Las acciones de política pública en el ámbito urbano son siempre polémicas. Puede haber costos y beneficios a considerar y compensar. Ahora, poner en operación una ciclovía es de las acciones que mayor ganancia costo-beneficio reportan para lograr objetivos como reducir accidentes y emisiones, mejorar el espacio público y facilitar alternativas de transporte.
Una ciclovía cuesta poco; es sencilla de diseñar, pacifica el tráfico vial y hace posible el transporte no contaminante a bajo costo; también tiene efectos positivos en materia de seguridad. Para una mujer es más seguro realizar un trayecto nocturno en bicicleta que caminando. Eso, como sucede en la Ciudad de México, debe complementarse con sistemas de préstamos de bicicletas y bici estacionamientos en zonas cercas al transporte público masivo.
La ciudad es uno de los grandes casos de éxito en la expansión de la infraestructura ciclista; se cuenta con gran capacidad para su diseño y puesta en operación, aunque el potencial es todavía mayor. Nuestra avenida principal, el Paseo de la Reforma, es la muestra viva de la ciudad transformada por la bicicleta. No obstante, existen resistencias culturales a la tarea de adecuar el espacio público en favor del ciclista y del peatón.
Los discursos opositores son generalmente pobres en argumentos, muchos se limitan a señalar que son imposiciones de la autoridad. Uno me llama la atención, el que las ciclovías dañan la economía local, ya que los negocios se ven afectados por la eventual reducción de cajones de estacionamiento. En realidad, existe evidencia robusta que muestra lo contrario.
Al respecto, el Departamento de Transporte de la Ciudad de Nueva York desarrolló una metodología para medir el impacto económico de intervenciones como las ciclovías. En cinco de las siete áreas analizadas las ventas de los negocios locales crecieron más que el promedio de la ciudad, mientras que en las otras dos no se presentaron comportamientos muy distintos al resto de Nueva York. En ningún caso se registraron disminuciones en las ventas o en el número de consumidores.
Por el contrario, en las áreas intervenidas se registraron más viajes internos y creció el tráfico de peatones. Se convirtieron en zonas más densas, con más comercio. Otro análisis del propio departamento neoyorquino muestra evidencia de que las facilidades a ciclistas y peatones, establecidas a raíz de la pandemia, fueron positivas para los negocios locales.
Lo anterior se suma a otro estudio reciente, realizado en 23 ciudades de Estados Unidos, que confirma que las ciclovías y las intervenciones en favor de los peatones no afectan negocios locales, sino que, por el contrario, los potencian.
El punto es que las ciclovías, además de exponenciar la movilidad ciclista, sirven también para consolidar centros de barrio, lugares en los que las personas pueden realizar actividades cotidianas, como las compras, pero también otras laborales, educativas y recreativas en el entorno cercano, sin la necesidad de grandes desplazamientos.
En lugar de oponerse a una ciclovía, que por sí sola representa beneficios, las demandas deben centrarse en que éstas se complementen con iluminación, banquetas más amplias, áreas verdes y de convivencia. La ciclovía puede ser el eje para la consolidación de mejores barrios en los que la prioridad sean las personas, no los autos.