Hace días se efectuaron las jornadas sobre políticas y planes de protección del niño, niña y adolescente en el deporte, organizadas por la Comisión de Deporte, que preside la diputada María José Alcalá Izguerra (PVEM), donde especialistas y funcionarios hablaron de la importancia de que la actividad deportiva se realice sin riesgos físicos, daños psicológicos o abusos.
Y quién mejor que la diputada Edna Gisel Díaz Acevedo (PRD), primera mujer en ganar un campeonato mundial de taekwondo, para darnos sus impresiones al respecto porque, a pesar de su profesionalismo y entrega, la práctica de este deporte le causó lesiones y cirugías que le hicieron abandonar esta disciplina.
La actividad deportiva aporta beneficios a las personas, por ejemplo, duermen mejor, mitigan problemas de depresión, ansiedad, aleja de las drogas, la violencia y estimula el sistema glandular, pero en el reverso de la moneda, cuando hay de por medio un entrenador es común el maltrato emocional o sicológico, sobrecarga del entrenamiento, el dopaje impuesto, sobre todo cuando se llega a la categoría de alto rendimiento ¿Cuál es la realidad de esta situación?
La diputada Edna Gisel Díaz explica que esta situación se observa particularmente en el deporte competitivo porque las instituciones y entrenadores quieren medallas y cuando empiezan desde muy temprana edad, suelen llevar a los deportistas al límite, como sucede en China, Cuba, Corea.
El deporte o cualquier actividad física, continúa la diputada Díaz, debe practicarse de acuerdo con la edad, género, estado físico, contrario a lo que implica el deporte de alto rendimiento, que lleva límites físicos, mentales, emocionales en un lapso muy corto y, en muchas ocasiones, como es mi caso y seguramente el de muchos deportistas de alto rendimiento, el cuerpo lo resiente.
¿Es el costo del deporte de alto rendimiento?
—Hay golpes constantes, lesiones, cirugías varias, entonces llega un punto en donde deja de ser saludable, sano, porque el objetivo es el resultado que se traduce en una medalla o el título. Por eso hay pocos deportistas de alto rendimiento. El paradigma debería ser un deporte para todos, saludable, que nos ayude en ciertos procesos.
Cuando hacemos deporte generamos muchas sustancias químicas como la dopamina, la serotonina, la endorfina, que contribuyen a la reducción de la ansiedad y el estrés, incluso a sanar algunos padecimientos y evitar estos trastornos tan comunes en la sociedad.
En cuanto al deporte de alto rendimiento, recomienda tener mucho cuidado y trabajar en equipos multidisciplinarios, con entrenadores expertos, nutriólogos, psicólogos, asesores; ellos pueden guiar en los niveles de alto rendimiento.
En general, todos los deportes se forjan en la competencia para obtener una presea o un lugar. Entonces hay un ganador, pero el segundo lugar es ya el primero de los perdedores. ¿Cómo evitar la frustración de quienes no obtienen el primer lugar?
—Es parte de la formación, de la responsabilidad de quien enseña un deporte o, incluso, de la familia. Nos obliga a trabajar en la resiliencia. Ganar es importante, pero perder también es parte del proceso. El deporte es como la vida: se gana y se pierde, pero hay que adaptarse. Hay que enseñar a los niños que no está mal perder; está mal no intentarlo; lo malo es enojarse cuando pierdes o sentirse menos cuando se obtiene un segundo, tercero o ningún lugar. Si bien es cierto que el deporte exige o premia, quizá debería tomarse como una aspiración que el niño quiera ser mejor de lo que fue ayer y que la competencia sea con él mismo.
Actualmente nos enfrentamos a un mundo donde competir tiene por objeto alcanzar la superioridad en los estudios, el deporte, las escuelas. Sin embargo, a pesar de que atravesamos por un periodo de más de dos años de una pandemia que produjo impactos graves a nivel personal y global en todos los campos del desarrollo humano, no salimos a la calle a ser más solidarios después del confinamiento.
En este punto, la diputada y sicóloga Edna Díaz nos habla del paradigma ético del “juego limpio”.
—Jugar limpio es hacerlo en circunstancias donde no se afecte al otro, donde no se rompan las reglas dentro y fuera del deporte. También está el tema de la solidaridad o la falta de ella. La gente, los jóvenes y los niños se enajenan más con un celular, con la tecnología; las personas son más egoístas y solamente ven por sí mismas. En las circunstancias actuales se tiende más al individualismo que en tratar de hacer comunidad.
¿Cuál fue su experiencia en el taekwondo? ¿Cómo fue su entrenamiento para obtener una medalla de oro?
—Provengo de una familia donde siempre se hacía deporte. Hacer deporte en casa era como ir a la escuela, así que mis hermanos y yo hicimos todos los deportes imaginables. Desde pequeña fui a gimnasia, al baloncesto, al atletismo, la natación; hice de todo. Cuando tenía 11 años, mi hermano mayor practicaba taekwondo y quise hacer lo mismo. Mi mamá opuso cierta resistencia porque era un “deporte para hombres”; me sugería que mejor hiciera ballet o gimnasia.
Edna era muy tenaz y se inscribió; durante el primer mes asistía un poco a escondidas de su madre, aunque su padre lo supo desde un principio; además, tenía cualidades físicas, como la estatura y las piernas largas, que le permitían mayor alcance en la patada. Dado que pocas mujeres y niñas practicaban este deporte, al principio entrenaba con hombres.
