Trabajo Legislativo / Entrevista


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Los sueños de la niña de la montaña


Juan José Graham Nieto

Háblame, ¡oh Musa!, de aquella niña zapoteca de Oaxaca, hija de la cultura del esfuerzo extraordinario, quien desde los doce años se rebeló y desafió la fatalidad de un destino que sigue encadenando a niñas al matrimonio infantil y a la explotación.

Desde Homero se cantan las hazañas de los héroes, como en La Odisea. Entre estas narrativas monumentales encontramos una rareza: desde la más tierna infancia, Eufrosina Cruz Mendoza emprendió una odisea, sin imaginar a qué Ítaca la llevaría:   a la LXV Legislatura de la Cámara de Diputados.

Camino arduo, lleno de experiencias, enfrentando amenazantes, cíclopes y convulsos mares que estuvieron a punto de derrotar su alma valerosa. 

Niña, mujer admirable, finalmente ganó la partida al destino. Su odisea la llevó a puertos nunca vistos: a una licenciatura, al liderazgo del Congreso de Oaxaca, a la ONU, a la Cámara de Diputados. Arrebató un destino distinto al que tenía diseñado desde niña enriquecido de experiencias en el camino. Sabia te has vuelto Eufrosina, con tanta experiencia. Entiendes ya, y compartes, qué significa arribar a la universal Ítaca de Homero.

El relato de la odisea de la diputada Eufrosina Cruz Mendoza (PRI) está en el libro “Los sueños de la niña de la montaña”. En la autobiografía narra su camino. Una historia que nació el primer día de 1979 en la tierra zapoteca de Santa María Quiegolani, pequeño pueblo de Oaxaca. Capítulos dedicados a su niñez. A sus batallas en favor de las mujeres. Al activismo social y a la política. Desfilan sus victorias, por ejemplo, ser la primera mujer indígena en presidir el Congreso de Oaxaca. Es la historia de la niña zapoteca que transformó México.

Eufrosina tiene un corazón poético. Destila poesía al evocar a Santa María Quiegolani. “Una montaña hermosa de la sierra sur de Oaxaca. A cinco horas de la capital, ahora que ya hay carretera. Estás en la montaña y es como si caminaras por las nubes. La montaña representa sueños, aspiraciones, rebeldía, terquedad. En la montaña también gritamos, soñamos…”.

A los once o doce años decidiste ir contra de las reglas del pueblo, donde el destino de una niña era casarse.

Defiendo los usos y costumbres cuando significan mi lengua zapoteca, la cultura, la identidad, pero somos la sociedad más discriminatoria y excluyente. Si naces mujer e indígena, ya te jodiste.  Tu origen definió tu destino: repetir la cotidianidad. Ver a mamá levantarse todos los días a las tres de la madrugada y servir a los demás. Usos y costumbres que se amparan en la desigualdad. Desde niña cuestioné ¿por qué tengo que levantarme todos los días a las tres? ¿Por qué debo servir a mis hermanos si tienen dos manos para atenderse? ¿Por qué no puedo, por ser mujer, ir al espacio público, aunque se trate de una cancha de piso de tierra, cuando yo trabajo más que los hombres? Nadie visibilizaba el trabajo de las mujeres y las niñas. Éramos invisibles hasta para nuestro propio entorno. Así nació mi rebeldía.

Asisto a la primaria. Conozco a mi maestro Joaquín. Nos enseñó otros colores, otros aromas, otros sonidos.  Me volví rebelde. Anhelé descubrir el mundo de mi maestro.

Joaquín te aportó lo distinto. Era una ventanita hacia otro mundo.

En mi libro palpita la fuerza que me dio mi maestro Joaquín. Fuerza que me impulsó hacia los sueños, que me volvieron “una niña anormal”, en el contexto de la “normalidad” del pueblo.

Al abandonar Quiegolani, en busca de oportunidades, te acompañó tu papá. Son sentimientos encontrados. No era culpa de él. Intentaba protegerte, evitar tu partida. 

