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Crítica del hombre


César Enrique Muñoz Duarte

¿Por qué los hombres matamos? ¿Por qué violamos? ¿Qué hombre puede afirmar nunca haber violentado a una mujer? No se trata solamente de violencia física, sino de callarlas, interrumpirlas, burlarse de ellas, juzgarlas, e incluso, eso que algunos depredadores llaman “calificarlas”.

El hombre mexicano es un depredador, un juez con delirios de poder, encarna la expresión máxima del libertinaje y el hedonismo. Por eso, cuando interactuamos entre nosotros, son inmediatas las demostraciones de poder, por mínimo y alucinado que sea; como una agresión verbal en medio del tráfico, o un par de golpes en el Metro de la CDMX por un asiento.

Mas, estas demostraciones de poder no ocurren únicamente del hombre hacia los otros hombres, también ocurren hacia las mujeres. Se observa en los acosos sexuales en el transporte público, miradas descaradas que desnudan a una mujer y hasta el consumo de pornografía. Por esto resulta hipócrita la crítica de los varones a las mujeres que se enriquecen a través de cierta plataforma, si existe la oferta es porque existe la demanda.

Los hombres que las critican son los mismos que incentivan (o en algún momento incentivaron) a la industria deshumanizada que ha sexualizado a las mujeres. Lo anterior es una expresión más de las demostraciones de poder masculinas. El hombre, sabiéndose de forma inconsciente en una posición de poder sobre la mujer, la convierte en un objeto cuya función será satisfacer sus deseos, por eso los altos índices de consumo de pornografía en México y la grave situación de explotación y mercantilización que significa la prostitución.

Así se explican los comentarios sexuales de los hombres que inundaron las redes sociales al inicio de la invasión a Ucrania, sexualizando a las mujeres refugiadas. No se trataba de una fantasía, se trataba de aprovechar una situación de poder sobre una mujer extranjera en desventaja.

Y aunque se me responda que solo fueron bromas “inocentes”, nuestras palabras significan y muestran más de lo que deseamos. Un experimento que demuestra el impulso masculino y sus consecuencias: pedirle a una mujer imaginarse en medio de un círculo de hombres, vistiendo una falda… su primera reacción será de desagrado, y hasta de miedo. Luego, a los varones pedirles imaginarse como parte de ese círculo de hombres con la mujer en medio. Su primera reacción es perversa. Y, por último, pedirle de nuevo a los varones que se imaginen con un short y sin playera en medio de un círculo de mujeres. Su reacción es la indiferencia.

Esa es la semilla de la perversión. Y llego a una pregunta complicada, ¿somos todos los hombres potenciales feminicidas, potenciales violadores? Los feminicidas no son casos aislados, las cifras de las víctimas de feminicidio siguen aumentando, encierran a un feminicida serial tras otro (y esos son los que conocemos, es una pesadilla pensar en los que desconocemos), incluso, en muchas ocasiones, no suelen ser sujetos desconocidos, al contrario, el tío viola a la sobrina, el padrastro a la hijastra, el padre a la hija, el primo a la prima.

Se llegó al punto de tener refranes mexicanos. La semilla de la perversión se detona en una sociedad patriarcal (por la posición de poder del hombre), machista (históricamente, recordemos la “Guía de la buena esposa”, o aquel pasaje de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro “¡Qué dicha ser hombre y poder decir lo que se piensa!”) y misógina (sería irracional negarlo, cuando cada semana aparecen mujeres muertas cada vez más vejadas).

Mientras tanto, ahí está la semilla, dormida, y en los casos en los que los valores, la educación familiar y el buen desarrollo psicosocial fueron parte del crecimiento de un hombre, la semilla queda destruida. No hay más potencial criminal. Sin embargo, existió en algún momento, pudiendo haberse detonado o no.

Por esto es que no es solo una cuestión de individuos que sufren patologías (fracaso de la atención a la salud mental en México), sino que “la sexualidad de la mayor parte de los hombres muestra una mezcla de agresión, de tendencia a dominar”, como afirmó Freud. Y el mexicano es sumamente sexual (pensemos en el libro Picardía Mexicana). He llegado a estas conclusiones porque la realidad mexicana se ha mezclado con las violentas novelas del Marqués de Sade.

Los libertinos de sus novelas cobraron vida (desde el padre que viola y mata a su hija en Justine, hasta las terribles cuatro bestias de Las 120 jornadas de Sodoma) y los veo caminar con total impunidad en México. Las leyes no han solucionado este problema. La política tampoco.

Enfocados a intentar reducir a los criminales (con contundente fracaso), no hemos intentado reducir las cifras de las víctimas. Los hombres debemos escuchar a las mujeres con urgencia, trabajar para cambiar esta sociedad. Debemos autocriticarnos, destruir la semilla de la perversión en quienes aún está latente. Si hoy ellas viven un infierno, no es solo por los hombres que nos antecedieron, es por lo que nosotros hemos hecho y omitido hacer.

Puede que todo mi análisis sea erróneo. Puede que no. Mas una verdad sostengo, convencido: los hombres somos la causa del averno viviente de hoy. Y lo seguiremos siendo hasta que luchemos por cambiarlo. Hasta que cambiemos. Puede ser pronto, o puede ser nunca.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor o de la autora.


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