La razón por la que debemos descarbonizar la economía cuanto antes es muy sencilla.
Los gases de efecto invernadero (principalmente dióxido de carbono y metano) atrapan el calor, lo que hace que aumente la temperatura promedio de la superficie de la Tierra. Cuantos más gases hay, más sube la temperatura, aumentan los riesgos, pero también las oportunidades.
El número de partículas de gases de efecto invernadero en nuestra atmósfera se mantuvo bastante estable durante millones de años, hasta que comenzó a aumentar como consecuencia de la actividad humana desde mediados del siglo XIX, particularmente por quemar combustibles fósiles para generar energía (Al Gore lo explica muy bien en su ya clásico documental Una verdad incómoda).
Cada vez que añadimos un poco de dióxido de carbono a la atmósfera también estamos aumentando el efecto invernadero del planeta. Simplemente no hay que darle muchas vueltas, es física.
Como resultado de la actividad humana (principalmente en los países más ricos y desarrollados) ya hemos experimentado un aumento de 1ºC desde tiempos preindustriales, y de no reducir las emisiones de carbono enfrentaremos un aumento de entre 1.5ºC y 3ºC, para la mitad del siglo, y de entre 4 y 8 grados a finales del siglo XXI.
Las afectaciones serán dramáticas y algunas ya las estamos viviendo: más días con temperaturas altas en un año, tormentas devastadoras, aumento de los incendios forestales, incremento en los niveles del mar, extinción de animales y plantas y sequías severas que afectan a nuestras presas, ríos y lagos.
Si la emisión de dióxido de carbono tiene el potencial de acabar con la vida en el planeta, entonces ¿por qué seguimos haciéndolo y cómo podemos solucionar este problema? Aquí la economía tiene mucho que decir.
La premisa económica central detrás de la economía ambiental es que los mercados distribuyen los recursos correctamente cuando funcionan adecuadamente, pero pueden distribuirlos incorrectamente cuando existen fallas de mercado. Uno de los tipos de fallas de mercado que más estudiamos es cuando ocurren derrames fuera del mercado, por ejemplo, cuando se emite carbono a la atmósfera ocasionando el cambio climático. A estos derrames no incluidos dentro del proceso de producción los llamamos externalidades negativas.
Las y los economistas hemos dedicado mucho esfuerzo en estudiar también otro tipo de externalidades, como el conocimiento a través de la educación y el comercio, que no por ser fallas de mercado significa que no sean positivas para la sociedad. Sin embargo, el cambio climático representa no una simple falla de mercado, sino la mayor falla de mercado de la historia.
Para solucionar la emisión de dióxido de carbono, los economistas hemos puesto énfasis en promover un precio correcto a las emisiones (a través de la creación de mercados de emisiones de carbono e impuestos verdes para lograr que el costo marginal de reducir las emisiones sea igual a su beneficio marginal), mejorar las condiciones de la propiedad intelectual y promover al Estado emprendedor para apoyar el desarrollo de tecnologías de producción de energía más baratas y no basadas en fósiles.
México ha tomado pasos (necesarios e insuficientes) en la dirección correcta para la adaptación y mitigación del cambio climático. Recientemente se acaba de cumplir una década de la promulgación de la Ley General de Cambio Climático y en 2015 el país no solo se adhirió al Acuerdo de París donde se acordó un marco global para evitar el cambio climático manteniendo el calentamiento global por debajo de los 2 °C (algo que hoy ya se ve muy difícil de alcanzar), sino que también promulgó la Ley de Transición Energética.
A fin de alinear y actualizar la Ley General de Cambio Climático al Acuerdo de París, en 2018 se creó un sistema de comercio de emisiones de carbono que forma parte de los mecanismos de mercado para disminuir las emisiones. El marco legal es importante, sin embargo, hace falta cumplirlo para alcanzar los objetivos planteados.
En el peor de los mundos no existiría legislación ni regulación que encamine a las sociedades para reducir las emisiones de carbono y evitar la catástrofe planetaria. Ante una regulación laxa o inexistente, la sociedad y el sector privado deben participar activamente contra el cambio climático.
Una de las principales iniciativas privadas para atender los riesgos y oportunidades ocasionados por el cambio climático es la incorporación de la gobernanza ambiental, social y corporativa (ASG) de las empresas, que es la proyección del cuidado del entorno y la disminución de emisiones hacia y desde el mundo corporativo.
A partir del Acuerdo de París, no solamente fueron los gobiernos los que adoptaron medidas para alcanzar los objetivos, sino que también los inversionistas del sector privado comenzaron a replantear la estructura de sus portafolios, no únicamente con un propósito financiero, sino también considerando los criterios ASG y los beneficios que estos podrían traer.
En el primer trimestre de 2021, 21.5 mil millones de dólares fueron destinados a fondos de inversión basados en principios ASG a nivel global, monto que casi duplica el del año previo. Un estudio publicado por Bloomberg evidencia que los activos globales ASG están en camino de superar los 53 billones de dólares para 2025, lo que representa más de un tercio de los 140.5 billones en activos totales.
En nuestra América, el área de oportunidad que se tiene con los objetivos ASG (a través de la emisión de bonos vinculados con la sostenibilidad o instrumentos financieros de renta fija) es significativo. Menos de 3% de la emisión global de bonos verdes ha sido realizada en nuestra región, lo cual significa que estas inversiones todavía tienen un margen para crecer.
Gobiernos, sociedad civil y sector privado tenemos las herramientas y los marcos para evitar la catástrofe ambiental; debemos acelerar el cambio tecnológico, promover un precio adecuado de las emisiones de carbono e integrar estrategias inteligentes en la adaptación y mitigación del cambio climático cuanto antes, de no hacerlo, la alternativa será un mundo cada vez más pobre, desigual, caliente e inestable.