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Del miedo al horror


Alejandro Ánimas Vargas

Si uno buscara cual es el sentimiento que más se ha extendido en el mundo en los últimos años, es probable que el miedo sea la respuesta. Nuestras sociedades han transitado del optimismo desbordante de los años 90 a la sombría época reciente. Con la caída del bloque soviético vino un auge de la economía basada en preceptos neoliberales, a la par que muchos países experimentaban por primera vez en décadas los privilegios de la libertad en todos sus aspectos: políticos, económicos y sociales. La globalización era la autopista que nos llevaría directamente el progreso social y al desarrollo económico.

Sin embargo, la realidad no es lineal y muchas cosas sucedieron que fueron modificando de poco a poco la sensación de optimismo. El llamado efecto tequila que vino a dar una primera señal de advertencia de que la economía no necesariamente solo tenía delante de sí el crecimiento. Pero la más fuerte advertencia llegó con el ataque a las torres gemelas del WTC en Nueva York. A partir de entonces el optimismo empezó a ceder su lugar protagónico al miedo. Parecía que el choque de civilizaciones (Huntington, 1997) que Huntington había anunciado años atrás se volvía una profecía auto cumplida.

Desde entonces hemos ido acumulando razones para tener miedo. A los tradicionales miedos que tenemos como personas por ejemplo, la oscuridad, los relámpagos o la soledad, hasta aquellos relacionados con los asaltos, la falta de empleo o la inflación. De manera más generalizada podemos encontrar miedos a la delincuencia organizada o a temas que parecían olvidados, como la guerra y las pandemias. Por si fuera poco, no hay semana en que en los cines no pasen películas de terror o de mundos apocalípticos.

Dominique Moisí en La geopolítica de las emociones (Moisi, 2009), señala que en las naciones, como en las personas, se pueden distinguir emociones. En el caso de los países esas emociones son esperanza, humillación y miedo. En este sentido, occidente ve cómo va creciendo el miedo dentro de sus sociedades, con una característica particular, el miedo venía de fuera, de Asia (representado por el poderío económico de China) o de Medio Oriente (encarnado en los regímenes teocráticos). Posteriormente el miedo empezó a enfocarse a los migrantes provenientes de África.

Sin embargo, no es deseable que el miedo desaparezca por completo, porque al final de cuentas funciona también como una alerta. El miedo a caernos desde las alturas evita que nos acerquemos demasiado a las cornisas o que pongamos barandales, y en esto la mayoría de las personas estarían de acuerdo. De la misma forma, el miedo a otro ataque terrorista unió, aunque sea por un breve lapso, a los estadounidenses en torno a políticas que restringían las libertades.

Hoy el miedo está presente sin que se perciba que la sociedad reaccione de manera más o menos homogénea ante dicha situación. En nuestro entorno público se está dividendo en dos posturas: o se magnifica el miedo al grado del terror o se minimiza el miedo al punto de considerarlo como algo intrascendente. El futuro de nuestras sociedades depende de que entendamos que hay situaciones que no estamos atendiendo (extremismos, divisiones, terrorismo) y si hacemos como que nada está pasando, el miedo puede terminar por paralizarnos y convertirse en horror.

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