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Adolescencia: una ficción peligrosamente real


Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor


En el panorama audiovisual actual, con una oferta tan variada por los diversos servicios de streaming sumados al cine en salas tradicionales, es cada vez más raro que “todo el mundo” hable de una misma película o serie. Pues bien, esto último sucedió en este pasado mes con la mini serie de Netflix “Adolescencia”. Es un retrato brutal de los riesgos a los que se exponen los adolescentes hoy en internet y sus posibles consecuencias, pero sobre todo de la ignorancia de los adultos —papás en primer lugar— al respecto.

La serie empieza con el arresto del joven Jamie, de 13 años de edad, acusado de asesinar a una compañera de colegio. Tan desconcertado como los padres del chico, el espectador contempla su arresto y los argumentos de la policía. Con el relato dividido en cuatro capítulos, el primero es adrenalina pura, con el arresto e interrogatorio de Jamie. El segundo tiene lugar al día siguiente en la escuela de Jamie, donde el mundo de los adultos se introduce en el mundo de los adolescentes: una escuela pública caótica de Inglaterra donde los policías buscan datos incriminatorios pero sobre todo respuestas y motivos. El tercer capítulo, una obra maestra de tensión y actuación, retrata la conversación entre Jamie y la psicóloga que debe pronunciarse sobre el estado mental del adolescente. El cuarto capítulo vuelve con la familia de Jamie, dejando claro que la serie no es un thriller criminal sino un drama que se centra en los padres del muchacho. 

“Adolescencia” pasará a la historia por poner sobre la mesa de la conversación pública los riesgos de la exposición de niños a cualquier contenido digital nocivo, y concretamente a la llamada “manosfera”. Se denomina así al conjunto de contenidos y grupos sociales en internet que reúne a hombres solitarios y resentidos contra el auge del feminismo, que pasan por el desprecio a las mujeres pero sobre todo se desprecian a sí mismos. Son los llamados “incels”, abreviación en inglés de “célibes involuntarios”, que sostienen datos populares en internet como que el 80% de las mujeres están interesadas en el 20% de los hombres. Basta como ejemplo conocer al influencer Andrew Tate, incluso citado en la serie, para algunos ejemplar pero hoy tras las rejas acusado de tráfico sexual. El riesgo es cuando quien se expone a este contenido es un niño que va descubriendo una imagen del mundo y de sí mismo, concretamente de su masculinidad, que resulta ser ésta tan desviada. 

Curiosamente la idea de realización de la serie no empezó como una crítica a los peligros de las redes sociales, sino por la parte formal, que es otra genialidad: cada uno de sus cuatro capítulos es una sola toma (“plano secuencia” se dice en la jerga audiovisual). Los creadores, los ingleses Jack Thorne y Stephen Graham —quien también la protagoniza en el papel del papá de Jamie— querían hacer una serie con capítulos de una sola toma sobre un adolescente acusado de asesinato y que la culpa no recayera en la familia. Sólo después conectaron con el tema de internet y de la manosfera como el motivo que llevaría a un muchacho a una situación como ésta. 

Y si bien vale la pena ver la serie sólo por la proeza técnica que es cada uno de los cuatro planos secuencia —que implica una gran capacidad de dirección escénica, de cámara y actoral— al final, como todo buen contenido, trasciende por el fondo de lo que plantea. En este caso, el retrato es bastante desesperanzador, pues los adultos a quienes se dirige la serie pueden ver con impotencia los riesgos a que se expone un niño con sólo una pantalla. Ya ha habido reacciones sociales y políticas al respecto. Sin embargo, no deja de ser una serie de ficción, y en este caso contradice lo que las estadísticas dicen que evitaría que alguien como Jamie estuviera en una situación así: tener una familia unida y amorosa. 



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