Luz María Mondragón
¿Dónde está la sabiduría? En los libros. Aquí, el conocimiento es infinito. En la Cámara de Diputados, el legislador Ricardo Monreal Ávila impulsa el Taller de Lectura, que motiva a leer, estudiar y aprender. Entre las obras que recomienda está Fouché, el genio tenebroso, de Stefan Zweig.
Escrito en 1929, esta obra sigue vigente; es atemporal. El paso de los siglos no ha causado cuarteaduras y fisuras al sólido mito del político tenebroso. Es de los libros más analizados por políticos de todas las corrientes. Hipnotiza a militantes de izquierda, centro y derecha, sean liberales, conservadores o populistas.
Los lectores devoran las páginas de Fouché, el genio tenebroso, para descifrar y arrancar los secretos del éxito de Joseph Fouché, en su ascenso a la cúspide del poder. ¿La clave de su genio?: su astucia, desde las sombras, tras bambalinas.
Todos los secretos los cuenta la brillante pluma de Stefan Zweig. Dibuja a Fouché. Nos deja el retrato de este político. La seducción narrativa lleva a bucear en periodos fascinantes y convulsionados de la Historia, como es la eclosión, el estallido de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que guiaron y alumbraron a la Revolución Francesa, derrumbando el absolutismo de los monarcas.
Su estela dejó nuevas teorías sobre el Estado. Ha sido inspiración para los siguientes siglos del mundo. Legado eterno de conceptos que anhelan el paraíso en la Tierra. Por otra parte, este libro también es una zambullida histórica que alcanza las primeras décadas del siglo XIX, el esplendor y hundimiento del imperio napoleónico y el regreso de la monarquía.
Esos momentos memorables de la Historia son el trasfondo de la biografía del protagonista Joseph Fouché (1759-1820), quien en su camino liberó a su manera de hacer política de la dictadura de los valores, los ideales y los principios que otros políticos sí abanderan y respetan.
Stefan Zweig pintó fielmente el retrato de Fouché. Pinceladas en clara prosa que arrojan luz sobre el lado oscuro no sólo de este hábil trapecista, sino del quehacer de la política en aquellos tiempos del ayer.
En las enfadadas páginas tiembla incontenible la ira de Napoleón Bonaparte. El emperador, plenamente convencido de la traición de su ministro, no puede dominarse y gritó a Fouché: “¡Es usted un traidor, debía mandarle al patíbulo!”. “No soy de esa opinión, majestad”, contestó impávido Josph Fouché, con la mayor sangre fría. Es un instante decisivo que desnuda la naturaleza de Fouché, siempre con la cabeza en el congelador.
Armado de esa inaudita osadía, traición y gélida astucia, Fouché logró acabar con poderosos hombres de la historia: Robespierre, Marat, Mirabeau, Danton, Carnot, Lafayette, Talleyrand…Y ahora vencía a Napoleón, el amo del mundo.
Ya sólo debía esperar un poco más, calculó con fría claridad mental Fouché. “Dentro de cuatro semanas todo habrá terminado con este furibundo”, dijo profético. Ese día llegó, con la derrota del ejercito napoleónico en la batalla de Waterloo, pasaje de la Historia que anunció la caída final del mítico emperador francés.
A un centímetro de la meta, Fouché hizo la más deliciosa e infame de sus piruetas en el juego turbador de la política: eliminó a Napoleón. Y al fin llegó a la cumbre del poder, a los 56 años de edad se convirtió en árbitro y señor de Francia, aunque primero tuvo que dar un infinito rodeo por el laberinto de un cuarto de siglo. Finalmente, triunfaron las intrigas de Fouché, sobre las ideas. Fue la victoria de la habilidad sobre el genio. Logró que una generación de inmortales se derrumbara en torno suyo. Este hombre insignificante, pequeño, de rostro pálido y ojillos miopes liquidó, venció, a gigantescas figuras de la Historia.
En este libro hierve, burbujea el inmenso oportunismo de Fouché. Sus constantes y osados virajes político-ideológicos, vestidos con los ropajes más convenientes para cada momento histórico: seminarista, ultracomunista, furibundo jacobino, traidor, regicida, ministro de policía de Napoleón Bonaparte, duque de Otranto. Es un campeón de la cadena de traiciones. Por mencionar, se convirtió en ministro de Luis XVIII, hermano de Luis XVI, a quien condenó a la muerte. Mutaciones políticas llevadas a cabo con perseverancia, intensidad y, sobre todo, con velocidad. Dueño del vestuario político apropiado para estar siempre al lado del vencedor, cerca del sol que más calienta. Fouché es exponente de la política real, sin edulcorantes.
Zweig disecciona con el preciso bisturí de la palabra a Fouché. Lo mostró desnudo de valores, de escrúpulos, de ideales. Fouché es sinónimo, imán de oscuros adjetivos: intrigante, traidor, oportunista, calculador, servil, inescrupuloso, descarado, arribista, falso, infame, ruin, miserable, ingrato, desleal. ¿La lealtad?, para él sólo es un ¡escrúpulo infantil!
Este famoso libro de Stefan Zweig tiene páginas exaltadas donde nos asaltan sorpresas: ¿Sabían que el primer manifiesto comunista de la época no es el celebérrimo de Carlos Marx, sino la Instrucción de Lyon -aportación del “revolucionario” Fouché? Sorpresivo es. Se trata de postulados de resonancia profética que se adelantaron cien años. Fouché nunca deja de sorprender.