Erick Jafeet / Escritor y académico
Grandeza. Una de las premisas que persigue un artista. La fama, el éxito, son secundarios. Pero Bukowski fue un verdadero "rockanrolla": desafiando los tópicos de la época, escribió una descarnada poesía que, reflejando de reojo la política al tiempo que imponiéndose una destrampada intimidad, acabaría por recoger prestigio, dinero, y sobrados privilegios...
Mas no fue fácil: una larga y ardua travesía debió ser superada. La poesía, las novelas y los cuentos están colmados de fracasos y rechazos, de una cruda realidad que golpea y derrumba. Pero la gran valía de Buk fue tomárselo con humor, con un sentido digamos musical, ya que supo rodearse de juerga y experiencias hedonistas que hacían de sobrepeso ante la carencia y la adversidad. De a poco y constante fue construyendo una obra cada vez más sólida a través de un lenguaje sencillo y soez que despojaba de toda capa a las cosas.
Los dioses se portaron bien conmigo. Me mantuvieron jodido. Me era difícil salir de un matadero o una fábrica y volver a casa y escribir un poema que no saliera plenamente del corazón. Y mucha gente escribe poemas que no le salen del corazón. La vida dura dio pie a la frase dura, y por frase dura me refiero a la frase auténtica sin adornos.
Superponiendo la verdad, apilaba cruentas historias de una vida auténtica y hasta excéntrica: barrios bajos, sórdidos cuartos, bares de mala muerte, relaciones con prostitutas y mujeres del bajo mundo, peleas, cárcel, y una ininterrumpida borrachera concedieron a Bukowski el mito etílico más predominante de las letras, superando incluso a su admirado Hemingway.
Pues bien: un mito no se hace solo, ni nace de la nada. Bukowski aprendió rápidamente que una portentosa apariencia como la suya podía definir una obra sui generis si peleaba a la contra. Por naturaleza lo poseía; bastaba con darle un empujón siendo un provocador. Era como ir por la calle arrastrando unos pesados y gigantescos pies, sangrante, jadeante, gruñendo con la lengua de fuera y una crecida y desordenada cabellera como nido de pájaros. Así, con ese personaje provocativo caminando por su obra como por una acera cuesta arriba, bajo un inclemente sol, es como Bukowski se hizo de una mítica figura. Un hombre solo, que no necesita ayuda ni la acepta de nadie, para quien la felicidad, si puede siquiera nombrarse de esta forma, constituye su soledad y su escritura y su bebida. Una triada femenina perfecta que solo hallará real plenitud cuando se suma una verdadera fémina. La mujer también será ese personaje imprescindible en la vida y en la obra.
Compañera de juerga, hará las veces de fiesta sexual y tremenda opositora, sparring de pelea. Por eso, y pese a que llamó a la gente y a la sociedad <cementerio en la tierra>, estaba convencido de que <había que mantener un equilibrio entre estar con los demás y estar solo para no volverse loco>.
Tambien contó con la fortuna de las ironías: siendo un modesto empleado de gobierno fue investigado por el FBI, por supuestos nexos comunistas, dándole cierta notoriedad; el natural, como revolucionario contenido de su obra se contraponía con la predominante literatura de posguerra de la cual estaban hartos los jóvenes, hizo que sus ventas aumentaran, incluso más en Europa, donde era muy leído y ya toda una celebridad; un digamos alemanismo de clóset dotó de aura a su personalidad: música clásica a todo volumen, sus vehículos alemanes, beber cervezas y vinos alemanes, defender y exaltar a Hitler; que su editor fuera totalmente opuesto a él: religioso y abstemio, contribuyó a una fuerte atracción que devino admiración y una fe ciega, apoyada en que casi no tuvieran encuentros. Como con Kafka, con quien siendo ampliamente opuesto en la obra, mantiene profundas coincidencias: para iniciar, comparten leyenda de ser puramente autobiográficos: ambos transformaron sus experiencias en historias, e hicieron de su persona un portentoso personaje. Y es que el legado de ambos es prominente: mantuvieron una posición crítica ante su derredor y un desencanto que transformaban en hilarante risa o en personaje desternillante. Incansables inconformes, nunca indiferentes, manifestaron sus visiones diarias con inusitada peculiaridad.
Si Kafka percibía que “la sensación mortífera del paso uniforme de los días es insoportable: dormido, despertado, dormido, despertado, qué asco de vida”, a Buk también le desagradaba “comer, cagar, dormir, todos los malditos días, incesantemente, hasta la inevitable muerte”.
Lo sexual fue una preeminencia en sus vidas. Ambos tuvieron relaciones con putas. Y declararon sus pensamientos con la conocida crítica con que reñían todo tema. Para Buk “la obsenidad en general es muy aburrida. Está malhecha. Nunca he visto una buena película porno. Esa gente no tiene imaginación, no saben excitar”.
Por su parte, Kafka consideraba que “la sexualidad solo puede ser íntima, y reflejar nuestra condición más primitiva. De lo contrario, es solo exhibicionismo y vanidad”.
De su apariencia física, se quejaban con singular capacidad para reírse de sí mismos: mientras Buk decía, <si tan solo pudiera peinarme la cara>; Kafka, a propósito de su delgadez, <en las reuniones hago el papel de invitado de ultratumba>. De su trabajo, ambos oficinistas, Buk lo llamaba <fosa de miserias>, y Kafka <nido de ratas burocráticas>.
Son varios las vivencias de las que pueden fecundarse firmes vínculos, como una desdichada infancia producto de autoritarios y tiránicos padres, ante la mirada pasiva y sumisa de sus madres. Si bien a Kafka el impacto le fue únicamente psicológico, en el caso de Bukowski también fue físico al recibir palizas de su progenitor. Y tal figura marcaría sus vidas y obras, haciendo de la escritura una salida a la neurosis producida. Incluso ambos la somatizaron: el primero a través de jaquecas e insomnios, así como un nerviosismo permanente que mantenía una infatigable vigilancia física; mientras que en el segundo aparecieron incontables forúnculos en cara, pecho y espalda del tamaño de pequeñas canicas, produciéndole un rostro lleno de cicatrices y vergüenza. Consecuencias físicas de sus tempranas desdichas.
La guerra. No importando que los dos fueron rechazados del ejército para participar en las respectivas guerras, sucumbieron ante la primera de ellas el año de 1924. Si bien Bukowski solo tuvo que dejar su natal Alemania siendo menor de cuatro años, Kafka dejó literalmente este mundo por las penurias que asolarían al país, luego de las secuelas del conflicto bélico. Ambos fueron prolíficos en su escritura, llevándola como instrumento de amor en su redacción de múltiples cartas. No es descabellado titularlos bajo el renombre de epistólatas.
Y todos esos escritos, toda su obra, es de una implacable sinceridad, a manera de sustancia activa, que hasta hoy permanece vigente y latente. Eso explica la lealtad, entusiasmo, confianza, admiración, que sus respectivos editores, John Martin y Kurt Wolff, irradiaban por ellos.Así como Borges que, entre muchos más, pretendió escribir cuentos kafkianos, toda una generación quiso escribir como Bukowski, igualmente sin conseguirlo.
Los que sí consiguieron llevarlos al cine fueron reconocidos cineastas. Orson Welles filmó El proceso, y Steven Soderberg, Kafka, la biografía; mientras que Barbet Schroeder rodó Barfly, guión creado por el mismo Bukowski. Entre ambos autores recogen una veintena de metrajes y cortometrajes en su honor, siendo por mucho la pareja dispareja de escritores que mayormente han sido laureados cinematográficamente. ¡¿Acaso existe más grandioso parangón?!