Luz María Mondragón
El único Premio Nobel de Literatura (1990) de México es Octavio Paz, quien nació el 31 de marzo de 1914.
La infancia de Octavio Paz transcurrió en casa de su abuelo Ireneo, en el antiguo pueblo de Mixcoac. Ahí jugó y forjó su vocación poética. Para Paz, Mixcoac fue como un reino de Camelot, un lugar idílico al que regresó en sus versos, eclosión de sus recuerdos.
Sus poemas, además de ser piezas fundamentales en la obra de Paz, son textos autobiográficos donde resuenan los ecos, las alegrías y las tristezas de su infancia y adolescencia convertidas en un prodigioso jardín de símbolos, de significados.
Como un mago que de su chistera saca conejos, palomas y otras sorpresas, Octavio Paz, de sus memorias, extrajo recuerdos:
“Vivía en las afueras de la Ciudad de México, en una vieja casa en ruinas que tenía un jardín parecido a la selva y una gran sala llena de libros. Primeros juegos y primeras lecciones. El jardín pronto se convirtió en el centro de mi mundo. La biblioteca, una cueva encantada. Solía leer y jugar con mis primos y compañeros de escuela. Había una higuera, un templo de vegetación, cuatro pinos, tres cenizas, una morera, un granado, hierba silvestre y plantas espinosas que producían pastos morados. Paredes de adobe. El tiempo era elástico. El espacio era una rueda giratoria. Todo el tiempo, pasado o futuro, real o imaginario, era pura presencia. El espacio se transformó sin cesar. El más allá estaba aquí, todo estaba aquí: un valle, una montaña, un país lejano, el patio de los vecinos.
Libros con cuadros, sobre todo libros de historia, avivados con furor, suministraban imágenes de desiertos y selvas, palacios y chozas, guerreros y princesas, mendigos y reyes. Naufragamos con Simbad y con Robinson. Peleamos con d’Artagnan. Tomamos Valencia con el Cid. ¡Cómo me hubiera gustado quedarme para siempre en la Isla de Calipso!
En verano las ramas verdes de la higuera se balancean como las velas de una carabela o un barco pirata. En lo alto del mástil, arrastrado por el viento, podía distinguir islas y continentes, tierras que desaparecieron tan pronto como se hicieron tangibles. El mundo era ilimitado, pero siempre estaba al alcance de la mano. El tiempo era una sustancia flexible que tejía un presente ininterrumpido. ¿Cuándo se rompió el hechizo? Poco a poco en lugar de repente…”
Uno de los hitos en la carrera de Octavio Paz fue la publicación de El laberinto de la soledad (1950). En este ensayo, explora la identidad mexicana desde la perspectiva histórica y filosófica; aborda temas como el nacionalismo, la soledad y la cultura. Esta obra no solo le otorgó reconocimiento, fue clave en el camino al Premio Nobel de Literatura, en 1990
Inglaterra, Francia y Estados Unidos son los países que cuentan con un mayor número de Premios Nobel de Literatura.
En América Latina, Chile tiene el primer lugar con dos Premios Nobel de Literatura: Gabriela Mistral (1945) y Pablo Neruda (1971).
Guatemala tiene a Miguel Ángel Asturias (1967); Colombia, a Gabriel García Márquez (1982); Perú, a Mario Vargas Llosa (2010); y México tiene a Octavio Paz (1990).
Resonancia internacional tuvo el siguiente acontecimiento: A fines de agosto y principios de septiembre de 1990, Octavio Paz organizó en la Ciudad de México el coloquio "Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad", que congregó a intelectuales del mundo (entre ellos varios Premios Nobel) para discutir sobre el estado de diversos temas capitales en el umbral del siglo XXI: la libertad, la religión, los nacionalismos, la economía, la justicia, el socialismo. Eran tiempos en que el planeta se cimbró tras la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989.
Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura 2010) formaba parte de un panel. Ahí ocurrió un episodio de antología. Pronunció una frase, acuñó una idea polémica e inolvidable: “México es la dictadura perfecta” (era la época del partido único en el poder).
La dictadura perfecta no es la Cuba de Fidel Castro, es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer que no lo es, pero que de hecho tiene, si uno escarba, todas las características de una dictadura, expresó Mario Vargas Llosa, quien no encontraba diferencias mayores entre las tradicionales dictaduras latinoamericanas y el régimen mexicano.
Aunque el coloquio continuó, Mario Vargas Llosa tuvo que abandonar súbitamente México.