El libro me sirvió para perdonar. Al escribirlo, emergieron sentimientos fuertes. Culpas que no eran de papá o mamá, porque actuaron de acuerdo a sus circunstancias. A los doce años de edad, él me iba a entregar en matrimonio, como en su momento entregó a mi hermana mayor, Claudia. Eran los usos y costumbres. Yo, a los once años, dije: Yo no quiero eso, prefiero irme de aquí, lejos, a estudiar, aunque tuviera que trabajar para costear mis estudios. Mi decisión de niña causó dolor.

Entendí el amor de mis padres. Mi papá me dio el amor más hermoso: dejarme ir, aunque trató de que no me fuera, “si te vas, te olvidas de nosotros”, me advertía. Entendí el amor en silencio de mi madre, quien me ayudó a hacer mi “equipaje”: dos bolsas y una cajita de cartón con mi ropa, pues carecíamos de mochilas, de maletas. Amor en silencio de una madre, porque me regaló cien pesos, que no sé cómo los reunió porque éramos muy pobres.

Esos cien pesos representan la fe de mi mamá en mí. Sin palabras, en silencio, al dármelos me decía:  construye tu destino, arrebátale tus sueños al destino, que tu origen (mujer, pobre e indígena) no defina tu destino. Eso representaron los cien pesos ahorrados con tanto esfuerzo por mi madre.

El amor de mi padre fue acompañarme en la travesía, desde Santa María Quiegolani hasta Salina Cruz. Primero, caminando doce horas por la montaña. Mi decisión, enfrentó a mi padre a lo incierto, a las circunstancias que ni él mismo conocía, menos yo. Dejar a su hija pequeña en un entorno que no conocía. Y también lo lanzó a enfrentar los cuestionamientos de la gente del pueblo de Quiegolani. Cuando él regresó al pueblo hubo cuestionamientos, críticas, advertencias: “a lo mejor Eufrosina regresa con tres o cuatro hijos”.

En estos entornos sociales somos niñas, pero nos tratan como adultas. No juegas con muñecas. Trabajas, sirves a los demás. Hacen que tengas conciencia del trabajo duro. ¿De dónde sacas fuerzas para cargar cubetas con agua, levantar el nixtamal, quebrajar la masa, acarrear y cargar la leña?

Una madurez acelerada. Hay una frase tuya, que me gusta mucho: “Cargar dos bolsas, duele un chingo. Lo que hay en esas bolsas es soledad, frustración, miedo, pero también en esas bolsas y en la cajita de cartón con la que salí de mi pueblo hay esperanza y rebeldía… Yo pensaba: les voy a demostrar que la pinche india puede. Duele un chingo. Lo que hay en esas bolsas es esperanza y rebeldía…” Luego llegas a Salina Cruz. Vives con tíos, te dan espacio a cambio de servirles. Es una friega. Tenías que estudiar, trabajar vendiendo comida todo el día.

Es la experiencia que trato de comunicar en el libro. Nada sucede por arte de magia. Debes arrebatarle sueños  a la vida, por más dolor que conlleva. Si no provocas que las cosas sucedan, no ocurren. Es fácil cuestionar, no es fácil hacer que las cosas sucedan. Aprendí: el hambre pasa, la moda pasa, pero los sueños no pasan. Si uno lucha todos los días, a pesar de los no que te diga la vida, a pesar de que tú misma te digas: ¿qué estoy haciendo aquí?, mejor me regreso a mi pueblo. La vida me ponía soluciones tangibles. Por eso digo: mi mejor amiga soy yo porque comencé a hablar conmigo misma.

Mis tíos ejercieron mucha explotación hacia mí. Me representó demasiado dolor. Era una niña que trabajaba sin horarios, hasta en la noche. Tanto me explotaron que unas personas, don Chevo y doña Sarita, me ofrecieron su hogar. También trabajaba mucho, pero ellos me trataban dignamente. Ahora lucho para que los jóvenes que estudian lejos de su hogar tengan acceso a estancias para estudiantes, porque el muerto y el arrimado a los tres días apestan.

