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Sound of freedom, con los niños no


Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor

Timothy Ballard era un agente estadounidense del Departamento de Seguridad Nacional que se dedicaba a combatir la pornografía infantil. Frustrado por solo arrestar a quienes producen y comparten ese material sin poder salvar a los niños abusados, decide empezar a rescatar a las víctimas, lo que implicaba actuar fuera de Estados Unidos, concretamente en Latinoamérica.

Hoy Ballard es un activista de referencia contra el tráfico sexual de personas y esta película cuenta su historia. Para ello, el guion se centra en el rescate por parte de Ballard de dos hermanos hondureños (niño y niña) secuestrados por las redes de trata de personas, con un formato de thriller de búsqueda-y-rescate lleno de emoción y acción que funciona en muchos niveles.La película es dirigida por el mexicano Alejandro Monteverde (Bella, Little Boy) y la protagoniza Jim Caviezel (La Pasión de Cristo) en el papel de Tim Ballard. La factura es de una producción de Hollywood de primer nivel. El reparto está completado por un par de veteranos secundarios de la ficción norteamericana, Bill Camp y Kurt Fuller, así como de rostros familiares del cine latinoamericano: Javier Godino (El secreto de sus ojos), Gustavo Sánchez Parra (Amores perros) o Gerardo Taracena(Apocalypto) y hasta una desaprovechada Mira Sorvino que interpreta a la esposa de Ballard (una subtrama poco desarrollada).

La película acierta al ser muy cuidadosa y no muestra ninguna escena explícita a pesar del terrible tema que trata. Al contrario, en momentos puede pasarse de simplista al mostrar a los niños rescatados casi sin afectaciones psicológicas. Ciertamente cae en el cliché del héroe rubio americano rescatando niños inocentes de los malvados latinoamericanos sucios, si bien esos son los hechos reales de los que parte, además de que también hay personajes estadounidenses en el «bando» de los malos, y policías y agentes latinos buenos que colaboran con el protagonista.La película es muy clara en su intención de llevar un mensaje que condene la trata de niños y lo hace como funciona el cine: a través de los sentimientos que busca despertar en el espectador. Lo que encuentro llamativo es que una película de rescate, con una trama atrapante y un conflicto que se esperaría poco polémico (es difícil no estar en contra), haya causado cierto revuelo por asociarse al conservadurismo, a la derecha radical o a un proselitismo cristiano. Quizá es porque sea producida por Eduardo Verástegui, actor y activista mexicano de profundas convicciones católicas (quien se reserva a sí mismo en la película un papel secundario que no aporta mucho narrativamente), o porque otro de los productores es Mel Gibson, o por ser distribuida por Angel Studios (productora de la fabulosa serie The Chosen sobre los apóstoles de Jesús) y protagonizada por Jim Caviezel, quien quedó fuertemente asociado tras interpretar a Jesucristo en la película de La Pasión, lo que le ha cerrado no pocas puertas en Hollywood, todo sea dicho. Y pues sí, menos mal que cristianos convencidos quieran dejar claro este mensaje.

Y aunque Tim Ballard es mormón en la vida real, la película no tiene —acertadamente, pienso— ningún contenido religioso, más allá de un par de frases del personaje. Que arme cierto revuelo social quizá tenga la triste explicación de la mucha gente poderosa mezclada en este negocio (basta ver el caso de Jeffrey Epstein y la gente cercana a él) así como lo que la propia película denuncia de que Estados Unidos es el principal consumidor de este «mercado», que sin embargo se nutre de países del «tercer mundo». Que esta película contribuya a hablar de un tema ciertamente escabroso pero del que poco se habla por lo incómodo que es, resulta algo muy positivo. Que además lo haga bien —como demuestran hasta ahora sus 183 millones de dólares recaudados frente a su presupuesto de 14 millones y medio, lo que la convierte en una de las películas independientes más exitosas de la historia— da especial gusto. Ojalá colabore a poner al menos ese límite en esta sociedad hipersexualizada: con los niños no.


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