Roberto Galaviz
En medio de la polarización que caracteriza nuestro tiempo, surge la necesidad de repensar qué tipo de país queremos construir. No desde las trincheras ideológicas, sino desde una pregunta simple: ¿qué sirve realmente para que los mexicanos vivan mejor?
El humanismo mexicano parte de una idea básica: las instituciones, los partidos y el mismo gobierno existen para servir a las personas, no al revés. Esto significa evaluar cualquier política pública por una sola pregunta: ¿mejora la vida concreta de los ciudadanos?
No se trata de izquierda o derecha, sino de eficacia. Si un programa social funciona, se mantiene. Si una política económica genera empleos dignos, se apoya. Si una reforma educativa forma mejores ciudadanos, se impulsa. El criterio no es la pureza ideológica, sino el resultado real en la vida de las familias mexicanas.
México tiene una historia única. Somos mestizos, contradictorios, capaces de combinar tradición y modernidad, sin que nos estalle en las manos. Esta capacidad de síntesis no es debilidad, es fortaleza.
El humanismo mexicano abraza esta realidad. No pretende convertir a México en Suecia ni en Singapur. Busca ser el mejor México posible, partiendo de quiénes somos realmente: un pueblo que ha aprendido a vivir con la contradicción, que resuelve problemas complejos con soluciones creativas, que prefiere el sentido común a las fórmulas importadas.
Esto no significa cerrarse al mundo, sino dialogar con él desde nuestra propia identidad. Aprender de otros sin renunciar a nosotros mismos.
Los mexicanos desconfiamos instintivamente de los extremos. Tenemos razón. La realidad es compleja y las soluciones simples suelen crear problemas más grandes.
El humanismo mexicano busca equilibrios dinámicos:
No se trata de quedarse en el centro por comodidad, sino de encontrar síntesis que respondan a problemas reales. A veces esto requerirá más Estado, otras veces menos. En ocasiones será necesario más mercado, a veces menos; en otras, más regulación. El criterio debe ser qué funciona para resolver el problema específico que enfrentamos.
Este enfoque podría sonar a oportunismo. No lo es. El humanismo mexicano tiene valores claros:
La dignidad de toda persona es innegociable: Esto significa garantizar condiciones básicas para que cada mexicano pueda desarrollar su potencial: educación de calidad, salud accesible, seguridad, oportunidades de trabajo decente.
La libertad responsable: Esto implica que cada uno pueda elegir su camino, pero reconociendo que vivimos en sociedad. Mi libertad termina donde comienza la del otro.
El bienestar común: no es una abstracción, sino la suma de condiciones que permiten que las familias mexicanas vivan con esperanza y construyan un futuro para sus hijos.
El humanismo mexicano no es una ideología cerrada, sino un método para tomar decisiones públicas:
México enfrenta desafíos que no se resuelven con recetas del pasado: violencia, desigualdad, corrupción, cambio climático, transformación tecnológica. Necesitamos respuestas nuevas que conecten con nuestra realidad específica.
México tiene hoy la posibilidad de ofrecer al mundo una valiosa contribución: una práctica política que respete la dignidad de las personas y reconozca la complejidad de la realidad social. Un estilo de gobernanza que refleje, como el país mismo, lo mestizo, lo práctico y lo humano.
No se trata de tener todas las respuestas, sino de hacer las preguntas correctas y buscar soluciones con honestidad, creatividad y sentido común. De construir un país donde cada mexicano pueda decir: aquí puedo ser quien soy, aquí puedo construir mi futuro, aquí vale la pena vivir.