A lo largo de los últimos años hemos visto, de manera paulatina, pero constante, la forma en que se ha normalizado ejercer actos de violencia y censura desde las cúpulas del poder, ya no sólo en el Ejecutivo, sino ahora también desde el Legislativo.
Al más puro estilo de la década de los años 70, cuando el PRI vivía su ‘época de oro’, por llamarlo de alguna manera, hoy vemos a legisladores, gobernadores, y por supuesto, al presidente de la República, atacar de forma sistemática a quienes disienten en la manera de pensar en su proyecto de nación o, incluso, en convicciones personales.
No tiene absolutamente nada de malo el hecho de apasionarse por una causa, un tema, un partido o una convicción; lo malo es cuando a causa del fanatismo caemos en los ataques morales, verbales, políticos o físicos.
Un ejemplo muy claro es el diputado Gerardo Fernández Noroña, vicecoordinador del Partido del Trabajo, que bloquea a periodistas en redes sociales —acto ilegal, por cierto—, y ataca, casi con marcaje personal, a periodistas mujeres, abusando de su poder como legislador.
Otro caso es el de la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, que recientemente fue sentenciada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a disculparse públicamente con la diputada del PRI, Paloma Sánchez, por ejercer violencia política de género en su contra, que tuvo que haber hecho en su programa, el “Martes del Jaguar”, del 29 de noviembre, y hasta la fecha (30/11/22) no ha acatado.
En este mismo sentido, podemos recordar a la diputada María Clemente García Moreno, que ha atacado y acosado en reiteradas ocasiones a su compañera del PAN, María Teresa Castell de Oro, por motivos que francamente resultan inexplicables, sin dejar de lado la persecución que la misma diputada García en contra de ciudadanas y ciudadanos que acudieron a manifestarse el 13 de noviembre en Paseo de la Reforma.
De esta manera vemos que la mezcla de arrogancia e ignorancia es, por decir lo menos, peligrosa, cuando se actúa de manera violenta y explosiva, con el fin de coaccionar, acallar, censurar o reprimir a quien sea que piense de manera distinta.
En la democracia tienen cabida todas las voces, y así debe ser, siempre desde el respeto, la sana tolerancia y la pluralidad.
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