El voto, ¿derecho o responsabilidad?
Cuando hablamos de derechos humanos a veces pensamos desde lo más básico: el derecho a la vida y a la educación, pero ni siquiera esos preceptos se cumplen como deberían. Hay casos en particular en los que vemos violentados más de un derecho, lo que nos hace cuestionar directamente la funcionalidad de nuestras instituciones.
México, en 1997, después de haber firmado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pretendía seguir fomentando estos acuerdos comerciales que no sólo traerían grandes beneficios a la economía, sino que fungían como un mecanismo de concertación política en materia de política exterior.
En ese año México y la Unión Europea firmarían un Tratado de Libre Comercio, sin embargo, las evidentes limitantes nacionales se veían reflejadas en “la cláusula democrática” que estableció la Unión Europea para la firma del tratado.
Hablar del fortalecimiento de la democracia implica no solamente la existencia de instituciones como el INE, ni la presencia de diferentes partidos en una boleta, sino es aquella que llama a la verdadera participación, a una participación en nombre de la justicia, la libertad, de nuestros derechos individuales y aquello que queremos como sociedad.
Son generaciones las que han luchado para el reconocimiento efectivo del derecho al voto y se nos ha reiterado como herramienta fundamental en el marco del desarrollo personal y social, pero para las mujeres es una realidad más reciente. Sin embargo, hay una innegable apatía ciudadana; me atrevería, incluso, a describirla como indiferencia.
A pesar de la presión generada por la comunidad internacional, México es una democracia que se podría considerar relativamente joven, no tenemos un gobierno de alternancia hasta el 2000. No hay una cultura democrática cuando menos del 50% de la población sale a las urnas a ejercer su derecho.
Con el voto, los ciudadanos podemos contribuir en la construcción del México en el que deseamos vivir. Con él destinamos y encauzamos la forma en que deseamos que sean gastados nuestros impuestos. La democracia es la forma en la que la sociedad se hace oír y ésta es tan real como nosotros la honremos al votar.
Es una realidad que la democracia no es perfecta, pero es el sistema más sensato que existe. El voto no es sólo una herramienta de la vida democrática, sino que se ve impulsada la democracia al dar voz a una sociedad que tiene sed de formar parte de las decisiones que se generan en su país. No hay medio más efectivo para ello.
Como alguna vez dijo el filósofo Kierkegaard, “el estado más doloroso del ser es recordar el futuro”. No dejemos que un futuro mejor se convierta en una realidad de la que no formamos parte.
Es nuestra responsabilidad involucrarnos en los procesos democráticos; informarnos y salir a votar. Que el descontento con la clase política no se vea dirigido hacia la democracia, porque es esa misma indiferencia la que debilita la construcción del bien común.
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