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Ayotzinapa, una historia sin fin


Aida Alessandra Aguilar Rojas / Coordinadora de Impulso a la Juventud en Ciudad de México de Juventud Real.

Estamos frente al octavo aniversario de aquella “noche triste” de Iguala, Guerrero, que dejó estigmatizada a toda una ciudad. Hoy en día, Guerrero se percibe como un estado violento, los mexicanos ubican a ese territorio como una entidad peligrosa; olvidan e ignoran la gran historia que tiene.

A la ciudad de Iguala no se le conoce en el país como “Cuna de la Bandera Nacional”, ni mucho menos como el lugar que le dio independencia a nuestro México (Plan de Iguala). En realidad, se conoce como el municipio donde desaparecieron 43 jóvenes estudiantes.

Pero recordemos qué sucedió esa “noche triste” de Iguala el 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014. 43 estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” que se preparaban para ser maestros fueron desaparecidos sin dejar rastro alguno. Es uno de los episodios de violación a los derechos humanos más trágicos en la historia reciente de México.

Ayotzinapa es una herida profunda en nuestra patria, como estudiante y como joven me intriga no saber qué sucedió realmente con los normalistas desaparecidos, si bien es cierto que muchas veces a los “estudiantes de Ayotzinapa” los hemos señalado de “vándalos”, “vagos” y algunos más hasta de “delincuentes”, frecuentemente ignoramos la realidad social y económica de esas personas.

¿Por qué toman casetas? ¿Por qué toman autobuses? ¿Por qué protestan? Son preguntas que muchos nos hacemos y pocos somos los que las analizamos al responder. Probablemente tomen casetas, camiones y protesten porque el gobierno los tiene olvidados; quizá no lleguen recurso económico a su escuela y tienen que financiar el mantenimiento del plantel.

Tal vez son las únicas personas que se atreverían a impartir la más noble de las profesiones en los lugares más recónditos del país; se necesita de valor y compromiso para estudiar en una “normal rural”.

A pesar de las dificultades, buscan la forma de progresar; no justifico que tomen camiones con total impunidad, pero mucho menos estoy de acuerdo en que gobiernos de diferentes órdenes y colores jueguen con sus esperanzas, ignorando u ocultando lo que realmente pasó. Son ocho años sin respuestas; son ocho años de marchas y protestas; ocho años de dolor y sufrimiento.

¿Y qué reciben? Lo único que han recibido estos años son críticas, burlas, poca solidaridad e inclusive humillación a la que muchas veces se enfrentan de parte de los ciudadanos.

Es cierto, yo también me enfado porque tomen camiones, quemen monumentos y cierren las vías de comunicación, sin embargo, no imagino la situación en que una noche salga un joven revolucionario a ejercer su libre derecho de manifestación y proteste por los malos tratos, por los pésimos gobiernos, luchando por la igualdad y la dignidad, exigir respeto a sus derechos y que, después de esa protesta, nunca más se sepa nada de él.

En casa lo esperaba un padre, una madre o un hermano; en la universidad aún lo espera un amigo, en su pueblo lo esperan sus paisanos y familiares. Ese joven que un día salió de su hogar aún no regresa a casa y probablemente nunca más lo hará. El dolor que deben sentir esas personas que perdieron a un hijo o un hermano debe ser indescriptible y cualquier persona en esas circunstancias no le importaría rayar un monumento o bloquear una carretera; lo único que quiere saber es qué pasó con su hijo.

Después de ocho años en espera de noticias y no tener idea de qué fue lo que les pasó a esos jóvenes, sin duda es triste y agotador. No saber si están vivos o muertos, caminar miles de kilómetros, buscar en fosas clandestinas, protestar contra las autoridades, y que éstas solamente les brinden atención en campaña y los utilicen en su discurso político como mero objeto electorero, prometiéndoles que los apoyarán hasta encontrar a los desaparecidos y no cumpliéndoles, porque prometen algo que realmente no les interesa a las autoridades resolver. Es doloroso ver cómo en México se puede desaparecer a personas con total impunidad, no a 43, sino a decenas de miles de desaparecidos.

Lector o lectora, te pido que te detengas un segundo a pensar en un caso similar. Estoy segura que conoces, al menos, a una persona que tiene un familiar desaparecido. Por un momento ponte en los zapatos de él o ella, que genuinamente seas empático, debe ser una situación en la que nadie de nosotros quisiera estar. En México el gobierno prefiere que olvides qué algún día sucedió un hecho trágico, a realmente resolverlo, prefieren inventar una “Mentira Histórica” a llegar a la verdad; prefieren omitir líneas de investigación a tener una investigación autónoma, porque en México se protegen entre los poderosos, olvidan al gobernado; da igual si eres abogado, político, estudiante o periodista. En México, un día cualquiera, si te toca la de malas puedes ser un DESAPARECIDO MÁS...

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