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Montesquieu, el renacido


Luz María Mondragón

En todas las ramas del conocimiento hay libros que la historia ha calificado como clásicos, porque son grandes obras que, a pesar del paso de los años, en todas las épocas le siguen hablando y explicando a la gente, a entender aspectos esenciales de la condición humana.
Son de pensadores cuyas ideas van dejando huellas para iluminar el camino de la humanidad; abren nuevos horizontes para la comprensión de la vida, de la sociedad y del mundo. Asimismo, moldean mentes críticas e imaginativas.

Las obras clásicas no fueron escritas para ser veneradas en un altar y quemarles incienso, sino para ser leídas y aprender de ellas. Su lectura enseña, transforma, ilumina, ayuda a intercambiar ideas, a debatir sobre los planteamientos de los pensadores e ideólogos.  En la filosofía política un libro clásico es El espíritu de las leyes, de Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, escrito en 1748.

En la Cámara de Diputados, el coordinador del Grupo Parlamentario Morena, Ricardo Monreal Ávila, guía un taller de lectura, específicamente sobre las obras clásicas de la historia y la política. Entre los títulos recomendados por él no podía faltar El espíritu de las leyes, de Montesquieu.

¿Por qué hay que leer a los clásicos de la filosofía política?  Ricardo Monreal ilustra: La política es parte de la vida. El político está sometido a vicisitudes; a intrigas no sólo palaciegas sino también de su equipo y hasta, incluso, de su familia; a golpes bajos; al mareo de elogios de los más cercanos, que luego se convierten en detractores; a la imprudencia, a la hipocresía. En fin, la condición humana. Por eso, en política es fundamental actuar con honestidad y rectitud.

Por lo anterior, los políticos deben leer, conocer los grandes mensajes que han legado a la humanidad los clásicos, porque en la vida hay que resistir. Quien se dedica a la política prácticamente está obligado convivir con estas obras. Porque en el camino de la política se va a encontrar con las enseñanzas de estos pensadores, que advierten, incluso, del daño de las mentiras. Así que, entre otros, hay que aprender de Montesquieu.

Montesquieu, gigante de la ciencia política

Aquellos que buscan comprender y promover la justicia, la libertad y la igualdad en la sociedad tienen que buscar a Montesquieu (1689-1755). Continúa como un referente indispensable porque es uno de los grandes filósofos políticos de todos los tiempos.

Es autor de la teoría general de la separación de los poderes del Estado. Vanguardista defensor de las libertades y los derechos humanos, esenciales contra el abuso del poder. Su obra se desarrolló como parte de la Ilustración, periodo intelectual que promovía el uso de la razón al cuestionar estructuras y creencias tradicionales.

El espíritu de las leyes

Planteó la relevancia de tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Y sobre todo una idea fundamental: la separación de estos poderes. Pero más que en su división, se centró en los contrapesos en el ejercicio del poder, a fin de evitar los abusos en perjuicio de la ciudadanía.

Las ideas de Montesquieu han sido uno de los pilares de las democracias occidentales porque evitan la concentración del poder y preservan las libertades.

Curiosamente, en 1748 esta obra fundamental del pensamiento político se publicó de forma anónima. Incluso fue prohibida en Francia por iniciativa de la Iglesia católica que la incluyó en el índice de los libros prohibidos.

Qué ironía, El espíritu de las leyes de inmediato fue un libro muy leído, desde el siglo XVIII hasta la fecha. Las ideas de la libertad para cada uno de los poderes de gobierno (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) impactó a los ciudadanos de todo el mundo. Fue la chispa que incendió la pradera.

Los ideales de Montesquieu, basados en el principio de un gobierno de leyes y en la protección de los derechos individuales, resonaron en las mentes de todos aquellos que buscaban y buscan una sociedad más justa y equitativa. Los conceptos de igualdad, libertad y justicia que defendía Montesquieu se convirtieron en pilares fundamentales de la Revolución Francesa.

La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, promulgada durante la Revolución, reflejaba la influencia de Montesquieu al proclamar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y reconocer los derechos naturales inherentes a cada individuo. Además, la adopción de una constitución, la implementación de un sistema republicano y la necesidad de una forma de gobierno equilibrada y responsable.

Montesquieu en la actualidad mexicana

En el debate, en la batalla de las conciencias, en la modernidad del siglo XXI, revive el discurso, las ideas de Montesquieu. 

Por mencionar, en marzo, la Cámara de Diputados aprobó en lo general leyes secundarias para que la Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno se haga cargo del derecho de acceso a la información pública y protección de datos personales, con lo que se concreta la desaparición del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), destacando la creación de Transparencia del Pueblo.

En el Poder Legislativo, la desaparición del INAI y de otros órganos autónomos fue cuestionada por la oposición al argumentar, entre otros puntos, la erosión de los llamados pesos y contrapesos.

El diputado Ricardo Monreal no rehuyó el debate de las ideas. Precisó: que los gobiernos neoliberales impulsaron la existencia de los organismos constitucionales autónomos como el INAI, con argumentos engañosos, manipulando en su beneficio la teoría política de los pesos y contrapesos institucionales. Sentenció: no es Montesquieu quien los inspira, sino el ilusionista Houdini, con su baúl de cadenas, candados, camisas de fuerza y jaulas bajo el agua.

El presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, con precisión euclidiana, realizó una anatomía de la realidad de los llamados organismos constitucionales autónomos desaparecidos:

*A partir de 2000 empezaron a florecer en Europa, Asia y África los organismos constitucionales autónomos. A los que la Constitución política nacional dota de una personalidad autonómica (un grado mayor a la descentralización y desconcentración administrativas), con patrimonio propio, capacidad de autogestionar su presupuesto, sistemas endogámicos de rendición de cuentas y cuyos integrantes duran y ganan más en sus cargos que las y los propios legisladores y autoridades electas por el voto popular directo y secreto.

*Este diseño jurídico fue creación de las tecnocracias financieras internacionales para hacer frente al creciente malestar social que la globalización estaba generando en las economías emergentes, dada la desigualdad, polarización y acelerada concentración de la riqueza en estos países, y que empezaban a capitalizar política y electoralmente los movimientos de izquierda de todo tipo, desde la socialdemocracia hasta el populismo social y nacionalista.

*En efecto, después del largo periodo de las políticas económicas privatizadoras en el Reino Unido y en EUA, en la segunda mitad de los noventa del siglo pasado empezaron a tomar fuerza los movimientos antiglobalizadores, nacionalistas y antisistémicos que reivindicaban lo público sobre lo privado, el Estado sobre el mercado y lo social sobre lo financiero, de tal forma que, si llegaban al poder, pondrían en riesgo las políticas económicas fundamentales de la época neoliberal.

*Con apoyo en la escuela jurídica del neoinstitucionalismo (o estructural-funcionalista), la cual postula que los conflictos sociales y políticos pueden ser controlados, acotados y administrados (no necesariamente resueltos) mediante leyes e instituciones ad hoc, especiales o autónomas, la tecnocracia encontró en los organismos constitucionales autónomos la forma de contener, sujetar y aminorar los efectos “disruptivos” de la llegada de los movimientos de izquierda social (Italia y España), laboral (Brasil y Grecia), nacionalista (Sudáfrica y África del Norte) o popular (América Latina), considerados por los organismos financieros internacionales como “Atila en las puertas de Roma”.

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