Gabriel Fernández Espejel
Investigador del CESOP
El vínculo entre pobreza y medio ambiente tiene más de 30 años en la mente de algunos economistas. En 1993, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) advirtieron que el combate a la pobreza se dificultaba debido al incremento en el daño al medio ambiente que se registraba, lo que requeriría de nuevos acercamientos teóricos e, inclusive, del desarrollo de un enfoque estratégico innovador1.
Stephen Mink, economista en Jefe del Banco Mundial para Medio Oriente y África del Norte, propuso en la década de los 90 una estrategia que promovía el alivio de la pobreza concediendo mejores ingresos a este sector de la población (sobre todo en el medio rural) a fin de que sus decisiones en el uso de recursos siguieran las opciones que les daban mejores rendimientos y no las más inmediatas, lo que les garantizaba un nivel de subsistencia que los disuadía de la venta de sus tierras, lo que traía como consecuencia daños severos medioambientales2.
En una posición antagónica, economistas de corte neoliberal preveían que la mejora del medio ambiente solo era posible si primero se lograba un crecimiento sólido que aunque dañaba el medio ambiente, en una segunda fase sería posible que éste mejorara a través de políticas ambientalistas, es decir, una vez que se pudiera dirigir la riqueza creada a estas áreas, bajo una apuesta que se interpretaba: como contamina primero, limpia después3. Esta respuesta desde el establishment prevaleció, prácticamente, sin un debate teórico desde comienzos del siglo XX.
La pobreza se midió originalmente bajo las condiciones del ingreso (BM) a partir de la cual se dibujaban dos líneas: las familias que estaban debajo de la primera se consideraban en pobreza extrema, entre ésta y la siguiente demarcación se ubicaban aquellas en pobreza. Visiones críticas a este cálculo llevaron a la incorporación de otros paradigmas, desoyendo el establishment4.
Así, en el tema de vulnerabilidad se añadió el deterioro del medio ambiente (Índice de Desarrollo Humano, PNUD, 2020), comúnmente los grupos de bajo ingreso son los de mayor afectación por los daños y fenómenos que ocurren en el entorno natural (pobreza medioambiental), lo que llevó a que se incorporaran otras subcategorías5: pobreza en el campo por falta de créditos y la creciente erosión de la tierra; población que habita tierras de baja o escasa productividad; habitantes de zonas costeras sin recursos físicos ni financieros para la pesca u otras actividades marinas; y, por último, quienes viven en zonas conurbadas sin servicios sanitarios y en condiciones insalubres críticas.
La OCDE precisa que las malas condiciones en el medio ambiente afectan los recursos naturales, la productividad y el ritmo en el crecimiento del producto interno bruto, lo que evita que las naciones puedan transitar a un modelo de mayor valor añadido en los sectores agrícolas, forestales, pesqueros o de ecoturismo, con mejores sistemas de administración, de manejo de información y la disponibilidad de mano de obra más calificada y mejor pagada. Lo que consolida el círculo vicioso entre pobreza y medio ambiente.
Para concluir se puede decir que la apuesta económica por reducir la pobreza y mejorar el medio ambiente se centró en el crecimiento del producto y el fortalecimiento del mercado, lo que a la postre reduciría la pobreza y mejoraría el entorno, se focalizaba ya fuera en el combate a la pobreza o en la mejora del medio ambiente a la espera que los logros en alguna de estas áreas se extendiera a la otra; sin embargo, como se expresó desde un principio, el enfoque integral de hacerlo en conjunto es el que entregará mejores resultados.