Con la simple lectura de los encabezados de los principales diarios impresos y digitales que circulan a lo largo de esta gran ciudad, nos damos cuenta de la carga tan abrumadora de violencia que sufre el mundo; prácticamente las revoluciones armadas diarias han hecho presa de casi todas las regiones del planeta.
Es muy posible que esas noticias nos provoquen cierto pesimismo y, peor aún, puede ser que, dado el bombardeo incesante de este tipo de noticias, lleguen a sernos indiferentes. También es posible que nos preguntemos sobre lo que podemos hacer para aliviar esta situación.
Sabemos que a nivel internacional muy poco podemos lograr puesto que, hablo de la mayoría, somos simples espectadores de esta escalada criminal de violencia. No solamente la guerra y las revoluciones están presentes, también a nivel individual se nota este incremento.
Parece ser que el índice de criminalidad, al menos en la Ciudad de México, va en considerable aumento.
No es necesario ser psicólogo para darse cuenta de la agresividad actual del hombre en las grandes ciudades; basta con ser un poco observador. Veamos simplemente las reacciones de la mayoría (en especial, nuestras propias reacciones) en un embotellamiento de tráfico, cuando estamos formados en una fila o cuando tenemos que hacer algún trámite burocrático. Estamos dentro de un ambiente cargado de agresividad y violencia.
¿Qué podemos hacer para combatir esta nueva plaga social? Creo que combatir la violencia con la violencia misma, lejos de producir un resultado positivo, empeorará aún más la situación. Tampoco creo que pueda aliviar este problema el lanzarse a pronunciar bonitos discursos, como lo hace el jefe del Ejecutivo, que sirven más bien para distraer la atención de lo importante.
¿Qué hacer, entonces? Un primer paso, que se me antoja fácil de realizar y muy eficaz, es la educación, y no es porque estoy estudiando pedagogía. Simplemente reflexionemos: Si desde temprana edad inculcamos en los niños la conciencia de que la violencia y la agresividad de nada nos sirven, y que, al ser agresivos, estamos destruyendo valores positivos. Si en lugar de orientar la conciencia hacia el espíritu de competencia y de egoísmo alentamos el valor de la cooperación y de la ayuda mutua, creo que lograremos más que el lanzarnos a las calles en protesta contra la política basura e hipócrita de hoy en día.
Otro paso que podemos dar si queremos acabar definitivamente con esta nueva plaga es declararnos en huelga contra todo tipo de ideología y adoctrinamiento violentos. Me refiero, sobre todo, a la publicidad, que no le sale nada mal al gobierno actual, disfrazar el águila nacional o juarista con el águila, en muchas ocasiones utilizada en el partido del poder, las grandes compañías industriales están logrando que el espíritu de solidaridad y de cooperación desaparezcan.
Imponen, en cambio, una mentalidad agresiva: "ser el mejor, ganar más dinero que los demás, aplastar los intereses ajenos". Basta con escuchar los comerciales de la televisión y anuncios en redes sociales para darnos cuenta de ello.
Con la cooperación y solidaridad podremos derrotar este cáncer, que no es nuevo, pero que ahora está desarrollando una gran fuerza.