Contrario a lo que muchos piensan, los errores son inevitables en toda actividad humana y, especialmente, en el ejercicio de las profesiones, aunque en algunas, como en la medicina, en la arquitectura y en el derecho, dichos errores van más allá de la dimensión personal de quien los comete porque conllevan perjuicios a la vida, al patrimonio y a la libertad de las personas sobre las que recaen las consecuencias.
No basta con terminar una carrera profesional para ser experto en una determinada materia, sino que, resulta de buen saber, que se requieren muchas horas de práctica constante para alcanzar la expertís e, incluso así, siempre existirán los errores del “experto”.
Generalmente se logra el reconocimiento por el dominio en una técnica, profesión o arte, después de miles de horas de hacer lo mismo todos los días. El deportista de alto rendimiento no logra serlo sino después de horas y horas de aburridas y dolorosas repeticiones, al igual que el músico que despierta admiración por su virtuosismo. En esto se combinan habilidades naturales con la capacidad de resistencia a la frustración por lo que, de manera cierta, muchos “expertos” suelen ser personas compulsivas y obsesionadas que subliman sus instintos hasta convertirlos en virtudes altamente valoradas.
El profesionista experto llega a serlo después de haberse equivocado muchas veces en el ejercicio de su profesión, lo que le lleva a tener plena conciencia de lo que no debe hacer y de cómo sí debe hacer las cosas. En esto consiste la verdadera virtud del profesionista “exitoso”, repetir, repetir y repetir algo hasta llegar a hacerlo de forma natural y espontánea. En realidad muchos conocimientos y destrezas son modelos que, a fuerza de repeticiones, se logran implantar en nuestro cerebro con lo que se actúa de forma automática. Antes de tener una vacuna eficaz, por ejemplo, se hicieron miles y miles de pruebas fallidas.
La experiencia del viejo y la inexperiencia del joven solo consisten en las oportunidades que han tenido de cometer errores y de aprender de ellos, combinados con una obsesión compulsiva por alcanzar la perfección. De lo que tiene que ufanarse el viejo “experto” es que ha cometido cientos o miles de errores más que el joven inexperto. Visto así, los errores pueden tomarse como clases de sabiduría, como oportunidades que nos da la vida para progresar en el dominio de un arte, oficio o profesión.
El hombre inteligente y sabio no considera las equivocaciones como fracasos, sino como oportunidades. Cada error cometido es un acercamiento a la perfección que por definición jamás se alcanzará. Los costos de los errores son inversiones, son el pago por la universidad de la vida.
Muchas personas exitosas, reconocidos como expertos en diversas áreas de la ciencia y de las artes no necesariamente se caracterizaron como estudiantes brillantes. Inventores y científicos de la talla de Isaac Newton; Louis Pasteur; Thomas Alva Edison y Albert Einstein, entre muchos más, fueron calificados por sus mentores como pésimos estudiantes apenas sobre el nivel de estupidez.
A contrario sensu, muchas personas que como estudiantes prometían y merecían los máximos honores, jamás logran vencer circunstancias adversas como profesionistas, con lo que se entregan a satisfacer sus sentidos y pasiones, pasando al oscuro mundo de la mediocridad.
En ocasiones, dentro de una aparente incapacidad intelectual se oculta un genio que, con la estimulación adecuada, surge para el bien o para el mal de la humanidad. Por ello, la aparición temprana de ventajas o de desventajas no necesariamente son determinantes para el desarrollo del adulto. Ante un aparente éxito no se debe perder la cordura, la sensatez y la prudencia, pues la vida está plagada de ejemplos que arrojan al bote de la basura la soberbia que dan los dieces y grados académicos, así como los rimbombantes nombramientos de “investigadores”, de “asesores” y ahora hasta de ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Muchos grados académicos de “excelencia”, a juzgar por las presentes y públicas evidencias, se logran con trampas, no importando los medios sino el fin.
No siempre el que más habla con aparente erudición es el más inteligente ni mucho menos el más capaz. Veo, con más frecuencia de lo que me gustaría, que amigos con un alto ego, sabedores de que despiertan cierta admiración y reconocimiento en círculos de amigos y de fans, de pronto opinan de todo y por todo reclamando para sus peroratas y tópicos el grado de verdades absolutas y, sin embargo, dicha retórica esconde cualquier cantidad de argumentos falaces que no soportan el más mínimo análisis sistemático. La persona que habla poco en ocasiones suele pensar y meditar mucho.
La imposibilidad de algunas personas de sobresalir en los salones de clase puede deberse a sus espíritus inquietos que se rebelan a la tiranía de la disciplina. Al igual, nos sorprendería conocer la cantidad de genios que se ocultan en personalidades tímidas y discretas. Así, a un niño humilde, desvalido y desarrapado, sin aparente futuro más allá de ser reclutado por la delincuencia organizada, debes mostrarle cariño por lo que es, pero profundo respeto por lo que puede llegar a ser.
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