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El cautiverio de la mujer mexicana


César Enrique Muñoz Duarte

Yo no pretendo concebir a la mujer. Por el contrario, mi intención es analizar la construcción de la mujer mexicana a partir del hombre que la ha definido, a partir de una sociedad racionalista y machista, un sistema que se mantiene perpetuo y disfrazado. La pregunta obligada es la siguiente: ¿La paridad de género es la opción para reinventar la máquina social del mexicano que cautiva a la mujer?

“La mujer ¿esconde la muerte o la vida?, ¿en qué piensa?, ¿piensa acaso?, ¿siente de veras?, ¿es igual a nosotros? El sadismo se inicia como venganza ante el hermetismo femenino […]”. Paz se refiere, en esta cita de El laberinto de la soledad, a las causas de la lucha masculina contra lo femenino, lo dionisiaco. El sadismo que adopta el hombre es matemático, es el impulso de una mente criminal calculadora, como la escritora feminista Camille Paglia ha escrito en su libro Sexual Personae. Mas es un sadismo justificado, ya que el hombre niega responsabilidad de sus acciones al tratarse de una mujer, es ella la víctima y victimaria, presa y depredadora; el hombre justifica su caza debido a la venganza reservada a la mujer.

La venganza masculina se contempla como supuesto en la legislación vigente. En el artículo 156 del Código Civil Federal se encuentra la fracción VII: “En caso de rapto, subsiste el impedimento entre el raptor y la raptada, mientras ésta no sea restituida a un lugar seguro, donde libremente pueda manifestar su voluntad”. Habla de un raptor masculino y una raptada femenina, es la caza masculina de una presa femenina, el hombre se abalanza con violencia sobre ella.

Es un rapto con fines reproductivos, ya que, en el mismo artículo, en la fracción VIII se precisa la incapacidad para la cópula como impedimento para celebrar el matrimonio. Conducta antiquísima de la humanidad, como el rapto de las Sabinas. Conducta que admite el deseo inconsciente del hombre mexicano. Así, no encontramos diferencia entre Paz y Freud, cuando éste último afirma: “La sexualidad de la mayor parte de los hombres muestra una mezcla de agresión, de tendencia a dominar”.

Dominar a la mujer, así ama el mexicano, y podemos observarlo en la novela Aura, de Carlos Fuentes, donde Felipe Montero busca la inocencia en su deseo. Mas en Aura no existe el deseo inocente. De modo que, el amor romántico mexicano no es inocente, sino culpable. Es enigmático, pasional. Se halla en las tinieblas, en lo que no se puede comprender, lo dionisiaco, lo femenino. Así, desde Manuel Acuña en su Nocturno a Rosario o Salvador Díaz Mirón en A Gloria, se reclama a la mujer como si de la naturaleza se tratara. Y es por eso que Susana (en Pedro Páramo, de Juan Rulfo) es incomprendida y enloquecida.

El mexicano asume que lo pasional de lo femenino se traduce en antirracional; sin embargo, y a pesar de la dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisiaco, no son mutuamente excluyentes la razón y la pasión. Ahí radica el error de origen en el sistema social mexicano, sistema mecánico que parte de una rivalidad entre los sexos que presume ser innata; mecánico porque se convierte en automático.

Asumir que la mujer es dionisiaca por completo converge en resultados fatales. Es el caso de la maternidad en México, convertida en una carga estigmatizada de un orgullo vergonzoso porque la entrega total de su ser al hijo es la expectativa social. Por eso, en México, una madre no puede enfermarse ni sufrir, su hijo la necesita sana siempre; ella debe estar a su disposición todo el tiempo en el mejor estado. Es el mismo caso con Malintzin, la madre de México, termina por convertirse en el imaginario social en víctima y victimaria. Presa y depredadora. Por eso se le llamó traidora, por emancipar su individualidad, no definirse a través del hombre, ser mujer antes que madre.

Maternidad, enigma, pasional, naturaleza, presa y depredadora camuflada (a ojos del hombre), así han definido a la mujer los escritores, los pilares de la cultura. Fuentes, Acuña, Díaz Mirón, Paz y Rulfo no escapan a la tentación de admirar a la mujer y dotarla de una extrañeza hermética enigmática y fascinante, algo que atrae y repele, pero que resulta ser antirracional.

La paridad de género enfocada a una cuota de género por cumplir, burocratiza la problemática y la agrava, se convierte en una máscara del sistema apolíneo y, al valerse de dicotomías, se inclina a la misoginia histórica. Una reforma educativa que contrarreste la lógica dicotómica entre los sexos, haciendo énfasis en la historia, será la alternativa a las opciones actuales que, a mi parecer, tienen un carácter económico más que social.

Recordemos que las mujeres de la historia mexicana suelen definirse a través de hombres: María Nicolasa por su hermano Iturbide y su pretendiente Santa Anna, Carlota por Maximiliano, Elena Garro por Paz, Sor Juana por Manuel Fernández, Malintzin por Cortés. Cargamos con esa memoria machista que aún hoy se enseña.

Las mujeres se definen mediante ellas mismas, mediante su propia individualidad en la sociedad mexicana, no a través de la noción que ha creado el hombre de ella. Por eso “la mujer” no existe (como afirmó Lacan). Por eso no podemos hablar de la mujer como los escritores citados en este ensayo han hablado. No sorprende, entonces, que Sor Juana haya escrito hace tantos siglos “Cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas” y “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis […]”. México masculinizado es la ocasión de lo mismo que culpamos, al punto en que nos burlamos de la segunda emperatriz: “Adiós, mamá Carlota”; y tras la burla, lloramos al leer Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Es un México que razona con ira, une lo racional con la cólera. No entiende lo dionisiaco en su totalidad, y por ello, reacciona con agresiones.

Solo mediante una nueva educación se podrán enfrentar los efectos de una histórica labor de construir a la mujer como un ideal, un paradigma. Y una vez superadas dichas concepciones, la paridad de género puede ser una realidad voluntaria. Nuevos planes de estudio con una perspectiva filosófica, que el alumno desarrolle el pensamiento crítico aplicable a su vida cotidiana.

La política ya no debe ser retórica, ni antifaz de un poder perpetuo masculino; debe ser lógica y humanista. Reformar la educación y la cultura para hacer realidad la paridad de género. No solamente desde el gobierno, sino desde la población. Aún si sólo nos queda recordar, como escribió Rosario Castellanos, “Recordamos hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad única y exclusiva del autor o autora.

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