Fue una parte formativa valiosa. Años después, tu regreso al pueblo, como maestra; es un capítulo muy bonito.

Al terminar mi carrera (contaduría) me voy de maestra. Compré mi primera troca. Causé sensación entre las niñas y las mujeres porque vieron que ellas también podían saber manejar y jugar en las canchas (el espacio público) como yo lo hacía.

Te convertiste en la versión más rebelde de tu maestro Joaquín. Platica la anécdota del Día de las Madres.

Les dije a las mujeres: el Día de la Madre no es para que ustedes trabajen. Les dije a los hombres: ustedes lo harán; van a servir todo. Los hombres me miraron con cara de esta maestra está re loca, pero lo hicieron. Me di cuenta que tenía poder de liderazgo. Concluí: lo vamos a ocupar para hacer cosas en bien de todos.

En política, comienzas en una presidencia municipal, negada a las mujeres.

La palabra mujer no existía en el catálogo de usos y costumbres de los pueblos indígenas. Éramos invisibles. Con el acompañamiento de los jóvenes varones del pueblo, me lancé e iba ganando, pero no me permitieron llegar por ser mujer. Era la primera vez que los hombres votaban por una mujer. Las mujeres no tenían derecho a votar. Me impidieron llegar. Y decido, con más fuerza, entrar de lleno a la política.

Llegas a ser presidenta del Congreso de Oaxaca, ¿cómo se da esa circunstancia?

Ahí sufrí bullying político. Arrebaté un espacio que según no me tocaba por ser mujer e indígena. Argumentaban: no tienes experiencia. ¿Cómo la voy a tener si no me daban la oportunidad? La experiencia se construye todos los días.

¿Qué experiencia te exigían tus compañeros? Tú traías experiencia desde cuando saliste de Quiegolani, de niña. Además, hacer política, que me encanta cómo lo defines, es romper paradigamas y tú  venías haciendo política desde los doce años.

Estando en el Congreso de Oaxaca presenté iniciativas para cambiar la Constitución del estado. En 2014 la vida me da la oportunidad de ser diputada federal y presenté una iniciativa de reforma constitucional para que ningún uso y costumbre violente los derechos humanos de las mujeres indígenas. Que no vuelvan a decir: en el catálogo de usos y costumbres no viene la palabra mujer. ¡Ni máiz, paloma! Porque las mujeres siempre hemos estado en el desarrollo de nuestras comunidades.

Se logró que en 2010 en mi pueblo las mujeres ejercieron su derecho a votar.  Hoy, la mitad del cabildo son mujeres. Las conozco, son mis amigas. Amo verlas sentadas en la mesa de toma de decisiones. Digo: valió la pena. Una de mis alumnas es presidenta municipal de su comunidad, San Miguel Chicagua, gobernado por primera vez por una mujer. Un alumno mío gobierna San Lorenzo Texmelucan. Esto es igualdad.

Que el mundo reaprenda a ver a los indígenas: no somos grupos vulnerables, no somos víctimas; somos posibilidades, somos oportunidades, somos chingones y chingonas.

¡Cuándo te imaginaste estar en la ONU!

De repente estar en la ONU. Ante la asamblea, con todos los jefes de Estado aprobando mi iniciativa. Me recordé siendo una niña, en la montaña de Oaxaca. Y me dije: claro que se puede soñar… a pesar de los no de la vida.

¿Qué sigue para Eufrosina? Me gusta tu sinceridad. No hay filtros que cometen otras políticas y políticos. ¿Sigue Oaxaca?

Sí. Mi sueño es Oaxaca. Algún día, porque antes hay que caminar, construir. Nada sucede por magia. Si la vida se queda quieta, tus sueños se quedan quietos. Para lograr el cielo de Oaxaca no me estoy quedando quieta.


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