellos mismos [los periodistas] quienes las crean”. 

Va más allá cuando señala que ya ni siquiera les hacen falta los medios de comunicación para difundir sus mentiras, entre otras cosas porque han surgido otras herramientas que les permiten lanzar mensajes directamente a los ciudadanos sin pasar por la intermediación de los periodistas, como el internet, las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea tipo WhatsApp, a través de las cuales pueden expandirlas de una manera mucho más rápida y con una capacidad de alcanzar a un mayor número de personas.

Primero se usaron granjas de likes generadas por personas con muchos celulares desde otros países. En una segunda etapa los celulares estaban centralizados desde una computadora y desde ahí se controlaba respuestas, multiplicaban hashtags para hacer parecer que mucha gente estaba participando en el tema, pero en el tercer nivel todo está automatizado, incluso con inteligencia artificial. 

Lo nuevo son las granjas de bots mediante diferentes programas de gestión que replica infinitas veces al número de teléfonos conectados  a esa red. 

Quizá se recuerde cuando en plena campaña empezó a circular un texto de una supuesta reforma constitucional al artículo 139 para abolir la propiedad, cuando la Constitución tiene 136. El texto circuló ampliamente por redes y por Whatsapp; mucha gente lo creyó, porque el mensaje fue replicado por personajes como Laura Zapata e Ignacio Morales Lechuga.  

Le invierten millones de pesos a las granjas de bots

Así operaron las granjas de bots con miles de cuentas falsas, algunas compradas en el mercado negro, “que se dedican a inflar conversaciones; su estrategia es generar percepción sobre algunos temas, sobre algunas personas para que de lo digital trasciendan a otros medios, se vuelva noticia, lo replican algunos actores políticos”, denunció Mario Delgado, y en cuatro días se destinaron “por sectores probablemente ligados a la oposición”, unos 20 millones de pesos para emprender una guerra sucia en la red social X con cuentas bots contra el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo por el hallazgo de supuestas instalaciones del narcotráfico en el rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco.

Las ubicaciones desde donde se publicaron provienen de 50 diferentes países, como Estados Unidos, Filipinas, Dinamarca, Nigeria, Alemania, Japón, Finlandia, China, Indonesia, Malasia, entre otros, añadió. Todo ello se potencia con la inteligencia artificial con la que se genera no solo información, sino fotografías, videos manipulados, diseño de personas casi perfectas. 

Toda esta tecnología al servicio de la posverdad puede conducir a un crecimiento exponencial del uso de la mentira en la política. Con estas campañas no solamente se busca implantar una mentira que lleve a la gente a tomar decisiones que favorezcan a quien las emprenda, sino generar odio y enfrentamientos con las personas que no las creen. 

Estas campañas negras con el empleo de granjas de bots no lograron hacer mella en el expresidente Andrés Manuel López Obrador y tampoco parece tener mucho impacto en la popularidad de la presidenta Claudia Sheinbaum, que ronda el 80%, pero el desarrollo tecnológico es vertiginoso y no estamos preparados para lo que sigue porque ignoramos bajo qué consideraciones éticas se programa las herramientas de la inteligencia artificial.

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