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El retorno de los clásicos


Luz María Mondragón

Resulta sorprendente que 2 mil 500 años después no ha menguado la influencia de los clásicos, pilares de la filosofía occidental. Siguen vigentes; gozan de un estatus incomparable para dar respuestas a cuestiones de nuestro tiempo.

Los clásicos irrumpen en el debate nacional. Dos relatos descubren que no se diluye el entusiasmo y admiración por ellos, especialmente entre la clase política.

Recientemente el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, exhibió en su cuenta de twitter una fotografía reveladora: él, en mangas de camisa, sentado ante su mesa de trabajo. Una imagen común, nada extraordinaria. Pero lo que imantó la atención fue que se ven dos libros estratégicamente colocados.

Uno es la biografía del célebre emperador romano: “Augustus, first emperor of Rome”, de Adrian Goldsworthy. Sin duda un gran personaje de la historia. Quizá el político tabasqueño visualiza a su tocayo como álter ego. Mientras tanto, de golpe, Adán Augusto nos arrastró a un viaje a la antigua Roma.

El otro libro que aparece en la fotografía también es atrayente. Se trata de “La muchacha indecible: mito y misterio de Kore”, de Giorgio Agamben y Mónica Ferrando. Esta obra nos sumerge en ámbitos, hasta esotéricos, de la Grecia clásica. La sinopsis que publicita la obra resume: “Se dice que quienes se iniciaban en los misterios de Eleusis, en la Grecia antigua, alcanzaban el conocimiento supremo, y todos los secretos del mundo se revelaban ante ellos…la iluminación que sólo los iniciados conocen…”

Dicen que en política no hay casualidades. ¿Deslizan algún mensaje estas evocaciones greco romanas?

La inspiración encontrada en un manuscrito de la Grecia clásica

Hace poco el presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Creel Miranda, envió al Jefe del Ejecutivo Federal el libro “La política”, de Aristóteles, para que el mandatario realice una lectura más pausada y con mayor reflexión sobre el significado de la oligarquía.
En este regalo no falta la dedicatoria: “Presidente, le envío el libro La Política, de Aristóteles. El pueblo somos todos, incluyendo la oposición, las minorías y la diversidad que existe en el país. Sin ser éste un diálogo –y subrayo la palabra diálogo-, cuando menos se ha abierto la comunicación entre usted y yo, gracias a los antiguos griegos”.

El diputado presidente, Santiago Creel Miranda, resaltó la importancia de leer “La Política”: No solo para reflexionar sobre el concepto de oligarquía. El presidente de la República podrá encontrar que pueblo somos todos, si no estamos de acuerdo en algunos temas, eso no quiere decir que seamos enemigos y nos tengamos que descalificar e insultarnos. Un Jefe de Estado mexicano es un Jefe que busca la concordia, no la discordia; que busca la unidad y no la división, apostilló el líder de la Cámara de Diputados.

Creel Miranda dejó claro el significado de oligarquía:

Para Aristóteles es el gobierno de los pocos. Una oligarquía se da cuando solamente un grupo domina el poder en contra del resto. Es decir, cuando un grupo no reconoce a la oposición, a la diversidad que existe en el país, cuando un grupo impone en la Cámara de Diputados un Presupuesto de Egresos de la Federación sin que se le mueva una sola coma; o las iniciativas del presidente. O cuando, desde la mañana, se dicta qué ciudadano es bueno, quién no lo es, qué pueblo es o no bueno. Estamos hablando de alguien que concentra todo el poder o que intenta concentrarlo y tomar todas las decisiones. 

¿Cuál es el mejor gobierno?

Aristóteles escribió “La Política” entre el 330 y el 323 a.C. Aquí palpitan las ideas primigenias sobre la democracia, la oligarquía, las constituciones, las formas de gobierno, el poder, la corrupción en la administración pública, el ascenso y derrumbe de los regímenes, los derechos políticos, la justicia, la fragilidad o fortaleza de los Estados, la estabilidad de los gobiernos, las crisis de gobernabilidad, el papel relevante de la clase media, el peligro que representan los demagogos, las virtudes que debe tener el gobernante…Un dilatado etcétera en las cuestiones fundamentales de la polis.

Aristóteles reflexionó:

El legislador y el verdadero político no deben ignorar cuál es el mejor régimen. También conocer la Constitución que más se adapta a los Estados.

El orden legal no consiste en tener buenas leyes, sino en obedecerlas. La buena legislación ha de entenderse como la obediencia a las leyes establecidas y la promulgación de leyes buenas que sean acatadas.

Según la opinión común, habría sólo dos formas constitucionales: oligarquía y democracia. Las oligárquicas son las más tensas y despóticas, mientras que las democráticas son las más relajadas y suaves.

La democracia existe cuando los libres y pobres, que son muchos, detentan y ejercen la soberanía. Y la oligarquía, cuando la tienen los ricos, que son pocos.

Hay varias formas de democracia. Por ejemplo, una responde principalmente a la idea de igualdad, atendiendo al principio igualitario. La legislación de ésta hace posible que los pobres no tengan preeminencia sobre los ricos, ni una u otra clase tenga la soberanía, sino que ambas estén en el mismo nivel. La libertad y la igualdad se encuentran en la democracia.

