Patricio Daniel Muñoz Salgado
Productor musical y estudiante de administración, amante de la música y sus historias.
El domingo 9 de febrero se llevó a cabo la edición número 59 del Super Bowl, o Supertazón, que, como cada año desde su edición número 27, contó con la participación de un artista invitado en el icónico Halftime Show. A lo largo de los años, este espectáculo ha presentado a artistas de talla mundial como The Weeknd, Bruno Mars y, quien inició la tradición, la estrella Michael Jackson.
Este año no fue la excepción. El evento contó con la participación del rapero Kendrick Lamar, ganador de 22 premios Grammy, acompañado por SZA. Su presentación ha generado opiniones divididas: mientras algunos la consideran una de las mejores en la historia del Super Bowl, otros la califican como una de las peores. Sin embargo, más allá de las opiniones sobre su calidad, un aspecto que ha generado gran conversación es el fuerte simbolismo en su puesta en escena. Desde críticas a la situación política y social de Estados Unidos hasta la conclusión de uno de los beefs más relevantes de la industria musical, el show de Lamar estuvo cargado de mensajes profundos.
Uno de los momentos más destacados fue la introducción del actor Samuel L. Jackson como presentador, interpretando una versión afroamericana del Tío Sam. Esta elección sirvió para satirizar los prejuicios sobre el rap y la comunidad afroamericana en general. Posteriormente, Kendrick Lamar pronunció frases como “La revolución está a punto de ser televisada” y “elegiste el momento adecuado, pero al tipo equivocado”, dejando claro desde el inicio que su show no se centraría en efectos visuales o en una lista interminable de invitados, sino en un mensaje potente y bien estructurado.
Otro símbolo que llamó la atención fue la bandera de Estados Unidos partida por la mitad, interpretada como una representación de la división social que enfrenta el país. Lo más impactante de esta crítica, según muchos espectadores, fue la manera en que Lamar logró transmitirla sin necesidad de declaraciones directas, sino a través de una puesta en escena cuidadosamente planeada y un profundo entendimiento de su audiencia.
Más allá de los múltiples simbolismos en el espectáculo, uno de los momentos más comentados fue el que muchos consideran “el clavo final en el ataúd” del conflicto entre Kendrick Lamar y Drake. A lo largo del show, Lamar incluyó varias referencias burlonas dirigidas al rapero canadiense, destacando la aparición de la tenista Serena Williams, ex pareja de Drake, y la interpretación de su canción Not Like Us, una diss track que ha sido clave en la rivalidad entre ambos artistas.
Otro punto que generó discusión fue la ausencia de otros artistas invitados, algo que en otras ediciones ha sido una tradición. En contraste con espectáculos anteriores donde se ha visto a múltiples figuras compartir el escenario, Lamar decidió mantener el enfoque en sí mismo y en su narrativa visual. Esto refuerza su estilo característico, donde cada detalle en su música y presentaciones está meticulosamente planeado para generar un impacto profundo en la audiencia.
La reacción del público y los medios no se hizo esperar. Mientras algunos elogiaron la propuesta de Lamar por su audacia y profundidad, otros la criticaron por ser demasiado política para un evento que, en teoría, busca el entretenimiento masivo. Sin embargo, esta no es la primera vez que un Halftime Show genera debate por su contenido. Artistas como Beyoncé, con su presentación en 2016 inspirada en el movimiento Black Lives Matter, o Shakira y Jennifer Lopez en 2020 con referencias a la inmigración y la comunidad latina, han utilizado esta plataforma para enviar mensajes que van más allá de la música.
El Halftime Show de Kendrick Lamar en el Super Bowl 59 no fue solo una presentación musical, sino un evento lleno de simbolismo y mensaje social. Con una mezcla de arte, crítica política y enfrentamientos en la industria musical, Lamar aprovechó la plataforma del Super Bowl para comunicar su visión del mundo, desafiando tanto a sus rivales como a las estructuras de poder en Estados Unidos. Independientemente de si fue el mejor o el peor espectáculo del Super Bowl, lo cierto es que ha dejado una marca en la cultura popular y seguirá siendo un tema de debate en los próximos años.