“En la victoria hay que ser generosos. Pero en la derrota hay que tener dignidad”, afirmó Camacho Solís en 1999 en un documental de Clío. Aquel político audaz, en dos ocasiones, durante el mismo año, intentaría ser presidente. Y si la sangre no hubiera corrido quizá lo hubiera sido.
Es bastante conocida la historia entre Camacho, el maestro, y Ebrard, su pupilo. En entrevista con Jorge Ramos en el 2015, cuando se le preguntó a Marcelo dónde estaba su lealtad, él respondió “Mi lealtad está con mis ideas”. Se debe reconocer que su trayectoria ha sido congruente con sus declaraciones, incluso cambiando de partido político; Camacho Solís le había enseñado bien el arte de la política.
La entrevista continúa y Ramos pregunta si se equivocó en el 2012 al no “lanzarse” a la presidencia. Ebrard respondió “Actué para que hubiera unidad y lo volvería a hacer”. Ebrard tuvo aspiraciones presidenciales en el 2012, en el 2018 y ahora, en el próximo 2024. Es su tercer intento. Esta vez, la presidencia para Morena está asegurada, y a diferencia del 2012, la unidad en el partido en el poder no es necesaria para mantener la silla del águila. Ebrard no necesita actuar del mismo modo. La resurrección de la tradición del “dedazo” no permite adversidad alguna, y Marcelo podría asegurar que el dedito del presidente ya lo ha elegido.
Ebrard ha actuado conforme a las enseñanzas de su maestro, Camacho, y las circunstancias le ofrecen la oportunidad de cometer el mismo error en los próximos meses. El presidente se compara con Cárdenas y visualiza a Ebrard como a Ávila Camacho.
A mi parecer, el ejemplo que la historia mexicana nos ofrece no es el más adecuado en este caso; a mi parecer, Andrés Manuel es mucho más similar a Salinas que a Cárdenas, y más similar a De la Madrid que a Salinas. De la Madrid permitió y fomentó el espectáculo de las “corcholatas”, llegando a observar el conflicto entre ellas. Salinas solucionó el conflicto entre Colosio y Camacho. Andrés Manuel fomenta el espectáculo.
El último año del sexenio Salinista nos está ofreciendo peligrosos reflejos. Recuerdo una declaración del subcomandante Marcos del 3 de diciembre de 1994: “Política es sinónimo de mentira, de crimen, de traición”. Por eso la línea 12, a estas alturas, no puede ser la tragedia que defina la sucesión (o la evite, sin caer en el riesgo de ser politizada), sencillamente porque al presidente no le importan las vidas humanas, son sólo cifras, son otros datos y nada más. Incluso, la sangre de un colegio en manos de Claudia por omisión, poco le importa, porque ahí no “es Claudia”.
Marcelo se ha mostrado como un político audaz en sus relaciones, como un hombre culto y preparado en las entrevistas, como un funcionario capaz en su gestión de la capital y secretario de Relaciones Exteriores, y como un buen alumno de un político brillante (Camacho Solís).
Quizá pueda ser un buen presidente. Y probablemente sea, al menos, presidente; no sólo por el arte de la política con Andrés Manuel, sino por su fuerza política, por la lección más conocida de Camacho Solís al romper con Salinas tras la elección de Colosio, por la apuesta de Camacho por una segunda oportunidad… por eso hay seguidores de la oposición que simpatizan con Ebrard, si acaso él decidiera ser presidente aún contra el dedazo, si no fuera como él espera.
Andrés Manuel puede verse envuelto en una tormenta política perfecta, sólo necesita traicionar al hombre capaz de provocarla. La historia, cíclica, se repite; las decisiones que llevaron al repudio de Salinas, al desenlace del 94 y sus numerosas crisis pueden cometerse de nuevo. El siglo pasado nos lanza destellos de advertencia.
A todo esto, creo que lo más importante no es lo que se avecina (o se puede avecinar), pues el futuro es siempre incierto. Lo relevante es este reflejo histórico de los modos antiguos del PRI, de las felonías y el autoritarismo. La sucesión presidencial genera en la política “tanto daño, tanta desesperación” como bien escribió Jorge Castañeda en “La Herencia”, donde trata el tema del “dedazo”.
¿Qué dice la política de nuestra sociedad actual? Esperemos que del caos nazca un nuevo Marcos, otro que tenga que “apagar la vela, pero no la esperanza…”
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