El demagogo, un peligro para la nación

En otra forma de democracia, el poder supremo corresponde al pueblo y no a la ley. El pueblo y no la ley es el soberano. Esto ocurre cuando los decretos de la asamblea tienen supremacía sobre la ley. Esta situación se produce por obra de los demagogos.

El demagogo no surge en las democracias regidas por la ley. Nace donde las leyes no son soberanas y el pueblo se convierte en un monarca compuesto de muchos miembros, porque los más son soberanos, no individualmente, sino en conjunto.

Como quiera que sea, un pueblo de esta especie, como si fuese un monarca, trata de gobernar monárquicamente al no sujetarse a la ley y se vuelve despótico. Se convierte en un déspota. Los decretos del pueblo (por encima de la ley) son como los mandatos del tirano.
La consecuencia es que los aduladores alcanzan influencia y posiciones honrosas. Es el caso de los demagogos con pueblos donde no se respeta la supremacía de la ley.

Los demagogos, al referir todos los asuntos al pueblo, son la causa de que los decretos prevalezcan sobre las leyes. Su posición eminente la deben a que, si el pueblo es soberano en todos los asuntos, ellos lo son a su vez de la opinión popular, porque la multitud les obedece.

Los demagogos acostumbran criticar a los magistrados. Argumentan: quien debe juzgar es el pueblo. Y éste acepta de buen grado esto.

Esta democracia no es un gobierno constitucional, porque donde las leyes no gobiernan no hay República. La ley debe ser, en todo, suprema.

Importancia de la clase media

En todas las naciones hay tres clases: los muy ricos, los muy pobres y los intermedios. El Estado debe contar lo más posible de elementos iguales y semejantes. Esta condición se encuentra sobre todo en la clase media. Un país así será necesariamente el mejor gobernado.

El gobierno fundado en la clase media será el mejor organizado respecto de los elementos naturales que constituyen el Estado. La mejor comunidad política es la administrada por la clase media.

Y como se producen disensos y luchas entre el pueblo y los ricos, si cualquiera de estas facciones llegara a dominar a su contraria, no establecerá un gobierno para todos. Unos constituirían una forma de democracia, otros la oligarquía.

Entonces, el régimen de tipo medio es el mejor porque es el único sin sediciones y disensiones entre los ciudadanos.

También las democracias son más firmes, seguras y duraderas que las oligarquías, gracias a las clases medias.

Resulta claro cuál es el mejor gobierno y por qué. Por fuerza será mejor el que más se aproxime al régimen intermedio; y el peor, el más alejado de él porque es el más libre de facciones y disensiones entre los ciudadanos.

Cuando se debilita a la clase media es fácil la división de todos, y quedan solamente dos bandos: pobres y ricos.

El gobernante, el político, debe ser prudente. La virtud del ciudadano y la del estadista no es la misma. La prudencia es la única virtud propia del gobernante.

Existe una autoridad que se ejerce sobre personas de la misma clase y hombres libres. Es la autoridad política. El gobernante debe aprender obedeciendo, como se aprende a ser general: sirviendo a las órdenes de otro y habiendo sido comandante y capitán.

Es necesario un presidente filósofo: Platón

En “La República”, Platón (427-347 a.C.), alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, reflexionó:

El mejor Estado es aquel en que gobiernan los filósofos. A menos que ellos gobiernen, no habrá tregua para los males de los países, ni tampoco para los de la sociedad. No existirá un gobierno perfecto hasta que éstos se ocupen de la política y adquieran autoridad.
El verdadero estadista es el que guía a los ciudadanos a la justicia. Ciertamente es difícil, pero no irrealizable e imposible.

Existirá un gobierno justo siempre que la musa filosófica llegue a ser dueña del Estado. Solamente los verdaderos filósofos pueden ser los mejores gobernantes porque tienen la virtud del conocimiento más elevado, cuya esencia es el bien, la verdad, la razón y la justicia.
Solo tal Estado asegura la justicia. De lo contrario, no cesarán los males de la nación y de los ciudadanos, ni se verá realizado el sistema de gobierno forjado en nuestros ideales. Elegir a los filósofos verdaderos es tener los más perfectos guardianes, los que desempeñen a la perfección el cargo de gobernante, de Jefe de Estado.

¿Quiénes son los filósofos verdaderos? No son los que andan errando, ni los espíritus mezquinos que no hacen jamás un bien a un ciudadano ni a ningún Estado. Son los hombres cuyos hechos y palabras están en la más perfecta consonancia y correspondencia con la virtud (el conocimiento más elevado).

Los padres filósofos

Tanto Platón como Aristóteles concluyeron que la mejor forma de gobierno es aquella en que gobiernan los mejores, los más virtuosos, los que contribuyen más eficazmente al bien de la polis, para el bienestar y la felicidad de los ciudadanos.

Ambos son considerados los padres de la filosofía occidental. Sus ideas han tenido enorme influencia en la historia de Occidente.

Finalmente, hay que destacar la preponderancia que otorgan a la virtud, siempre ligada a la ética y al respeto de las leyes, para la estabilidad y progreso de la polis. Y a la disciplina de la educación.

La educación y la virtud debieran ser los criterios apropiados de valor en la justa distribución de cargos y honores políticos.


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