¿Quién puede presumir que es el dueño de la verdad? ¿Quién, hoy mismo, se puede ufanar de que la razón lo asiste siempre? Con el paso del tiempo hemos conocido muchos tipos de verdad, pero ¿cuál es la verdadera? ¿La suya? ¿La mía? ¿La de él? En todo caso, no existe una verdad universal, y no existe por la sencilla razón de que cada ser humano, con sus muy contadas excepciones, se siente dueño de ella.
El tema podría quedar en el terreno de lo anecdótico, sin embargo, hoy se hace necesario reflexionar en ello. Es una realidad que, tratándose de temas políticos, el tener o no la razón se convierte en un asunto de mayor importancia, entre otras cosas porque la verdad es un valor universal.
Sin pretender llegar a profundizar en una visión epistemológica o en un concepto filosófico de esta palabra, lo cierto es que hoy en día -cuando menos en nuestro país- ser el poseedor de la verdad hace la diferencia, por extraño que parezca, entre buenos y malos.
La verdad es un tema estrictamente de percepción personal. Entiendo que puede haber una verdad histórica, una verdad jurídica, pero ¿alguien puede poseer la verdad absoluta? Buena parte del discurso político el día de hoy tiene que ver con descalificar al otro, al de enfrente, al que no piensa como nosotros.
Hoy, desde los espacios más importantes y respetados, desde las tribunas más altas del país se ofende y agrede, sin más excusa que la propia forma de pensar. Esto es muy grave. Las visiones maniqueas de las cosas llevan siempre a la descalificación del otro, a su cosificación y, eventualmente, a su aniquilación intelectual.
¿En qué momento abandonamos la idea de que el pensamiento unipersonal estaba por encima de la universalidad? ¿En qué instante dejamos de creer que la diversidad de opiniones no enriquece el debate? ¿Cuándo decidimos que quien no piensa como nosotros, en automático, está equivocado? ¿Será que nos ha ganado el ego? ¿Será que tomamos la descalificación como una fórmula de avanzar en la arena política? ¿O será que nos hemos vuelto tan obcecados que no podemos reconocer en el otro la razón durante un debate de opiniones?
Lo anterior nos lleva a una premisa: ¡La razón nació huérfana! Y lo hizo así por el solo hecho de que no es patrimonio de nadie. Llegar a un consenso obliga a un ejercicio de discusión, a tener altura de miras, a permitir al otro la explicación de sus propuestas, a no hacer juicios a priori, a entender y comprometerse que en la diversidad de opinión se pueden encontrar puntos de coincidencia.
No se trata, en todo caso, de renunciar a “nuestra verdad”; se trata de enriquecerla. Incluso, si fuese el caso, con la "verdad del otro". No hay un solo proceso histórico donde hayan intervenido los seres humanos que escuchar otros argumentos distintos a los nuestros nos impida tener mayor sentido de la otredad. Mirarnos en el espejo del otro nos regala un reflejo que nos permite tener una idea más clara y universal de lo que serán nuestras acciones como seres humanos.
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