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Abrazos, no balazos y otras formas de destruir al país


Jimena Casso / Universidad Anáhuac Campus Norte

“Sacerdotes jesuitas asesinados en Chihuahua”; “La violencia provoca que más de 379 mil personas realicen desplazamiento forzado interno al año”; “La Segob confirma que 8 de cada 10 mujeres presas en México son víctimas de tortura”: estos son los titulares que día a día publican nuestros periódicos.

Y para el consuelo de todos los jóvenes mexicanos, el presidente decide que no hará nada. El pasado 27 de junio, el representante máximo del gobierno mexicano, López Obrador, mencionó en su famosa “mañanera” que las previas estrategias realizadas por Felipe Calderón y Peña Nieto en materia de seguridad pública fracasaron al ser consideradas “inhumanas”. Añadió que el combate a la delincuencia organizada solamente podría tener como resultado un país “ingobernable”, por lo cual considera que su estrategia de seguridad es la más viable; niega que la violencia en México aumenta diariamente.

Inmediatamente después cambió de tema y dio a conocer su celebración del cuarto aniversario del triunfo electoral, con el cual inaugurará la Refinería de Dos Bocas y presentará su informe trimestral. Explicó que va a “argumentar con datos el por qué no vamos a cambiar nuestra estrategia de atender las causas de la violencia y no hacer lo de antes, que se quería enfrentar la violencia con la violencia”.

El país se ha convertido en un cementerio. Año con año crecen las cifras de decesos violentos, lo que hace innegable admitir que estamos en la sexta ola de violencia.

Tan sólo en marzo de 2022 se rompió un récord con más de 3,600 personas asesinadas. Conforme avanzan los meses podemos ver que la cifra no baja de dos mil asesinatos por mes. Sin embargo, mientras casi a 112 personas (según la media de este año) se les arrebata la vida al día, el mandatario mexicano está más concentrado en tomar las riendas del corredor guinda y las próximas elecciones, que en establecer estrategias claras que ayuden a bajar los índices de violencia. Sin duda, el lineamiento en materia de seguridad “abrazos, no balazos” se queda corto, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.

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