—Después de ganar algunas competencias en Uruapan, Michoacán, vine a la Ciudad de México como parte del equipo nacional juvenil, a los 17 años. Cuando cumplí 18 ya había representado al país en algunas competencias en otras naciones, pero en ese momento se dio la oportunidad de un selectivo para el campeonato del mundo. Participé en el Comité Olímpico, gané y en 2005, cuando tenía 19 años, se efectuó el campeonato.
La reacción de las personas que asistieron fue muy peculiar, imbuidas de un espíritu soterrado de fracaso, persuadidas de que no habría un triunfo posible para la joven novata.
—Primero me felicitaron por asistir a un campeonato del mundo siendo la más joven del equipo nacional, “pero no te preocupes, no te sientas presionada, eres nueva, las expectativas están en otras personas que ya llevan mucho tiempo en esto, y pues ninguna mujer ha ganado un campeonato del mundo, todos han sido hombres, entonces no creemos que ahora vaya a suceder”. Así me dijeron.
Esa manera de cooptarla, de intentar inhibir el espíritu deportivo de una competidora libre, sin prejuicios, propició que aflorara el coraje de una jovencita que estaba dando lo mejor de sí.
—Sentí que me querían limitar, quizá sin intención, pero ¿por qué no podíamos pensar que una mexicana podía hacerlo? Sin embargo, eso me ayudó a no sentir la presión y fui avanzando en ese campeonato poco a poco, con un entrenador muy bueno que confió en mí y yo, evidentemente, confié en él; fui ganando combate tras combate; yo era la única mexicana que competía y fui ganando cada encuentro.
Cuando tenía asegurado el bronce, sus compañeros fueron a felicitarla al área de calentamiento. Recuerda las frases: “eres lo máximo; qué bueno que lo conseguiste; no te preocupes, ya con eso es suficiente, es más, tú ya cumpliste de más al darle esta medalla a México”. Edna se indignó.
—Le dije a mi entrenador: ayúdame a sacarlos de aquí, quiero estar sola, quiero estar concentrada. A veces la gente a tu alrededor, sin quererlo, te limita con frases de “no pasa nada, tú ya cumpliste, ya no hay más”. Pero todavía me faltaba un combate y pensé que quizá podría ser esa medallista que no tiene mi país. Para la gente estaba bien conformarse con una medalla de bronce. Entonces mi entrenador me ayudó a sacarlos de ahí.
“Entré muy nerviosa a esa final contra Taipéi, China. Iba yo perdiendo en el segundo round, y en el tercero dije: bueno, ya está, quizá voy a perder porque mi contrincante es muy buena, tampoco es que voy a perder con alguien cualquiera, y si voy a perder no voy a quedarme con el sentimiento de haber podido hacer más. Entré al tercer round con la intención de dar todo, sin importar lo que pasara. Tendrías que verlo –dice casi conmovida–, pero fue ganar un punto tras otro. La contienda fue muy cerrada en el marcador, pero logré ganar ese combate. Y la medalla de oro. En ese momento mi vida cambió totalmente.
Afuera, la gente estaba eufórica, pero más que nada sorprendida por el resultado de que una mexicana joven, novata, hubiera ganado un campeonato mundial y se dieron cuenta de que sí se podía.
—Me llamó el presidente y hubo toda una revolución con mi familia, mis amigos, con la gente misma por un logro que obtuve representando a México. Ese había sido mi sueño desde niña. Estar de pie en lo más alto del pódium, con la bandera de México subiendo, cantando el himno nacional, fue una de las experiencias más extraordinarias de mi vida. Años después tuve plena conciencia del sentido feminista de ganar la medalla de oro, de que las mujeres podemos decir y hacer lo que queramos, aunque la sociedad nos diga que no.
Los entrenamientos de Edna eran de mucha disciplina. Entrenaba tres o cuatro veces al día, con descansos sólo para comer. Aun así, hizo una licenciatura en sicología, de siete a diez de la noche. Siguió compitiendo en juegos centroamericanos, panamericanos. Luego vinieron dos ciclos olímpicos y ahí es cuando entró la presión y el desgaste de su cuerpo.
—Tuve cinco cirugías en rodillas, dos en el hombro, una en la espalda, y se inició todo un proceso de doctores, terapias y rehabilitación, lo que me impidió en dos ocasiones, en Beijing 2008 y Londres 2012 que pudiera competir en los Juegos Olímpicos. En 2012, estando en el hospital, dije: bueno, mi cuerpo está diciendo que pare y voy a parar definitivamente y surgió la posibilidad de estudiar la maestría en el extranjero. Me fui a España y cuando regresé me hice cargo del deporte en mi estado, Michoacán. Yo venía precisamente de estudiar gestión y dirección de entidades deportivas.
“Viví en Morelia mientras duró el encargo, después trabajé con grupos de mujeres, impulsé mi fundación, fui embajadora de Cruz Roja mexicana, y siempre existieron propuestas para incursionar en el mundo político, pero yo siempre había tenido cierta resistencia. Había principios de diferentes partidos políticos que me convencían, pero luego las personas eran las que no me terminaban de convencer. Luego vino la propuesta de ser candidata para la diputación federal. Pero tuve una condición: que me dejaran ser yo, porque no soy una política, no hablo como política ni me comporto como tal, que me dejaran ser yo, que me dejaran hacer política a mi manera y que no me obligaran nunca a afiliarme a ningún partido político. Y aceptaron. Contendimos y aquí estoy.”